19/09/2017, 10:58
Ayame se levantó, dispuesta a atacar. A Daruu todavía le temblaban las piernas, pero no iba a mostrarle a su oponente tal debilidad. Tensó todo su cuerpo, preparado para cualquier ataque. Ayame echó a correr hacia él. En algún punto a medio camino, Ayame se llevó la mano al portaobjetos. El Byakugan de Daruu registró el movimiento, pero el muchacho no pudo hacer nada para prevenir lo que venía a continuación. La muchacha sacó una esfera y la lanzó contra el suelo.
«¡No!»
Daruu se cruzó de brazos frente al torso, defendiéndose de lo que sea, defendiéndose de cualquier cosa. Al tener un campo de visión de trescientos sesenta grados, aquél fogonazo era imparable. Podía decidir si no ver a través de los párpados, por supuesto, pero ya estaba cegado.
Y era demasiado tarde.
Un mazazo terrible recorrió sus brazos. Sus pies se despegaron del suelo y pronto se vio volando en dirección contraria a Ayame, quién sabe por qué, pero desde luego había sido un golpe brutal. Dolorido, cayó rodando al suelo, recorriendo varios metros antes de apoyarse con las manos y los pies y deslizarse por la piedra acumulando chakra en las palmas y en las rodillas para no arañarse contra el suelo. Levantó la mirada y observó a Ayame, que estaba posada en la falda de la montaña, esperándole, desafiándole.
«Maldita...». Discretamente, Daruu formuló el sello del Carnero con una mano mientras todavía estaba apoyado y se levantaba, poco a poco.
Y entonces, sucedió. Daruu se movió como una saeta, como una sombra, y de diez metros que les separaban ahora sólo quedaban unas decenas de centímetros. Chocó su palma derecha contra el hombro derecho de Ayame, luego la izquierda contra el izquierdo. Giraría sobre sí mismo metiéndole una zancadilla para hacerla caer de la montaña, le agarraría del tobillo y giraría de nuevo, tratando de zarandearla como un peso muerto y hacerla chocar contra la pared de rocas.
«¡No!»
Daruu se cruzó de brazos frente al torso, defendiéndose de lo que sea, defendiéndose de cualquier cosa. Al tener un campo de visión de trescientos sesenta grados, aquél fogonazo era imparable. Podía decidir si no ver a través de los párpados, por supuesto, pero ya estaba cegado.
Y era demasiado tarde.
Un mazazo terrible recorrió sus brazos. Sus pies se despegaron del suelo y pronto se vio volando en dirección contraria a Ayame, quién sabe por qué, pero desde luego había sido un golpe brutal. Dolorido, cayó rodando al suelo, recorriendo varios metros antes de apoyarse con las manos y los pies y deslizarse por la piedra acumulando chakra en las palmas y en las rodillas para no arañarse contra el suelo. Levantó la mirada y observó a Ayame, que estaba posada en la falda de la montaña, esperándole, desafiándole.
«Maldita...». Discretamente, Daruu formuló el sello del Carnero con una mano mientras todavía estaba apoyado y se levantaba, poco a poco.
Y entonces, sucedió. Daruu se movió como una saeta, como una sombra, y de diez metros que les separaban ahora sólo quedaban unas decenas de centímetros. Chocó su palma derecha contra el hombro derecho de Ayame, luego la izquierda contra el izquierdo. Giraría sobre sí mismo metiéndole una zancadilla para hacerla caer de la montaña, le agarraría del tobillo y giraría de nuevo, tratando de zarandearla como un peso muerto y hacerla chocar contra la pared de rocas.