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Otoño-Invierno de 221

Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
#13

WATASHI GA KITA!





Un par de días habían pasado desde el final de la segunda ronda del Torneo de los Dojos. Ayame había conseguido vencer en su combate, aunque, al contrario de como había pasado contra Ritsuko, en aquella ocasión no había salido ilesa. Nuevos vendajes cubrían su torso cuando salió aquella mañana de la rutinaria consulta médica que debían pasar todos los participantes para estar a punto para el siguiente combate. En realidad, no presentaba ninguna herida visible, pero las contusiones que había sufrido con aquella técnica acuática aún le molestaban un poco.

«Me lo ha apretado demasiado...» Se quejó para sus adentros, torciendo ligeramente el gesto y moviendo los hombros en un intento vano de acomodar las vendas.

Le habían recomendado descanso y reposo, pero Ayame no estaba dispuesta a cumplir con lo prescrito por el médico. Había pasado a los cuartos de final, tenía que entrenar para poder estar a la altura de los que habían pasado con ella. Con aquellos pensamientos se dirigió al sudoeste de Sendōshi y a través de los árboles que conformaban el bosque hasta que se encontró con un enorme lago. Sus aguas tranquilas estaban divididas por un puente de madera estrecho que las cruzaba de parte a parte, conectando las dos orillas. A Ayame se le puso la carne de gallina de sólo contemplarlo. Sus plan inicial había sido ponerse a entrenar, pero el sofocante calor del día y la caminata hasta allí la había hecho sudar copiosamente.

«No pasará nada si me doy un chapuzón y luego me pongo manos a la obra.» Se dijo, encogiéndose de hombros.

Se dirigió a la orilla más cercana, y tras cerciorarse de que no había nadie cerca se escondió detrás de unas rocas y se desvistió hasta quedar en ropa interior. Ni siquiera necesitaba el vendaje, así que no tardó en desecharlo sin demasiados miramientos. Después se metió en el agua directamente, y su cuerpo se estremeció ante la gélida caricia de las olas en su piel. Con un suspiro de alivio, Ayame se sumergió momentáneamente y después volvió a la superficie. Se dio la vuelta para quedar boca arriba y sus manos formularon un sello. El sello de la serpiente. Lentamente, el agua comenzó a penetrar en su cuerpo, reponiéndola, aliviando su dolor momentáneamente. Ayame era el agua, y el agua era parte de ella. No necesitaba más medicina que aquella. Estuvo un rato así, hasta que se cansó de mantener aquella posición y comenzó a bucear de aquí para allá, observando los peces y las carpas que se dejaban ver y cogiendo entre sus dedos alguna que otra concha que había quedado abandonada en el fondo del lago. Y, cuando volvió a subir a la superficie, escuchó voces en la lejanía.

«Maldita sea, ¿cuánto tiempo llevan ahí?» Se preguntó, hundiéndose hasta quedar sólo con los ojos por encima del agua y tapándose la frente con una mano.

Volvió a dirigirse a toda prisa a la orilla, se ocultó de nuevo detrás de las rocas y se vistió todo lo rápido que pudo, poniendo especial énfasis en anudar bien la bandana en su frente.

Sólo cuando estuvo lo suficientemente segura de estar más o menos decente, salió de su escondite y, mientras se escurría el pelo con las manos, dirigió una breve mirada a los recién llegados. Eran dos chicos que charlaban animadamente entre sí bajo la sombra de uno de los árboles, aunque uno parecía visiblemente más nervioso que el otro. Ambos tenían el pelo largo, pero el chico nervioso lo tenía pelirrojo mientras que el del otro era del color del ébano.

«Espera, a ese le conozco... creo...» Meditaba, con sus ojos clavados en el chico moreno. No estaba totalmente segura de si era él, pero creía haberlo visto entre los participantes del torneo. ¿Cómo se llamaba...?

Sus pensamientos se vieron bruscamente interrumpidos cuando sus pies tropezaron con una piedra en el camino. Ayame cayó al suelo con una exclamación, y no tardó en dar con sus rodillas en la tierra.

—¡Ay, ay, ay...! —se lamentaba, con la mano apoyada en el pecho y lágrimas en los ojos.

En ese momento echó de menos el vendaje.
[Imagen: kQqd7V9.png]
Sprite por Karvistico.


—Habitación de Ayame: Link

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Mensajes en este tema
RE: Un pañuelo para lustrar una espada - por Aotsuki Ayame - 8/09/2017, 09:41


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