14/09/2017, 18:43
Aquel frio filo cayo impiadosamente, y luego fue la única mano sana de Tamaro la que golpeo el suelo con un abundante roció de sangre, cercenada limpia y velozmente, agarrotada como si aún estuviese sosteniendo el abominable objeto que planeaba esgrimir contra el sello maestro, aquel que mantenía la barrera protectora de tan opulento palacio.
—Así que has sido tú, todo éste tiempo; Tamaro-san.
Aquel despreciable y deforme sujeto no respondió; se limitó a encogerse sobre sí mismo y sujetar con fuerza el fresco y rojo muñón en donde había estado su mejor extremidad. Sin embargo, aquel inquietante silencio no era el de alguien que hubiese perdido la voz por el repentino choque nervioso, era el de alguien que se niega a ceder, que se niega a darse por vencido… Lo esperable de un “soldado” como aquel era que se deshiciera en revolcones acompañados por gritos torturantes, pero no era difícil imaginar que el dolor de perder una extremidad era poca cosa comparado con el calvario que debió padecer al momento de sentir que su cuerpo se quemaba.
No, aquel sujeto quemado no planeaba gritar, no planeaba responder, no planeaba rendirse… Era casi como si tuviese la determinación de una carnada que se había ofrecido como sacrificio… “Carnada”.
Aquella idea debió de pasar por la mente del ninja de Amegakure unos instantes después de que sostuviese aquel malicioso orbe, cuando en su superficie comenzaron a arder e iluminarse una intrincada red de símbolos. La experiencia, inmisericorde pero certera, le gritaría desde el fondo de su mente que aquellos eran grabados típicos del Clan Uzumaki. Una sencilla alerta habría de dispararse en su interior: Todo ataque que involucre las facultades de aquel clan era extremadamente insidioso.
Debía de hacer algo pronto; destruirla, sellarla o arrojarla lejos… Pero en aquel instante no se podía mover.
—Yarou-san, debemos interrogar a este sujeto. Algo, o alguien, se acercan a toda velocidad hacia el perímetro de la mansión. Los centinelas exteriores han caído todos —dijo el clon de tinta de Oojima.
Pero a aquellas alturas hasta las mandíbulas y labios de Yarou se encontraban paralizadas, al igual que el resto de su cuerpo, que ahora se encontraba cubierto por una enredadera de símbolos oscuros, despertados por su propio chakra. Aquel Jigō Jubaku no In no se parecía en nada a cualquier cosa que hubiese visto o experimentado antes: Aquel sello resultaba tan malditamente agresivo que podía sentirse la forma en que intentaba penetrar sus músculos para finalmente aprisionar y detener su corazón y sus pulmones. Pero el jounin estaba lo suficientemente cualificado como para lidiar con aquello, le tomaría apenas unos segundos el reunir el chakra suficiente como para librarse de semejante atadura. Aunque… si fuera unos de los genin quien cayese en semejante trampa…
El clon que ahora debía de mantenerse a una distancia prudencial, debido al peligro inherente de caer en una segunda trampa oculta, pudo ver como la esfera se resquebrajaba como una especie de cascaron maligno. De su interior comenzó a brotar un líquido negro y espeso, con un hedor similar al de la brea cuando un animal cae y se descompone en la superficie de la misma. También había cierto vapor y cierto calor, tan intenso como para que el aun paralizado antebrazo de Yarou comenzara a abrazarse por la temperatura. Todo aquello ocurrió en unos instantes desesperantes. Para cuando el jounin se encontró libre, no tuvo más remedio que apartarse ante la ahora voluminosa masa de alquitrán hirviente que se propagaba por encima del sello. Ahora era obvio que la intención de aquella masa era el destruir el sello, pero al tratarse de un fuuinjutsu y no de una materia real, no había forma de removerlo del suelo. Ya era demasiado tarde cuando aquel manantial negro desapareció, absorbido por las líneas que yacían debajo.
De pronto, y como si la tierra se agitase, en todo el palacio se pudo sentir como la barrera se venía abajo con un sonoro crujir.
