9/09/2017, 18:35
(Última modificación: 9/09/2017, 18:51 por Amedama Daruu.)
Shanise levantó las cejas con interés.
—¿El hilo...? —Entonces, chasqueó la lengua con indignación. Su curiosidad le había traicionado. ¡Maldita sea!
Las nubes se apartaron en el cielo nocturno, revelando una gran y brillante luna menguante. La luz blanquecina alargó una sombra detrás de Ayame.
Pero ya era demasiado tarde: algo la tomó por el hombro con fuerza, y un instante después, sus pies se habían levantado del suelo, y nadaba en una asfixiante realidad llena de agua; una esfera de corrientes la aplastaba y la ahogaba mientras la figura de delante se quitaba el respirador, lo arrojaba a un lado y sonreía con soberbia.
Shanise estalló en una pequeña nube de humo, y cuando dicho humo se hubo disipado, allí no estaba Shanise, sino un joven de una edad algo mayor a la suya, de melena castaña y ojos más castaños aún. Vestía un traje sencillo de color gris, casi negro, con una mochila de tirantes y un cinturón marrón. También marrones eran sus botas y sus guantes, que dejaban un espacio para los dedos.
—Buenas noches, señorita —dijo, haciendo una pronunciada reverencia, sosteniendo la wakizashi de su mano derecha con elegancia—. Mi nombre es Houzuki Marun, es todo un gusto que, al fin, nos encontremos cara a cara.
Se acercó un paso.
—Ayame, ¿cuándo vas a dejar de perder el tiempo con ellos? Con la aldea, con tu padre... No hacen más que subestimarte. En lugar de enseñarte a ser fuerte, no hacen más que esconderte del mundo. ¿Por qué tenemos que buscarte? ¿Por qué no vienes con nosotros?
»Los Kajitsu Houzuki son tu mejor opción, Ayame-san. ¿Has visto? —dijo, extendiendo los brazos, y sonriendo afable—. Te he capturado, yo solito. Un simple chunin, derrotando a las precauciones de una consejera paranoica que no puede jamás dejar de vestir ese respirador por si la envenenan. ¡Yo solito! Esta es la fuerza que los Kajitsu podemos darte, Ayame, la fuerza de un depredador. Y esta... —La señaló, ridiculizándola—. Es la fuerza que sólo podrían darte unas presas como ellas. Yui se cree muy fuerte, pero es una blanda...
Soltó una pequeña risilla. Apuntó a Ayame con la katana.
—Mírate, Ayame-san. Estás atada. ¡Eres el agua, y estás atada, jajaja! ¡Y ahora ni siquiera unos grititos de auxilio podrían salvarte allá dentro!
»Ven con nosotros, Ayame. Te entrenaremos. Dejarás de ser una debilucha. ¿Qué me dices?
Hablar debajo del agua sólo produciría un débil gemido, pero, con dificultad, Ayame podría moverse para gesticular.
—¿El hilo...? —Entonces, chasqueó la lengua con indignación. Su curiosidad le había traicionado. ¡Maldita sea!
Las nubes se apartaron en el cielo nocturno, revelando una gran y brillante luna menguante. La luz blanquecina alargó una sombra detrás de Ayame.
Pero ya era demasiado tarde: algo la tomó por el hombro con fuerza, y un instante después, sus pies se habían levantado del suelo, y nadaba en una asfixiante realidad llena de agua; una esfera de corrientes la aplastaba y la ahogaba mientras la figura de delante se quitaba el respirador, lo arrojaba a un lado y sonreía con soberbia.
Shanise estalló en una pequeña nube de humo, y cuando dicho humo se hubo disipado, allí no estaba Shanise, sino un joven de una edad algo mayor a la suya, de melena castaña y ojos más castaños aún. Vestía un traje sencillo de color gris, casi negro, con una mochila de tirantes y un cinturón marrón. También marrones eran sus botas y sus guantes, que dejaban un espacio para los dedos.
—Buenas noches, señorita —dijo, haciendo una pronunciada reverencia, sosteniendo la wakizashi de su mano derecha con elegancia—. Mi nombre es Houzuki Marun, es todo un gusto que, al fin, nos encontremos cara a cara.
Se acercó un paso.
—Ayame, ¿cuándo vas a dejar de perder el tiempo con ellos? Con la aldea, con tu padre... No hacen más que subestimarte. En lugar de enseñarte a ser fuerte, no hacen más que esconderte del mundo. ¿Por qué tenemos que buscarte? ¿Por qué no vienes con nosotros?
»Los Kajitsu Houzuki son tu mejor opción, Ayame-san. ¿Has visto? —dijo, extendiendo los brazos, y sonriendo afable—. Te he capturado, yo solito. Un simple chunin, derrotando a las precauciones de una consejera paranoica que no puede jamás dejar de vestir ese respirador por si la envenenan. ¡Yo solito! Esta es la fuerza que los Kajitsu podemos darte, Ayame, la fuerza de un depredador. Y esta... —La señaló, ridiculizándola—. Es la fuerza que sólo podrían darte unas presas como ellas. Yui se cree muy fuerte, pero es una blanda...
Soltó una pequeña risilla. Apuntó a Ayame con la katana.
—Mírate, Ayame-san. Estás atada. ¡Eres el agua, y estás atada, jajaja! ¡Y ahora ni siquiera unos grititos de auxilio podrían salvarte allá dentro!
»Ven con nosotros, Ayame. Te entrenaremos. Dejarás de ser una debilucha. ¿Qué me dices?
Hablar debajo del agua sólo produciría un débil gemido, pero, con dificultad, Ayame podría moverse para gesticular.
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