18/09/2017, 11:17
Pero Daruu no parecía estar dispuesto a perdonarla así como así. Aún con la rabia reflejada en sus ojos, el chico se reincorporó y comenzó a caminar hacia ella señalándola de manera acusadora.
—¡Con eso no se juega, maldita! Oh, no, y ahora has abierto la veda, hiciste una declaración de guerra. Tendrás guerra.
Volvió a adoptar su postura de combate, y sus dedos se flexionaron varias veces, invitándola a acercarse.
—Ven, Ayame. ¡Levántate y lucha!
Ayame torció el gesto, pero obedeció. Se levantó sobre sus piernas, y alzó sus ojos hacia los de Daruu. Pese a lo que acababa de sufrir, él no parecía estar dispuesto a rendirse. Aquello era un comportamiento digno de admiración, y Ayame no pudo evitar sentirse avergonzada de estar intentando darle largas todo el tiempo.
Era una cobardica. ¿Pero cómo podía combatir contra unos ojos que eran capaces de ver en todas las direcciones y a través de las cosas? ¿Pero cómo podía mirarle siquiera a la cara si, como él, no daba lo máximo de sí misma?
No era justo.
—Está bien... —murmuró, y de repente echó a correr hacia él entre largas zancadas.
«Quizás podría intentar...»
A unos tres metros de distancia de su rival, Ayame sacó algo de su portaobjetos y lo estrelló contra el suelo justo después de cerrar los ojos. La hikaridama estalló en una violenta explosión de luz que inundó el campo de combate durante unos segundos que aprovechó para preparar su técnica mientras Daruu debía de estar cegado. Así, cuando llegara hasta su posición, su brazo ya se habría hipertrofiado por la acumulación de agua hasta convertirse en un auténtico brazo hidráulico con el que golpearía el abdomen del Hyūga.
Después de aquello, Ayame retrocedió entre saltos y, tras acumular chakra en la planta de los pies, dio un último salto con el que se plantó en la pared de la montaña, a unos tres metros de altura del suelo. Jadeante por el gasto de energía acumulado, fijó la mirada en su rival.
Le apetecía probar un nuevo escenario de combate.
—¡Con eso no se juega, maldita! Oh, no, y ahora has abierto la veda, hiciste una declaración de guerra. Tendrás guerra.
Volvió a adoptar su postura de combate, y sus dedos se flexionaron varias veces, invitándola a acercarse.
—Ven, Ayame. ¡Levántate y lucha!
Ayame torció el gesto, pero obedeció. Se levantó sobre sus piernas, y alzó sus ojos hacia los de Daruu. Pese a lo que acababa de sufrir, él no parecía estar dispuesto a rendirse. Aquello era un comportamiento digno de admiración, y Ayame no pudo evitar sentirse avergonzada de estar intentando darle largas todo el tiempo.
Era una cobardica. ¿Pero cómo podía combatir contra unos ojos que eran capaces de ver en todas las direcciones y a través de las cosas? ¿Pero cómo podía mirarle siquiera a la cara si, como él, no daba lo máximo de sí misma?
No era justo.
—Está bien... —murmuró, y de repente echó a correr hacia él entre largas zancadas.
«Quizás podría intentar...»
A unos tres metros de distancia de su rival, Ayame sacó algo de su portaobjetos y lo estrelló contra el suelo justo después de cerrar los ojos. La hikaridama estalló en una violenta explosión de luz que inundó el campo de combate durante unos segundos que aprovechó para preparar su técnica mientras Daruu debía de estar cegado. Así, cuando llegara hasta su posición, su brazo ya se habría hipertrofiado por la acumulación de agua hasta convertirse en un auténtico brazo hidráulico con el que golpearía el abdomen del Hyūga.
Después de aquello, Ayame retrocedió entre saltos y, tras acumular chakra en la planta de los pies, dio un último salto con el que se plantó en la pared de la montaña, a unos tres metros de altura del suelo. Jadeante por el gasto de energía acumulado, fijó la mirada en su rival.
Le apetecía probar un nuevo escenario de combate.