El mal ya estaba hecho, pero tanto el ninja de Ame como el que servía a Nishijima pudieron obtener mucha información sobre su enemigo atreves de lo visto: Era obvio que se trataba de un Uzumaki, y que sus sellos podían activarse a distancia al entrar en contacto con el chakra de alguien más, además de que debía de tener un chakra muy poderoso y un gran intelecto como para crear algo tan fuerte y complejo. Era una conclusión tan dolorosamente obvia como el hecho de que Tamaro no tenía la capacidad de destruir el sello por sí mismo, pues necesitaba de alguien con chakra bien entrenado para que activase el peligroso artilugio que le habían entregado. Por eso no había destruido el sello principal antes, por eso y porque necesitaba de un ninja que le colaborara, aunque no fuese voluntariamente.
Viendo la magnitud de semejante plan, se hizo más urgente que nunca el interrogar a aquel pobre diablo, pero todo aquello no resultaría tan fácil: Les costaría trabajo y algunos crueles golpes el hacer que aquel amasijo de cicatrices abriese la boca, solo para encontrarlo mudo debido a un Zekka Konzetsu no In bien formulado.
Terrible, resultaba terrible el imaginar que se enfrentaban a un enemigo que había sido tan cuidadoso y diestro.
Mientras el clon y el ninja se mantenían en el interior, los hombres a los que Tsunenobu había dado la alarma corrían de un lado a otro, desesperados por cubrir los puntos que la caída de la barrera había dejado vulnerables, preocupados de quien podía atacarlos desde afuera, aterrados por quien pudiese atacarles desde adentro.
Y dentro de muchos de quienes yacían en aquel palacio debía estar gestándose un oscuro sentimiento sobre lo terrible que era el sentirse expuestos, sin saber que había algo inclusive peor: El sentirse total y absolutamente atrapados.
De pronto, el sello de la gran bóveda volvió de entre los muertos, convertido a los intereses de su antiguo enemigo y actuando para sus perversos fines: La gran barrera volvió a formarse, tan fuerte e inviolable como antes, pero hasta el último ser vivo, por mero instinto y hasta en el más lejano rincón, pudo sentir el funesto cambio. De hecho la nueva barrera estaba diseñada para ejercer presión psicológica, haciendo que todos los que estaban bajo su guarda supiesen cuál era su nueva intención, con una serie de murmullos similares a cadenas y barras de acero… Si, la barrera se encontraba activa, pero esta vez, en lugar de impedir la entrada, estaba destinada a impedir la salida… Convertida en una celda. Convertida en una tumba que habría de ser llenada.
Kōtetsu se encontraba meditando sobre el mar de nubes, respirando lenta y sosegadamente bajo los atenuados rayos solares de la media tarde, con su atención flotando entre pensamientos grises, en un estado de perfecto equilibrio entre la mortificante ansiedad y la amenazante calma. La reciente alerta aún no había llegado a tan lejano lugar. Aquel santuario de cristal, con esqueleto de hierro y voz de lamento, estaba lo suficientemente apartado del resto del palacio como para dificultar las comunicaciones.
Pero la distante paz no era suficiente venda como para cegarles del peligro.
—¡El sello… El sello ha desaparecido! —dijo agitado uno de los guardias que le acompañaba—. ¡Ahora estamos expuestos!
El Hakagurē le observo, asombrado de que aquellos sujetos no comprendieran en lo más mínimo como funcionaba aquel escudo. Y sin embargo, eran conscientes de que era lo único que los había mantenido a salvo hasta entonces. Se levantó con calma y procedió a acercase a uno de los paneles en busca del indicativo de algún ataque.
—El cazador ha entrado en la caverna buscando a la bestia…
De pronto el sello desvanecido se manifestó de nuevo, emitiendo hondas de chakra que hicieron vibrar con fuerza la piel de cristal del solario. En aquel instante hasta a los ignorantes soldados se les hizo evidente, con un extraño sentimiento de opresión, que estaban atrapados.
—… Y ha sellado la salida tras de sí con la intención de morir o salir victorioso.
Ahora la atmosfera del palacio se sentía pesada y opresiva, como la sensación que transmiten las nubes negras antes de liberar una tormenta, como el sentimiento de una batalla inminente… como la sensación de la muerte aproximándose.
