25/07/2015, 23:22
Era una noche calurosa en el país del viento, Ichiro se trasladaba hace un buen rato a pie junto con un gran número de turistas. Todos se dirigían al Oasis de la luna.
Los planes del shinobi eran simples, llegar, conocer el lugar, tratar de encontrar algo de valor y marcharse. Hace días que estaba en ese país y no podía dejar pasar la oportunidad de conocer tan visitado lugar. Así que junto un poco de provisiones y siguiendo a un guía turístico que salió de una ciudad cercana, se dirigió al lago acompañado por una caravana de personas.
A Ichiro siempre le había causado interés la arquitectura de otros lugares, las diferentes culturas y riquezas. Tenía un don raro de apreciar todo lo que era extranjero de su país. Esto a veces lo metía en problemas y se podría decir que los lazos con las personas eran difíciles de crear y mantener al tener una vida tan “nómade”.
Y ahí estaba una vez más, lejos de su casa, impulsado por la curiosidad de saber que tenía este lago que lo hacía tan interesante, tan especial.
Dejando las huellas marcadas en la arena, amontonándose una sobre otra en aquélla gran fila de gente esperando llegar al mismo destino. Cada vez la noche se hacía más oscura, una gran luna llena iluminaba el sendero acompañada de una cantidad de estrellas infinitas que se dejaban ver en aquel amplio cielo negro intentando brillar una más que la otra.
La noche empezaba a reflejar un poco más el invierno cuando las temperaturas cálidas comenzaron a bajar, aunque no eran calientes, ni frías eran agradables.
Ichiro aburrido de contar estrellas y escuchar charlas de sus acompañantes llenas de comentarios o temas que no le llamaban la atención, tuvo la suerte de divisar a lo lejos un montón de antorchas que indicaban una especie de entrada entre dos médanos gigantes de arena.
- Ya casi hemos llegado!
Anuncio el guía, un poco veterano y con bastón, aunque había que reconocer que tenía una voz bastante fuerte para su edad. Al escuchar estas palabras, el muchacho empezó a rebasar gente por el costado del sendero, no le importaba mucho que su calzado se llenara de arena, estaba impaciente por llegar luego de haber caminado tanto rato. Fue tan rápido como pudo y llego a alcanzar el primer grupo que estaba justo detrás del guía. Pero no se detuvo ahí y continuo. Aunque cuando intento pasar al guía este lo detuvo con su bastón
- Lento pero seguro!, el desierto guarda un montón de misterios niño.- Volteo el guía a ver el rostro de Ichiro que imprudente trato de superarlo por su lado derecho – Al desierto no le gusta que lo subestimen.
Tras una sonrisa amistosa bajo de nuevo el palo de madera, este tenía muchas escrituras y una forma de camello en la punta bien tallado aunque al parecer cómodo para sujetar y apoyarse. El shinobi volvió en si y enlenteció la marcha al par de su orientador, que prácticamente juntos llegaron a susodicho lago.
Los planes del shinobi eran simples, llegar, conocer el lugar, tratar de encontrar algo de valor y marcharse. Hace días que estaba en ese país y no podía dejar pasar la oportunidad de conocer tan visitado lugar. Así que junto un poco de provisiones y siguiendo a un guía turístico que salió de una ciudad cercana, se dirigió al lago acompañado por una caravana de personas.
A Ichiro siempre le había causado interés la arquitectura de otros lugares, las diferentes culturas y riquezas. Tenía un don raro de apreciar todo lo que era extranjero de su país. Esto a veces lo metía en problemas y se podría decir que los lazos con las personas eran difíciles de crear y mantener al tener una vida tan “nómade”.
Y ahí estaba una vez más, lejos de su casa, impulsado por la curiosidad de saber que tenía este lago que lo hacía tan interesante, tan especial.
Dejando las huellas marcadas en la arena, amontonándose una sobre otra en aquélla gran fila de gente esperando llegar al mismo destino. Cada vez la noche se hacía más oscura, una gran luna llena iluminaba el sendero acompañada de una cantidad de estrellas infinitas que se dejaban ver en aquel amplio cielo negro intentando brillar una más que la otra.
La noche empezaba a reflejar un poco más el invierno cuando las temperaturas cálidas comenzaron a bajar, aunque no eran calientes, ni frías eran agradables.
Ichiro aburrido de contar estrellas y escuchar charlas de sus acompañantes llenas de comentarios o temas que no le llamaban la atención, tuvo la suerte de divisar a lo lejos un montón de antorchas que indicaban una especie de entrada entre dos médanos gigantes de arena.
- Ya casi hemos llegado!
Anuncio el guía, un poco veterano y con bastón, aunque había que reconocer que tenía una voz bastante fuerte para su edad. Al escuchar estas palabras, el muchacho empezó a rebasar gente por el costado del sendero, no le importaba mucho que su calzado se llenara de arena, estaba impaciente por llegar luego de haber caminado tanto rato. Fue tan rápido como pudo y llego a alcanzar el primer grupo que estaba justo detrás del guía. Pero no se detuvo ahí y continuo. Aunque cuando intento pasar al guía este lo detuvo con su bastón
- Lento pero seguro!, el desierto guarda un montón de misterios niño.- Volteo el guía a ver el rostro de Ichiro que imprudente trato de superarlo por su lado derecho – Al desierto no le gusta que lo subestimen.
Tras una sonrisa amistosa bajo de nuevo el palo de madera, este tenía muchas escrituras y una forma de camello en la punta bien tallado aunque al parecer cómodo para sujetar y apoyarse. El shinobi volvió en si y enlenteció la marcha al par de su orientador, que prácticamente juntos llegaron a susodicho lago.