20/09/2017, 00:16
(Última modificación: 20/09/2017, 00:22 por Amedama Daruu.)
Su técnica dio en el blanco, y nuevamente Akame volvía a probar el sabor de la madera. Daruu sonrió con satisfacción, aunque como comprobaría unos instantes más tarde, esa satisfacción le duraría bien poco.
El Uchiha tosió y se levantó con dificultad. Por un momento, Daruu dudó, y se preguntó si tal vez se había pasado con ese último ataque. Pero en un giro inesperado de los acontecimiento, Akame le señaló y... Rio. Rompió a reír como un psicópata. Fue algo que casi le puso los pelos de punta. Por un momento, se vio tentado de retroceder un paso: pero su orgullo le hizo avanzar en su lugar, con el ceño fruncido.
—¡Eso es! ¡Eso es, por Amaterasu! —gritó el Uchiha—. ¡De eso es de lo que estamos hablando! ¡Sí, joder!
«Estás un poco ido de olla, tío...»
Luego, el uzujin reveló que hacía tiempo que nadie le pegaba una paliza como la del último golpe. Era un halago, pero, aunque no supo por qué, a Daruu no le sentó del todo bien. Había algo en la actitud del Uchiha que le inquetaba un poco, a un nivel visceral, primitivo.
Akame volvió a realizar un único sello, a lo que Daruu respondió con uno del Tigre, creando un homónimo al clon de cenizas de Akame, pero hecho totalmente de agua. El combate continuaba, parecía ser.
—¡Daruu-kun! ¡Me has demostrado que eres el favorito de Susano'o! ¡Déjame que te muestre los dones que a mí me ha concedido Amaterasu! ¡Deléitate!
Aquellos ojos rojos se clavaron en los suyos. Daruu los observó muy bien. Los observó demasiado bien. Las aspas del Sharingan comenzaron a girar, y de pronto, todo su sistema circulatorio estaba invadido por el chakra de Akame, como pudo saber gracias a su Byakugan. Qué pena que su Byakugan no pudiese detener lo que estaba a punto de suceder.
Ya había sufrido un Genjutsu hacía unos días, nada más y nada menos que de manos de Ayame. En aquél momento, había deseado aún más que ahora haber seguido con el libro de los Genjutsu, pero todavía no había aprendido a disiparlos pese a haberse dado prisa después de aquella vez, y estaba pagando las consecuencias de nuevo. Unas consecuencias quizá menos terroríficas que con las abejas, pero bastante más dolorosas.
Las tablas del puente se retorcieron como serpientes, rodeándole las piernas, los brazos. Trató de moverse, pero no le fue posible. Trató de utilizar uno de sus jutsus para librarse de las ataduras, pero la ráfaga de chakra del Ichigekishin apenas movió los tablones. Era evidente que Akame controlaba todos y cada uno de los aspectos de la ilusión. Una de las tablas le rodeó la nuca y le pasó por delante de la boca.
Un calor intenso lamió su piel. Un animal felino y flamígero de enormes dimensiones descendía del cielo con sus fauces abiertas, dispuesto a...
De nuevo, la succión. Una succión que le devolvió a la realidad como cuando un tapón de agua en el oído se deshace y uno siente un mareo que le hace perder el equilibrio. Solo que no había agua. Sino fuego. Un auténtico huracán de fuego que le mordió como el tigre que había visto en la ilusión, le quemó la ropa, la piel, y lo arrojó en dirección contraria, haciéndole besar a él ahora la madera, golpeándose, hiriéndose. La explosión flamígera, de paso, destrozó a su Mizu Bunshin, que estalló y se evaporó casi al mismo tiempo.
Resolló con dificultad, y apoyó las palmas de las manos en el suelo. «Suerte que no tengo que luchar en el Torneo después de esto», agradeció internamente.
—Be... Bendita hija de puta, esa Amaterasu —dijo Daruu, forzándose a sonreír sardónicamente—. Creo... Creo que este combate se acaba aquí, a juzgar por cómo hemos quedado, ¿eh?
Torpemente, le fallaron los brazos y cayó al suelo. Gimió para sus adentros y rodó sobre sí mismo, para quedar mirando al cielo, y recibir las finas gotas de llovizna que habían empezado a precipitar. Llovía en el Valle de los Dojos.
—Aunque, espero que no caigas a error. No soy el favorito de Susano'o. —Daruu desactivó su Doujutsu, cerró los ojos y sonrió, dejándose acariciar por la tormenta.
