14/09/2017, 11:45
Y cuando Eri se llevó la taza a los labios y pegó el primer sorbo, la sonrisa del Sombrerero no pudo menos que alargarse aún más.
El efecto fue casi inmediato. La genin de Uzushiogakure sintió una extraña paz interior, una calma que en pocas ocasiones había experimentado. Pero, más allá de eso, un extraño zumbido en la cabeza, un profundo aturdimiento. Todo daba vueltas a su alrededor y de repente se vio en la necesidad de obedecer cualquier petición u orden dada por Bōshi...
—¿Eri? ¡No, no me gusta Eri!
Tras ellos, Ayame se tambaleó repentinamente, sacudió la cabeza y se llevó una mano a la sien con gesto dolorido.
—¡Ya sé! Tú serás... la Reina de Corazones —añadió, y se acercó a un arbusto cercano, del cual tomó una rosa roja y la colocó entre sus cabellos, por detrás de su oreja—. ¡Perfecto! Pero siga bebiendo, mi reina, hasta la última gota.
Entre largas zancadas, dignas de un flamenco, el hombre se colocó a las espaldas de Eri, apoyó sus manos de largos dedos sobre sus hombros y señaló con el índice hacia Ayame.
—Ay, nuestra pobre Arisu... Cuántas veces la he intentado apartar de su camino, mi Reina... Pero ella insiste en querer robaros a vuestro conejo blanco. Cuánto me temo que las oportunidades se han acabado ya, el juicio está sentenciado y...
»¿Cuál es la condena, Reina de Corazones?
Y la sonrisa de Bōshi se ensanchó hasta casi alcanzar sus orejas...
El efecto fue casi inmediato. La genin de Uzushiogakure sintió una extraña paz interior, una calma que en pocas ocasiones había experimentado. Pero, más allá de eso, un extraño zumbido en la cabeza, un profundo aturdimiento. Todo daba vueltas a su alrededor y de repente se vio en la necesidad de obedecer cualquier petición u orden dada por Bōshi...
—¿Eri? ¡No, no me gusta Eri!
Tras ellos, Ayame se tambaleó repentinamente, sacudió la cabeza y se llevó una mano a la sien con gesto dolorido.
—¡Ya sé! Tú serás... la Reina de Corazones —añadió, y se acercó a un arbusto cercano, del cual tomó una rosa roja y la colocó entre sus cabellos, por detrás de su oreja—. ¡Perfecto! Pero siga bebiendo, mi reina, hasta la última gota.
Entre largas zancadas, dignas de un flamenco, el hombre se colocó a las espaldas de Eri, apoyó sus manos de largos dedos sobre sus hombros y señaló con el índice hacia Ayame.
—Ay, nuestra pobre Arisu... Cuántas veces la he intentado apartar de su camino, mi Reina... Pero ella insiste en querer robaros a vuestro conejo blanco. Cuánto me temo que las oportunidades se han acabado ya, el juicio está sentenciado y...
»¿Cuál es la condena, Reina de Corazones?
Y la sonrisa de Bōshi se ensanchó hasta casi alcanzar sus orejas...