El joven de ojos grises percibió aquello y con una voz tan calmada como inquietante, tan suave como firme, mientras desenvainaba su espada, dijo:
—Si ha de llegar al combate con fuego y lanza, hemos de recibirle con garras y colmillos… Y que al enfrentarnos entre las sombras sean los dioses quienes decidan quien vive y quien muere.
—Así que has sido tú, todo éste tiempo; Tamaro-san.
Aquel despreciable y deforme sujeto no respondió; se limitó a encogerse sobre sí mismo y sujetar con fuerza el fresco y rojo muñón en donde había estado su mejor extremidad. Sin embargo, aquel inquietante silencio no era el de alguien que hubiese perdido la voz por el repentino choque nervioso, era el de alguien que se niega a ceder, que se niega a darse por vencido… Lo esperable de un “soldado” como aquel era que se deshiciera en revolcones acompañados por gritos torturantes, pero no era difícil imaginar que el dolor de perder una extremidad era poca cosa comparado con el calvario que debió padecer al momento de sentir que su cuerpo se quemaba.
No, aquel sujeto quemado no planeaba gritar, no planeaba responder, no planeaba rendirse… Era casi como si tuviese la determinación de una carnada que se había ofrecido como sacrificio… “Carnada”.
Aquella idea debió de pasar por la mente del ninja de Amegakure unos instantes después de que sostuviese aquel malicioso orbe, cuando en su superficie comenzaron a arder e iluminarse una intrincada red de símbolos. La experiencia, inmisericorde pero certera, le gritaría desde el fondo de su mente que aquellos eran grabados típicos del Clan Uzumaki. Una sencilla alerta habría de dispararse en su interior: Todo ataque que involucre las facultades de aquel clan era extremadamente insidioso.
Debía de hacer algo pronto; destruirla, sellarla o arrojarla lejos… Pero en aquel instante no se podía mover.
—Yarou-san, debemos interrogar a este sujeto. Algo, o alguien, se acercan a toda velocidad hacia el perímetro de la mansión. Los centinelas exteriores han caído todos —dijo el clon de tinta de Oojima.
Pero a aquellas alturas hasta las mandíbulas y labios de Yarou se encontraban paralizadas, al igual que el resto de su cuerpo, que ahora se encontraba cubierto por una enredadera de símbolos oscuros, despertados por su propio chakra. Aquel Jigō Jubaku no In no se parecía en nada a cualquier cosa que hubiese visto o experimentado antes: Aquel sello resultaba tan malditamente agresivo que podía sentirse la forma en que intentaba penetrar sus músculos para finalmente aprisionar y detener su corazón y sus pulmones. Pero el jounin estaba lo suficientemente cualificado como para lidiar con aquello, le tomaría apenas unos segundos el reunir el chakra suficiente como para librarse de semejante atadura. Aunque… si fuera unos de los genin quien cayese en semejante trampa…
El clon que ahora debía de mantenerse a una distancia prudencial, debido al peligro inherente de caer en una segunda trampa oculta, pudo ver como la esfera se resquebrajaba como una especie de cascaron maligno. De su interior comenzó a brotar un líquido negro y espeso, con un hedor similar al de la brea cuando un animal cae y se descompone en la superficie de la misma. También había cierto vapor y cierto calor, tan intenso como para que el aun paralizado antebrazo de Yarou comenzara a abrazarse por la temperatura. Todo aquello ocurrió en unos instantes desesperantes. Para cuando el jounin se encontró libre, no tuvo más remedio que apartarse ante la ahora voluminosa masa de alquitrán hirviente que se propagaba por encima del sello. Ahora era obvio que la intención de aquella masa era el destruir el sello, pero al tratarse de un fuuinjutsu y no de una materia real, no había forma de removerlo del suelo. Ya era demasiado tarde cuando aquel manantial negro desapareció, absorbido por las líneas que yacían debajo.
De pronto, y como si la tierra se agitase, en todo el palacio se pudo sentir como la barrera se venía abajo con un sonoro crujir.
