19/09/2017, 12:22
Daruu recibió el brutal mazazo. Su cuerpo despegó del suelo y terminó cayendo varios metros más allá, donde rodó durante otros cuantos hasta terminar deteniéndose. En su nueva posición, y con la gravedad tirando de sus cabellos en perpendicular a su cuerpo, Ayame observó a su compañero reincorporarse con esfuerzo. Él levantó sus ojos perlados hacia ella, claramente disgustado por lo que acababa de pasar. Y entonces...
Desapareció.
Ayame ahogó una exclamación de sorpresa. La silueta de Daruu prácticamente se abalanzó sobre ella a una velocidad casi antinatural. Pero, aunque consiguió verlo, no logró hacer nada para detener lo que vino a continuación. Su rostro apareció de repente a escasos centímetros del suyo. Le lanzó un golpe hacia el hombro, y este estalló en agua ante el contacto. Sin embargo, Ayame lanzó un aullido de dolor.
«¡No consigo mitigar el daño! ¡¿Por qué?!»
Otro golpe al otro hombro, un nuevo grito. Y Ayame comprendió que usar el Suika era un gesto inútil. Daruu giró sobre sí mismo, pero Ayame aprovechó el brevísimo descanso para juntar sus manos en un sello, abrir los labios, y chillar con todas sus fuerzas. Pero aquel chillido no era como los que había estado lanzando por el dolor, no. Aquel chillido, con su voz reforzada por su chakra, constituía un auténtica bocina que reverberó en el aire hasta acuchillar los oídos de Daruu y lanzarle por los aires, de vuelta al suelo.
Entre resuellos, Ayame se llevó la mano momentáneamente a la garganta, algo dolorida y profundamente fatigada. Pero no podía perder el tiempo. ¡Lo tenía donde quería! Rápida como una saeta, saltó desde la pared de roca, cayó de nuevo en el campo de combate y sus manos volvieron a entrelazarse.
—¡Suiton: Mizurappa! —exclamó, inflando el pecho en una honda inspiración para después expeler un torrente de agua a presión que se dirigía a toda velocidad hacia su oponente...
Desapareció.
Ayame ahogó una exclamación de sorpresa. La silueta de Daruu prácticamente se abalanzó sobre ella a una velocidad casi antinatural. Pero, aunque consiguió verlo, no logró hacer nada para detener lo que vino a continuación. Su rostro apareció de repente a escasos centímetros del suyo. Le lanzó un golpe hacia el hombro, y este estalló en agua ante el contacto. Sin embargo, Ayame lanzó un aullido de dolor.
«¡No consigo mitigar el daño! ¡¿Por qué?!»
Otro golpe al otro hombro, un nuevo grito. Y Ayame comprendió que usar el Suika era un gesto inútil. Daruu giró sobre sí mismo, pero Ayame aprovechó el brevísimo descanso para juntar sus manos en un sello, abrir los labios, y chillar con todas sus fuerzas. Pero aquel chillido no era como los que había estado lanzando por el dolor, no. Aquel chillido, con su voz reforzada por su chakra, constituía un auténtica bocina que reverberó en el aire hasta acuchillar los oídos de Daruu y lanzarle por los aires, de vuelta al suelo.
Entre resuellos, Ayame se llevó la mano momentáneamente a la garganta, algo dolorida y profundamente fatigada. Pero no podía perder el tiempo. ¡Lo tenía donde quería! Rápida como una saeta, saltó desde la pared de roca, cayó de nuevo en el campo de combate y sus manos volvieron a entrelazarse.
—¡Suiton: Mizurappa! —exclamó, inflando el pecho en una honda inspiración para después expeler un torrente de agua a presión que se dirigía a toda velocidad hacia su oponente...