10/09/2017, 21:58
—Ha sido… —susurró, apenas con fuerza. Su voz le delataba; ahí en donde había habido alguna vez un poderoso alguacil, era ahora un manojo de sangre y decadencia con la vitalidad rehuyéndole del cuerpo. Pero su voluntad de cumplir con su cometido le permitió no sólo señalar el peligro inminente, sino desvelar el umbral de traición detrás del que se escondía Tamaro—. ¡ha sido el maldito de Tamaro!
La inminente verdad sobre el lisiado le terminó de confirmar sus sospechas. El traidor intentaría aprovechar la única ventana de distracción que tendría alguna vez frente a Yarou para acercarse hasta el sello maestro y destruirlo de una vez por todas. Con un extraño aunque entrañable artilugio esférico en mano, dispuesto a acabar con la capa protectora que mantenía los peligros externos lejos de la seguridad del interior de la mansión de Satomu.
Pero Yarou era un hombre precavido, y hombre precavido podía valer por dos, o tres; según cuantos clones pudiera éste crear. Y es que el jonin que tendía, aparentemente, su mano al alguacil, no era sino una muy bien planeada distracción. El Yarou real se había en lo más alto de la bóveda, aferrado a su techo con parsimonia y envuelto en las sombras nacientes de la poca luminosidad que podía haber ahí arriba, a la espera de un subterfugio similar. Está de más decir que decidió actuar apenas la revelación de Yosehara le dio luz verde para ello.
Así pues, antes de que Tamaro pudiera hacer uso de aquella esfera, el brazo derecho del jonin ya se encontraba balanceándose por detrás del traidor, en diagonal; y su filosa y preciada Uchigatana ya acariciaba el brazo de Tamaro, a nivel de la muñeca. La hoja hizo el trabajo por sí sola, y cercenó en un corte limpio la extremidad del traidor que sostenía la esfera.
Al mismo tiempo, su zurda atajó el anti-sello antes de que éste tocara el suelo, mientras su mizu bunshin protegía atento la entrada de la bóveda, junto a Yosehara; sin preocuparse de lo que podía estar sucediendo a su retaguardia.
—Así que has sido tú, todo éste tiempo; Tamaro-san.
La inminente verdad sobre el lisiado le terminó de confirmar sus sospechas. El traidor intentaría aprovechar la única ventana de distracción que tendría alguna vez frente a Yarou para acercarse hasta el sello maestro y destruirlo de una vez por todas. Con un extraño aunque entrañable artilugio esférico en mano, dispuesto a acabar con la capa protectora que mantenía los peligros externos lejos de la seguridad del interior de la mansión de Satomu.
Pero Yarou era un hombre precavido, y hombre precavido podía valer por dos, o tres; según cuantos clones pudiera éste crear. Y es que el jonin que tendía, aparentemente, su mano al alguacil, no era sino una muy bien planeada distracción. El Yarou real se había en lo más alto de la bóveda, aferrado a su techo con parsimonia y envuelto en las sombras nacientes de la poca luminosidad que podía haber ahí arriba, a la espera de un subterfugio similar. Está de más decir que decidió actuar apenas la revelación de Yosehara le dio luz verde para ello.
Así pues, antes de que Tamaro pudiera hacer uso de aquella esfera, el brazo derecho del jonin ya se encontraba balanceándose por detrás del traidor, en diagonal; y su filosa y preciada Uchigatana ya acariciaba el brazo de Tamaro, a nivel de la muñeca. La hoja hizo el trabajo por sí sola, y cercenó en un corte limpio la extremidad del traidor que sostenía la esfera.
Al mismo tiempo, su zurda atajó el anti-sello antes de que éste tocara el suelo, mientras su mizu bunshin protegía atento la entrada de la bóveda, junto a Yosehara; sin preocuparse de lo que podía estar sucediendo a su retaguardia.
—Así que has sido tú, todo éste tiempo; Tamaro-san.