El mal ya estaba hecho, pero tanto el ninja de Ame como el que servía a Nishijima pudieron obtener mucha información sobre su enemigo atreves de lo visto: Era obvio que se trataba de un Uzumaki, y que sus sellos podían activarse a distancia al entrar en contacto con el chakra de alguien más, además de que debía de tener un chakra muy poderoso y un gran intelecto como para crear algo tan fuerte y complejo. Era una conclusión tan dolorosamente obvia como el hecho de que Tamaro no tenía la capacidad de destruir el sello por sí mismo, pues necesitaba de alguien con chakra bien entrenado para que activase el peligroso artilugio que le habían entregado. Por eso no había destruido el sello principal antes, por eso y porque necesitaba de un ninja que le colaborara, aunque no fuese voluntariamente.
Viendo la magnitud de semejante plan, se hizo más urgente que nunca el interrogar a aquel pobre diablo, pero todo aquello no resultaría tan fácil: Les costaría trabajo y algunos crueles golpes el hacer que aquel amasijo de cicatrices abriese la boca, solo para encontrarlo mudo debido a un Zekka Konzetsu no In bien formulado.
Terrible, resultaba terrible el imaginar que se enfrentaban a un enemigo que había sido tan cuidadoso y diestro.
Mientras el clon y el ninja se mantenían en el interior, los hombres a los que Tsunenobu había dado la alarma corrían de un lado a otro, desesperados por cubrir los puntos que la caída de la barrera había dejado vulnerables, preocupados de quien podía atacarlos desde afuera, aterrados por quien pudiese atacarles desde adentro.
Y dentro de muchos de quienes yacían en aquel palacio debía estar gestándose un oscuro sentimiento sobre lo terrible que era el sentirse expuestos, sin saber que había algo inclusive peor: El sentirse total y absolutamente atrapados.
De pronto, el sello de la gran bóveda volvió de entre los muertos, convertido a los intereses de su antiguo enemigo y actuando para sus perversos fines: La gran barrera volvió a formarse, tan fuerte e inviolable como antes, pero hasta el último ser vivo, por mero instinto y hasta en el más lejano rincón, pudo sentir el funesto cambio. De hecho la nueva barrera estaba diseñada para ejercer presión psicológica, haciendo que todos los que estaban bajo su guarda supiesen cuál era su nueva intención, con una serie de murmullos similares a cadenas y barras de acero… Si, la barrera se encontraba activa, pero esta vez, en lugar de impedir la entrada, estaba destinada a impedir la salida… Convertida en una celda. Convertida en una tumba que habría de ser llenada.
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Kōtetsu se encontraba meditando sobre el mar de nubes, respirando lenta y sosegadamente bajo los atenuados rayos solares de la media tarde, con su atención flotando entre pensamientos grises, en un estado de perfecto equilibrio entre la mortificante ansiedad y la amenazante calma. La reciente alerta aún no había llegado a tan lejano lugar. Aquel santuario de cristal, con esqueleto de hierro y voz de lamento, estaba lo suficientemente apartado del resto del palacio como para dificultar las comunicaciones.
Pero la distante paz no era suficiente venda como para cegarles del peligro.
—¡El sello… El sello ha desaparecido! —dijo agitado uno de los guardias que le acompañaba—. ¡Ahora estamos expuestos!
El Hakagurē le observo, asombrado de que aquellos sujetos no comprendieran en lo más mínimo como funcionaba aquel escudo. Y sin embargo, eran conscientes de que era lo único que los había mantenido a salvo hasta entonces. Se levantó con calma y procedió a acercase a uno de los paneles en busca del indicativo de algún ataque.
—El cazador ha entrado en la caverna buscando a la bestia…
De pronto el sello desvanecido se manifestó de nuevo, emitiendo hondas de chakra que hicieron vibrar con fuerza la piel de cristal del solario. En aquel instante hasta a los ignorantes soldados se les hizo evidente, con un extraño sentimiento de opresión, que estaban atrapados.
—… Y ha sellado la salida tras de sí con la intención de morir o salir victorioso.
Ahora la atmosfera del palacio se sentía pesada y opresiva, como la sensación que transmiten las nubes negras antes de liberar una tormenta, como el sentimiento de una batalla inminente… como la sensación de la muerte aproximándose.
El joven de ojos grises percibió aquello y con una voz tan calmada como inquietante, tan suave como firme, mientras desenvainaba su espada, dijo:
—Si ha de llegar al combate con fuego y lanza, hemos de recibirle con garras y colmillos… Y que al enfrentarnos entre las sombras sean los dioses quienes decidan quien vive y quien muere.