9/09/2017, 21:19
(Última modificación: 9/09/2017, 21:28 por Umikiba Kaido.)
Durante los días siguientes, Kaido se avocó a su labor como casi nunca lo había hecho. Era, quizás, la primera vez en la que se sentía como un verdadero shinobi, dispuesto a enfrentar un gran peligro y a salir airoso de ello. No obstante, nada le aseguraba que su punto fuera a ser atacado —habiendo unos otros tanto, y el más importante, además, el que cuidaba Yarou— y las noches pasaron sin ningún tipo de contratiempo, lo que le permitió al escualo estudiar el área de la piscina, ubicarse bien y tratar de idear buenas estrategias en relación con la posición que pudiese ocupar aquí y allá, de llegar a suceder algo.
Tanto que, antes y también ese mismo día, ocupó la alta cumbre del trampolín. Sentado pacientemente en todo el borde del mismo, desde un punto tan alto que podía ver toda la piscina, incluso la única entrada. Desde ahí nada se le podía escapar de sus ojos, o eso esperaba él.
Para el experimentado Jonin, sin embargo, los días venideros se transformaron en una palpable ventaja. Y es que a pesar de que tenía la impresión de que el enemigo aún no había hecho acto de aparición a fin de darle al grupo de defensa un falso sentido de seguridad, él lo aprovecharía como mejor pudiera: haciendo de la bóveda tan suya que no habría nada que no se moviera en su interior sin que él lo supiese. Cada rincón, cada peldaño, cada estructura. Todo estaba ubicado según sus pretensiones, y esa era la total seguridad de ese punto de anclaje.
Pero la espera terminaría finalmente de una forma que ni el mismísimo Yarou se hubiese podido imaginar. Y es que desde el pasillo exterior, el lisiado de Tamaro se asomó renqueante en un infructuoso intento de correr hacia los linderos del experimentado shinobi de Amegakure, luego de que se escuchara en un poderoso eco el sonido tan característico de dos armas chocando entre sí. Éste, sin embargo, no le permitió acercarse del todo; y a pesar de que escuchó atentamente lo que éste intentaba compartir con él, también entre tanto analizaba el aspecto del hombre, de pies a cabeza. Cada cicatriz, cada gesto. Comparándolos con aquellos que recordaba de antes de su aparición.
Si resultaba no haber ninguna incongruencia, lo dejaría entrar, y movilizarse a su esquina en la que se acurrucaría como un perro herido.
Más atrás, sin embargo, Jokei también haría acto de aparición. Con la boca borbotando sangre, moviéndose a través del suelo como un gusano sin manzana. Ninja, le llamó, evidenciando que tanto él como Tamaro habían sido emboscados en el pasillo.
Yarou se movilizó hasta el Alguacil y le tendió la mano, viéndole a los ojos.
—¿Quién? ¿quién te ha hecho ésto?
Aquel Kage bunshin, que habría estado o con Naomi, o con algún mensajero importante; habló:
—Yosehara y Tamaro han sido emboscados llegando a la bóveda. Comuníquenlo urgente a todos los guardias, ¡rápido!
Aguardaría respuesta, e información que pudiera ser de importancia. Luego, desaparecería.
Tanto que, antes y también ese mismo día, ocupó la alta cumbre del trampolín. Sentado pacientemente en todo el borde del mismo, desde un punto tan alto que podía ver toda la piscina, incluso la única entrada. Desde ahí nada se le podía escapar de sus ojos, o eso esperaba él.
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Para el experimentado Jonin, sin embargo, los días venideros se transformaron en una palpable ventaja. Y es que a pesar de que tenía la impresión de que el enemigo aún no había hecho acto de aparición a fin de darle al grupo de defensa un falso sentido de seguridad, él lo aprovecharía como mejor pudiera: haciendo de la bóveda tan suya que no habría nada que no se moviera en su interior sin que él lo supiese. Cada rincón, cada peldaño, cada estructura. Todo estaba ubicado según sus pretensiones, y esa era la total seguridad de ese punto de anclaje.
Pero la espera terminaría finalmente de una forma que ni el mismísimo Yarou se hubiese podido imaginar. Y es que desde el pasillo exterior, el lisiado de Tamaro se asomó renqueante en un infructuoso intento de correr hacia los linderos del experimentado shinobi de Amegakure, luego de que se escuchara en un poderoso eco el sonido tan característico de dos armas chocando entre sí. Éste, sin embargo, no le permitió acercarse del todo; y a pesar de que escuchó atentamente lo que éste intentaba compartir con él, también entre tanto analizaba el aspecto del hombre, de pies a cabeza. Cada cicatriz, cada gesto. Comparándolos con aquellos que recordaba de antes de su aparición.
Si resultaba no haber ninguna incongruencia, lo dejaría entrar, y movilizarse a su esquina en la que se acurrucaría como un perro herido.
Más atrás, sin embargo, Jokei también haría acto de aparición. Con la boca borbotando sangre, moviéndose a través del suelo como un gusano sin manzana. Ninja, le llamó, evidenciando que tanto él como Tamaro habían sido emboscados en el pasillo.
Yarou se movilizó hasta el Alguacil y le tendió la mano, viéndole a los ojos.
—¿Quién? ¿quién te ha hecho ésto?
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Aquel Kage bunshin, que habría estado o con Naomi, o con algún mensajero importante; habló:
—Yosehara y Tamaro han sido emboscados llegando a la bóveda. Comuníquenlo urgente a todos los guardias, ¡rápido!
Aguardaría respuesta, e información que pudiera ser de importancia. Luego, desaparecería.