19/09/2017, 23:38
(Última modificación: 19/09/2017, 23:38 por Uchiha Akame.
Razón: Formateo e.e
)
El Uchiha esbozó una sonrisa de suficiencia cuando su táctica dio resultado a las mil maravillas, desarrollándose la acción tal y como él había planeado. O, al menos, en gran parte. Incluso con la cara enrojecida por las quemaduras leves y la vista entorpecida por su técnica de cenizas, Daruu fue capaz de interponer un brazo entre su cara y la pierna de Akame para bloquear la patada. «¿Qué demonios...?»
Después del intercambio de golpes posterior, ambos gennin se dieron unos instantes de tregua. Daruu le contestó entonces, pero no fue hasta el final de su breve soliloquio que Akame entendió el verdadero significado de aquellas palabras. Semejante revelación le arrancó una sonrisa sincera que no pudo contener de ninguna de las maneras. «Puede que al final me acabes gustando, Amedama Daruu...» No dijo nada, sin embargo. El terreno de batalla no era lugar para palabras, y él ya había malgastado demasiadas energías con las suyas.
Los siguientes momentos se sucedieron a gran velocidad. El Hyuuga echó mano a su portaobjetos, y Akame pudo distinguir no sólo un artefacto esférico en su mano, sino la trayectoria descendente de su brazo hacia el suelo. «Bomba de luz o bomba de humo», razonó a toda velocidad el Uchiha; al comprenderlo, cerró los ojos y se alejó con un paso rápido.
Fue la segunda opción. Al abrir los ojos Akame vio una enorme humareda negra expandiéndose ante él, tras lo que optó por incrementar la distancia con otro salto hacia atrás. Sin embargo, nada de lo que hubiera visto hasta el momento podría haberle preparado para lo que venía a continuación... Porque era la furia del mismísimo Susano'o descargada sobre él. Como la cola de un dragón marino, un gigantesco torbellino de agua salido de la nada despejó parte del humo justo antes de caerle encima.
«¡La madre que...!»
Luego, unos momentos en blanco. Y finalmente el tacto duro de la madera chocando repetidamente contra su cuerpo, maltrecho por el tremendo golpe, mientras rodaba por el puente. Finalmente se detuvo y recuperó la lucidez.
—Jo... —tosió con dificultad y notó cómo le dolía hasta el último rincón de su cuerpo—. Joder.
El Uchiha logró incorporarse tras ingerir una pastilla energética mientras un dolor brutal atenazaba cada músculo, cada fibra, cada hueso de su ser. Alzó la vista, con el Sharingan todavía brillando en sus ojos, y enfocó como buenamente pudo a su oponente. Tras el humo, ya disperso, allí se alzaba. Con el gesto contraído y la mirada fija también en él. Akame terminó de incorporarse, todavía a tientas, y alzó una mano con el dedo índice señalando a Daruu; casi acusador.
Entonces rompió a reír. Fue una risa seca y breve al principio —porque cada carcajada le producía unos dolores tremendos en el torso—, pero más continuada y frenética después. Casi demente. El Uchiha siguió riendo mientras alzaba las manos por encima de su cabeza, como si acabara de tener una revelación divina.
—¡Eso es! ¡Eso es, por Amaterasu! —gritó, casi delirando, sin parar de reír—. ¡De eso es de lo que estamos hablando! ¡Sí, joder!
De repente la risa paró, y su rostro mudó a una sonrisa más inquietante pero no más cuerda.
—¿Sabes cuándo fue la última vez que alguien me reventó de esa forma? —preguntó, acercándose un par de pasos al Amedama—. Es esta sensación... La adrenalina, la anticipación, este miedo tan primario, tan animal... ¡Llevo tanto tiempo sin sentir algo así!
Sus manos se entrelazaron en un simple sello y, encorvándose como si estuviese a punto de vomitar —tal vez lo estaba realmente—, el de Uzu vomitó un torrente de cenizas que acabó tomando su misma forma. Entonces alzó la vista una vez más, y clavó sus ojos rojos en los de Daruu; puros como la nieve en Invierno.
