21/09/2017, 16:03
Toc, toc, toc.
Fueron tres toques; claramente espaciados en el tiempo, deliberados y contundentes. El primero sacó a Akame de sus sueños, el segundo le hizo abrir el ojo derecho de golpe, y el tercero le catapultó fuera de la cama como si de un resorte se tratara. «Por Susano'o, ¿qué demonios...? ¡Son más de las doce!» El Uchiha se puso en pie y, trastabillando, atinó a ponerse unos pantalones pesqueros de color negro —que fue lo primero que agarró nada más abrir su armario—.
Akame nunca recibía visitas. Ni las había recibido jamás en la Aldea, ni allí en el Valle. Por eso mismo, el hecho de que estuvieran llamando a la puerta de su habitación en plena noche disparó todas las alarmas. Pese a que se encontraba en Nantonoya, lugar seguro para los suyos —al menos en teoría— algunos de sus compañeros se habían encargado de demostrarle que el llevar una bandana de Uzushio no implicaba que no fuesen a intentar darle por el culo.
En el trayecto desde la cama a la puerta, agarró su viejo kunai y lo asió fuertemente con la mano diestra. Con la zurda agarró el pomo, giró, y tiró con suavidad. Sus ojos estaban rojos por el Sharingan, y tres aspas orbitaban alrededor de las pupilas. Su torso al descubierto lucía varios moratones por la zona del pecho y las costillas, producto del combate que había tenido con Daruu.
—¿K... Koko-san?
Allí estaba. La kunoichi que usaba el Raiton, plantada frente a su puerta. Inmediatamente Akame recordó el último encuentro que había tenido con la chica —o, más bien, el penúltimo—, interrumpido por el flash de la cámara de Chokichi. Gracias a aquello, su foto había salido en la portada de aquel manuscrito infecto y ahora era el shinobi menos respetado de todos los Dojos. Uno podría pensar que Akame tenía razones más que de sobra para lamentarse de aquello, pero entonces sus ojos se detuvieron en la boca carnosa de Koko, y recordó el sabor de esos labios.
—¿P... Puedo ayudarte en algo? —preguntó el Uchiha, notando como se derretía cual flan.
Fueron tres toques; claramente espaciados en el tiempo, deliberados y contundentes. El primero sacó a Akame de sus sueños, el segundo le hizo abrir el ojo derecho de golpe, y el tercero le catapultó fuera de la cama como si de un resorte se tratara. «Por Susano'o, ¿qué demonios...? ¡Son más de las doce!» El Uchiha se puso en pie y, trastabillando, atinó a ponerse unos pantalones pesqueros de color negro —que fue lo primero que agarró nada más abrir su armario—.
Akame nunca recibía visitas. Ni las había recibido jamás en la Aldea, ni allí en el Valle. Por eso mismo, el hecho de que estuvieran llamando a la puerta de su habitación en plena noche disparó todas las alarmas. Pese a que se encontraba en Nantonoya, lugar seguro para los suyos —al menos en teoría— algunos de sus compañeros se habían encargado de demostrarle que el llevar una bandana de Uzushio no implicaba que no fuesen a intentar darle por el culo.
En el trayecto desde la cama a la puerta, agarró su viejo kunai y lo asió fuertemente con la mano diestra. Con la zurda agarró el pomo, giró, y tiró con suavidad. Sus ojos estaban rojos por el Sharingan, y tres aspas orbitaban alrededor de las pupilas. Su torso al descubierto lucía varios moratones por la zona del pecho y las costillas, producto del combate que había tenido con Daruu.
—¿K... Koko-san?
Allí estaba. La kunoichi que usaba el Raiton, plantada frente a su puerta. Inmediatamente Akame recordó el último encuentro que había tenido con la chica —o, más bien, el penúltimo—, interrumpido por el flash de la cámara de Chokichi. Gracias a aquello, su foto había salido en la portada de aquel manuscrito infecto y ahora era el shinobi menos respetado de todos los Dojos. Uno podría pensar que Akame tenía razones más que de sobra para lamentarse de aquello, pero entonces sus ojos se detuvieron en la boca carnosa de Koko, y recordó el sabor de esos labios.
—¿P... Puedo ayudarte en algo? —preguntó el Uchiha, notando como se derretía cual flan.