10/09/2017, 19:56
—Yosehara y Tamaro han sido emboscados llegando a la bóveda. Comuníquenlo urgente a todos los guardias, ¡rápido!
Aquel ominoso mensaje fue captado por un grupo de guardias estacionados en el previamente acordado punto de reunión. Antes de que el clon desapareciera, aquellos cinco sujetos salieron corriendo, cada uno en dirección a un punto distinto para hacer llegar semejante información a quienes más debían de tenerla, los ninjas.
—¿Quién? ¿quién te ha hecho ésto?
Yosehara apenas podía mantenerse consciente debido a la gran cantidad de sangre que había perdido. El que aun estuviera vivo resultaba sorprendente, teniendo en cuenta que un puñal yacía enterrado en su espalda… Pero teniendo otras heridas resultaba obvio que le habían subestimado y que aquel primer ataque a traición no había bastado para matarle. Demasiado testarudo como para permitir que lo asesinaran tan fácilmente, algo muy esperable de aquel enorme sujeto que ahora se encontraba determinado a hablar.
—Ha sido… —Su voz era débil y trémula, pero se podía entender claramente lo que decía si se estaba lo suficientemente cerca—. Cuidado… —dijo, tratando de alzar la mano hacia la bóveda como si estuviese a punto de desfallecer, pero en realidad estaba haciendo un último esfuerzo para hablar con su antigua voz cavernosa—. ¡Ha sido el maldito de Tamaro!
Grito aquello, y un abundante roció de sangre salió de su boca mientras quedaba inconsciente.
A las espaldas de Yarou, el lisiado traidor yacía justo sobre el sello maestro, con su mano buena elevando una extraña esfera de piedra. Se hacía obvio que tenía intenciones de blandirla contra el suelo mientras el ninja estuviese ocupado con el alguacil. A aquellas alturas no era muy difícil imaginar lo que estaba tratando de hacer; estaba tratando de condenarlos a todos… Solo quedaba esperar a por algún milagro que le detuviese.
Una de las eficientes criaturas de tinta de Oojima llego al centro del palacio, hogar del sello maestro, justo a tiempo para presenciar la inconcebible traición de Tamaro. El estrés causado por toda aquella información seria enorme, más aun por que las creaciones que había enviado fuera del palacio acababan de ser eliminadas, todas en un mismo instante… un instante que vasto para notar que algo, o alguien, se acercaba muy velozmente hacia la mansión del escultor.
Aquel ominoso mensaje fue captado por un grupo de guardias estacionados en el previamente acordado punto de reunión. Antes de que el clon desapareciera, aquellos cinco sujetos salieron corriendo, cada uno en dirección a un punto distinto para hacer llegar semejante información a quienes más debían de tenerla, los ninjas.
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—¿Quién? ¿quién te ha hecho ésto?
Yosehara apenas podía mantenerse consciente debido a la gran cantidad de sangre que había perdido. El que aun estuviera vivo resultaba sorprendente, teniendo en cuenta que un puñal yacía enterrado en su espalda… Pero teniendo otras heridas resultaba obvio que le habían subestimado y que aquel primer ataque a traición no había bastado para matarle. Demasiado testarudo como para permitir que lo asesinaran tan fácilmente, algo muy esperable de aquel enorme sujeto que ahora se encontraba determinado a hablar.
—Ha sido… —Su voz era débil y trémula, pero se podía entender claramente lo que decía si se estaba lo suficientemente cerca—. Cuidado… —dijo, tratando de alzar la mano hacia la bóveda como si estuviese a punto de desfallecer, pero en realidad estaba haciendo un último esfuerzo para hablar con su antigua voz cavernosa—. ¡Ha sido el maldito de Tamaro!
Grito aquello, y un abundante roció de sangre salió de su boca mientras quedaba inconsciente.
A las espaldas de Yarou, el lisiado traidor yacía justo sobre el sello maestro, con su mano buena elevando una extraña esfera de piedra. Se hacía obvio que tenía intenciones de blandirla contra el suelo mientras el ninja estuviese ocupado con el alguacil. A aquellas alturas no era muy difícil imaginar lo que estaba tratando de hacer; estaba tratando de condenarlos a todos… Solo quedaba esperar a por algún milagro que le detuviese.
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Una de las eficientes criaturas de tinta de Oojima llego al centro del palacio, hogar del sello maestro, justo a tiempo para presenciar la inconcebible traición de Tamaro. El estrés causado por toda aquella información seria enorme, más aun por que las creaciones que había enviado fuera del palacio acababan de ser eliminadas, todas en un mismo instante… un instante que vasto para notar que algo, o alguien, se acercaba muy velozmente hacia la mansión del escultor.