—¡Daruu-kun! —llamó, sin molestarse por la aparente cercanía que implicaba aquel sufijo—. ¡Me has demostrado que eres el favorito de Susano'o! ¡Déjame que te muestre los dones que a mí me ha concedido Amaterasu! ¡Deléitate!
Las aspas del Sharingan de Akame empezaron a girar, y pronto Daruu sabría —gracias a su propio Doujutsu— que estaba sumido en un Genjutsu. Las tablas del puente se combaron a la velocidad del rayo, como serpientes de madera, y se enroscaron en torno a sus miembros y articulaciones. Brazos, piernas, rodillas, muñecas... No habría parte móvil del amejin que no sucumbiera al abrazo de aquellos tentáculos. Incluso una de las víboras de madera le rodeó la boca, trabándosela a modo de cuña. En el Genjutsu de Akame no podría mover ni un solo músculo. No sería justo; tenía que disfrutar de aquel espectáculo hasta el final.
Seguidamente, Daruu empezaría a notar un calor intenso. Era la bendición de Amaterasu, que se cernía sobre él. Pudo ver un gigantesco tigre hecho completamente de fuego, con dos yescas ardientes por ojos, que descendía de los cielos acompañado de unas palabras que resonarían en sus oídos como un cántico lejano y disperso...
Entonces todo estallaría en llamas. Una tormenta de fuego que envolvería al Hyuuga y haría desaparecer el Genjutsu, devolviendo las tablas a su lugar y reemplazándolas por flamas ardientes que devorarían por momentos al muchacho de Ame.
Lo que en realidad sucedió no fue otra cosa que, una vez atrapado Daruu en su Saimingan, Akame usó a su clon de cenizas —previamente cargado de chakra como un regalo de Año Nuevo— para utilizar aquella técnica Katon sobre su adversario. Pese a que había invertido una considerable cantidad de energía en aquello, el Uchiha se había asegurado de no impactar al amejin con toda la potencia de su técnica.
Tras aquella ofensiva Akame cayó sobre sus rodillas, exahusto y dolorido a partes iguales. Tenía la vista nublada y estaba bastante aturdido. Sin embargo, todavía le quedaron fuerzas para alzar la vista hacia su oponente y comprobar el resultado de la embestida de sus tigres flamígeros.
Después del intercambio de golpes posterior, ambos gennin se dieron unos instantes de tregua. Daruu le contestó entonces, pero no fue hasta el final de su breve soliloquio que Akame entendió el verdadero significado de aquellas palabras. Semejante revelación le arrancó una sonrisa sincera que no pudo contener de ninguna de las maneras. «Puede que al final me acabes gustando, Amedama Daruu...» No dijo nada, sin embargo. El terreno de batalla no era lugar para palabras, y él ya había malgastado demasiadas energías con las suyas.
Los siguientes momentos se sucedieron a gran velocidad. El Hyuuga echó mano a su portaobjetos, y Akame pudo distinguir no sólo un artefacto esférico en su mano, sino la trayectoria descendente de su brazo hacia el suelo. «Bomba de luz o bomba de humo», razonó a toda velocidad el Uchiha; al comprenderlo, cerró los ojos y se alejó con un paso rápido.
Fue la segunda opción. Al abrir los ojos Akame vio una enorme humareda negra expandiéndose ante él, tras lo que optó por incrementar la distancia con otro salto hacia atrás. Sin embargo, nada de lo que hubiera visto hasta el momento podría haberle preparado para lo que venía a continuación... Porque era la furia del mismísimo Susano'o descargada sobre él. Como la cola de un dragón marino, un gigantesco torbellino de agua salido de la nada despejó parte del humo justo antes de caerle encima.
«¡La madre que...!»
Luego, unos momentos en blanco. Y finalmente el tacto duro de la madera chocando repetidamente contra su cuerpo, maltrecho por el tremendo golpe, mientras rodaba por el puente. Finalmente se detuvo y recuperó la lucidez.
—Jo... —tosió con dificultad y notó cómo le dolía hasta el último rincón de su cuerpo—. Joder.