»Mi bendición es la de Amenokami.
El Uchiha tosió y se levantó con dificultad. Por un momento, Daruu dudó, y se preguntó si tal vez se había pasado con ese último ataque. Pero en un giro inesperado de los acontecimiento, Akame le señaló y... Rio. Rompió a reír como un psicópata. Fue algo que casi le puso los pelos de punta. Por un momento, se vio tentado de retroceder un paso: pero su orgullo le hizo avanzar en su lugar, con el ceño fruncido.
—¡Eso es! ¡Eso es, por Amaterasu! —gritó el Uchiha—. ¡De eso es de lo que estamos hablando! ¡Sí, joder!
«Estás un poco ido de olla, tío...»
Luego, el uzujin reveló que hacía tiempo que nadie le pegaba una paliza como la del último golpe. Era un halago, pero, aunque no supo por qué, a Daruu no le sentó del todo bien. Había algo en la actitud del Uchiha que le inquetaba un poco, a un nivel visceral, primitivo.
Akame volvió a realizar un único sello, a lo que Daruu respondió con uno del Tigre, creando un homónimo al clon de cenizas de Akame, pero hecho totalmente de agua. El combate continuaba, parecía ser.
—¡Daruu-kun! ¡Me has demostrado que eres el favorito de Susano'o! ¡Déjame que te muestre los dones que a mí me ha concedido Amaterasu! ¡Deléitate!
Aquellos ojos rojos se clavaron en los suyos. Daruu los observó muy bien. Los observó demasiado bien. Las aspas del Sharingan comenzaron a girar, y de pronto, todo su sistema circulatorio estaba invadido por el chakra de Akame, como pudo saber gracias a su Byakugan. Qué pena que su Byakugan no pudiese detener lo que estaba a punto de suceder.
Ya había sufrido un Genjutsu hacía unos días, nada más y nada menos que de manos de Ayame. En aquél momento, había deseado aún más que ahora haber seguido con el libro de los Genjutsu, pero todavía no había aprendido a disiparlos pese a haberse dado prisa después de aquella vez, y estaba pagando las consecuencias de nuevo. Unas consecuencias quizá menos terroríficas que con las abejas, pero bastante más dolorosas.
Las tablas del puente se retorcieron como serpientes, rodeándole las piernas, los brazos. Trató de moverse, pero no le fue posible. Trató de utilizar uno de sus jutsus para librarse de las ataduras, pero la ráfaga de chakra del Ichigekishin apenas movió los tablones. Era evidente que Akame controlaba todos y cada uno de los aspectos de la ilusión. Una de las tablas le rodeó la nuca y le pasó por delante de la boca.
Un calor intenso lamió su piel. Un animal felino y flamígero de enormes dimensiones descendía del cielo con sus fauces abiertas, dispuesto a...
«Katon»
«Enko Bakusatsu»
«Enko Bakusatsu»
De nuevo, la succión. Una succión que le devolvió a la realidad como cuando un tapón de agua en el oído se deshace y uno siente un mareo que le hace perder el equilibrio. Solo que no había agua. Sino fuego. Un auténtico huracán de fuego que le mordió como el tigre que había visto en la ilusión, le quemó la ropa, la piel, y lo arrojó en dirección contraria, haciéndole besar a él ahora la madera, golpeándose, hiriéndose. La explosión flamígera, de paso, destrozó a su Mizu Bunshin, que estalló y se evaporó casi al mismo tiempo.
Resolló con dificultad, y apoyó las palmas de las manos en el suelo. «Suerte que no tengo que luchar en el Torneo después de esto», agradeció internamente.
—Be... Bendita hija de puta, esa Amaterasu —dijo Daruu, forzándose a sonreír sardónicamente—. Creo... Creo que este combate se acaba aquí, a juzgar por cómo hemos quedado, ¿eh?
Torpemente, le fallaron los brazos y cayó al suelo. Gimió para sus adentros y rodó sobre sí mismo, para quedar mirando al cielo, y recibir las finas gotas de llovizna que habían empezado a precipitar. Llovía en el Valle de los Dojos.
—Aunque, espero que no caigas a error. No soy el favorito de Susano'o. —Daruu desactivó su Doujutsu, cerró los ojos y sonrió, dejándose acariciar por la tormenta.
»Mi bendición es la de Amenokami.