15/09/2017, 16:09
(Última modificación: 15/09/2017, 16:36 por Uchiha Akame.)
En otro momento y en otras condiciones, Akame habría aguantado, estoico, el comentario de la kunoichi de Amegakure. Tanto más le daba a él si Ayame pensaba que era un asesino, o un imbécil. Él había cumplido órdenes, y si en ese mismo momento se presentase la misma situación, no habría dudado; igual que aquel día en Minori.
Sin embargo, el Uchiha ya estaba calentito por el tema de la dichosa revista. Y que Ayame lo utilizase para intentar excusarse no hacía sino ponerle todavía más furioso. Normalmente en ese tipo de situaciones Akame siempre recurría a unos ejercicios de relajación muy básicos; inspiraba, expiraba, y trataba de ver la situación desde arriba. Como si no fuese con él. Como si no estuviese allí plantado, aguantando que tanto sus compañeros de Aldea como los extranjeros intentaran sacarle de sus casillas.
Akame se había ganado a pulso —al menos, en Uzushio— la fama de ser un shinobi tranquilo, calculador y profesional. Pero, en ese mismo instante, no se sentía ninguna de esas tres cosas.
—¿¡Y qué demonios sabes tú de mí, eh!? —le espetó, furioso, con los ojos chispeantes de rabia—. ¡Nada!
—Todos los amejin sois iguales. Os creéis por encima del bien y del mal, en posesión de la verdad absoluta. Juzgáis a todo el mundo como si vosotros no fuéseis bárbaros carentes de la más mínima disciplina o respeto por la cadena de mando. ¡No me jodas! —bufó, cabreado, y entonces reparó en la presencia de Haru.
La mirada de su compañero gennin fue como un sopapo de vuelta a la realidad. Entonces empezó a ser consciente de cómo acababa de perder los papeles, no sólo delante de un shinobi de su propia Aldea, sino de un ninja extranjero. Inspiró profundamente y luego espiró. Pero no se movió del sitio.
Sin embargo, el Uchiha ya estaba calentito por el tema de la dichosa revista. Y que Ayame lo utilizase para intentar excusarse no hacía sino ponerle todavía más furioso. Normalmente en ese tipo de situaciones Akame siempre recurría a unos ejercicios de relajación muy básicos; inspiraba, expiraba, y trataba de ver la situación desde arriba. Como si no fuese con él. Como si no estuviese allí plantado, aguantando que tanto sus compañeros de Aldea como los extranjeros intentaran sacarle de sus casillas.
Akame se había ganado a pulso —al menos, en Uzushio— la fama de ser un shinobi tranquilo, calculador y profesional. Pero, en ese mismo instante, no se sentía ninguna de esas tres cosas.
—¿¡Y qué demonios sabes tú de mí, eh!? —le espetó, furioso, con los ojos chispeantes de rabia—. ¡Nada!
—Todos los amejin sois iguales. Os creéis por encima del bien y del mal, en posesión de la verdad absoluta. Juzgáis a todo el mundo como si vosotros no fuéseis bárbaros carentes de la más mínima disciplina o respeto por la cadena de mando. ¡No me jodas! —bufó, cabreado, y entonces reparó en la presencia de Haru.
La mirada de su compañero gennin fue como un sopapo de vuelta a la realidad. Entonces empezó a ser consciente de cómo acababa de perder los papeles, no sólo delante de un shinobi de su propia Aldea, sino de un ninja extranjero. Inspiró profundamente y luego espiró. Pero no se movió del sitio.