El Uchiha logró incorporarse tras ingerir una pastilla energética mientras un dolor brutal atenazaba cada músculo, cada fibra, cada hueso de su ser. Alzó la vista, con el Sharingan todavía brillando en sus ojos, y enfocó como buenamente pudo a su oponente. Tras el humo, ya disperso, allí se alzaba. Con el gesto contraído y la mirada fija también en él. Akame terminó de incorporarse, todavía a tientas, y alzó una mano con el dedo índice señalando a Daruu; casi acusador.
Entonces rompió a reír. Fue una risa seca y breve al principio —porque cada carcajada le producía unos dolores tremendos en el torso—, pero más continuada y frenética después. Casi demente. El Uchiha siguió riendo mientras alzaba las manos por encima de su cabeza, como si acabara de tener una revelación divina.
—¡Eso es! ¡Eso es, por Amaterasu! —gritó, casi delirando, sin parar de reír—. ¡De eso es de lo que estamos hablando! ¡Sí, joder!
De repente la risa paró, y su rostro mudó a una sonrisa más inquietante pero no más cuerda.
—¿Sabes cuándo fue la última vez que alguien me reventó de esa forma? —preguntó, acercándose un par de pasos al Amedama—. Es esta sensación... La adrenalina, la anticipación, este miedo tan primario, tan animal... ¡Llevo tanto tiempo sin sentir algo así!
Sus manos se entrelazaron en un simple sello y, encorvándose como si estuviese a punto de vomitar —tal vez lo estaba realmente—, el de Uzu vomitó un torrente de cenizas que acabó tomando su misma forma. Entonces alzó la vista una vez más, y clavó sus ojos rojos en los de Daruu; puros como la nieve en Invierno.
—¡Daruu-kun! —llamó, sin molestarse por la aparente cercanía que implicaba aquel sufijo—. ¡Me has demostrado que eres el favorito de Susano'o! ¡Déjame que te muestre los dones que a mí me ha concedido Amaterasu! ¡Deléitate!
Las aspas del Sharingan de Akame empezaron a girar, y pronto Daruu sabría —gracias a su propio Doujutsu— que estaba sumido en un Genjutsu. Las tablas del puente se combaron a la velocidad del rayo, como serpientes de madera, y se enroscaron en torno a sus miembros y articulaciones. Brazos, piernas, rodillas, muñecas... No habría parte móvil del amejin que no sucumbiera al abrazo de aquellos tentáculos. Incluso una de las víboras de madera le rodeó la boca, trabándosela a modo de cuña. En el Genjutsu de Akame no podría mover ni un solo músculo. No sería justo; tenía que disfrutar de aquel espectáculo hasta el final.
Seguidamente, Daruu empezaría a notar un calor intenso. Era la bendición de Amaterasu, que se cernía sobre él. Pudo ver un gigantesco tigre hecho completamente de fuego, con dos yescas ardientes por ojos, que descendía de los cielos acompañado de unas palabras que resonarían en sus oídos como un cántico lejano y disperso...
«Katon»
«Enko Bakusatsu»
«Enko Bakusatsu»
Entonces todo estallaría en llamas. Una tormenta de fuego que envolvería al Hyuuga y haría desaparecer el Genjutsu, devolviendo las tablas a su lugar y reemplazándolas por flamas ardientes que devorarían por momentos al muchacho de Ame.
Lo que en realidad sucedió no fue otra cosa que, una vez atrapado Daruu en su Saimingan, Akame usó a su clon de cenizas —previamente cargado de chakra como un regalo de Año Nuevo— para utilizar aquella técnica Katon sobre su adversario. Pese a que había invertido una considerable cantidad de energía en aquello, el Uchiha se había asegurado de no impactar al amejin con toda la potencia de su técnica.
Tras aquella ofensiva Akame cayó sobre sus rodillas, exahusto y dolorido a partes iguales. Tenía la vista nublada y estaba bastante aturdido. Sin embargo, todavía le quedaron fuerzas para alzar la vista hacia su oponente y comprobar el resultado de la embestida de sus tigres flamígeros.