18/09/2017, 11:46
(Última modificación: 18/09/2017, 11:46 por Aotsuki Ayame.)
—¿Mi conejo...? ¡Mi conejo blanco! —exclamó Eri abriendo de par en par los ojos. De repente, su gesto mudó, frunció el ceño, y miró directamente a una confundida Ayame que seguía sosteniéndose la cabeza, aturdida.
—¿E... Eri-san...?
—¿Y mi conejo blanco? ¡No está! ¡Lo necesito! —exigió saber, señalando a Ayame de forma acusadora—. ¡Su condena será...
—¡Esp...!
—...Encontrar al conejo blanco!
Un tenso silencio invadió el ambiente, y entonces Bōshi se inclinó aún más sobre la oreja de la pelimorada.
—¡Oh, mi Reina de Corazones, dejadme sugeriros una condena mucho más justa para tan malvado acto! —le susurró, apretando el agarre sobre sus hombros momentáneamente—. Córtale la cabeza.
Dada la orden, empujó a la muchacha hacia Ayame y echó la cabeza hacia atrás para soltar una larga y siniestra carcajada.
Ya no había escapatoria...
—¿E... Eri-san...?
—¿Y mi conejo blanco? ¡No está! ¡Lo necesito! —exigió saber, señalando a Ayame de forma acusadora—. ¡Su condena será...
—¡Esp...!
—...Encontrar al conejo blanco!
Un tenso silencio invadió el ambiente, y entonces Bōshi se inclinó aún más sobre la oreja de la pelimorada.
—¡Oh, mi Reina de Corazones, dejadme sugeriros una condena mucho más justa para tan malvado acto! —le susurró, apretando el agarre sobre sus hombros momentáneamente—. Córtale la cabeza.
Dada la orden, empujó a la muchacha hacia Ayame y echó la cabeza hacia atrás para soltar una larga y siniestra carcajada.
Ya no había escapatoria...