22/09/2017, 13:22
Había estado un buen rato así, contemplando cómo el agua caía del grifo y se mezclaba con sus lágrimas en el lavabo. Era plenamente consciente de no podría estar ahí dentro toda la noche, ¿pero cómo salir? No conseguía dejar de llorar y el reflejo del espejo le mostraba unos ojos enrojecidos e hinchados que eran imposibles de disimular.
Quizás podría arreglarlo con una transformación básica...
Tres golpes la sobresaltaron. No habían sonado en la puerta, como vendría siendo lo normal, sino en la pared...
—Vamos, Ayame... Se te oye llorar —Se escuchó la voz de Daruu fuera, y Ayame se encogió sobre sí misma—. Escucha, lo siento, ¿vale? Te llamé cobarde sólo para picarte. Y luego perdí el control cuando me hiciste el Genjutsu. Pero... Pero acuérdate de los espaguetis o algo. ¡Va, venga, esto es una tontería!
Ella se mordió el labio inferior, y sus hombros se sacudieron en un sollozo aún más grande al recordar la agradable comida que habían tenido por la mañana. Quería abrir la puerta y refugiarse en sus brazos... pero no quería que la viera así. ¿Qué podía hacer...?
Y encima el agarre de Daruu le había arrugado el vestido...
Kōri seguía degustando su recién adquirida tarta de vainilla. Su gesto, siempre inamovible, no parecía reflejar ningún tipo de rechazo a estar comiéndose el postre antes de cualquier tipo de cena. De hecho, más bien parecía agradarle la idea.
Junto a él, Zetsuo y Kiroe se erguían en sus asientos con toda la dignidad que una mujer empapada de los pies a la cabeza y un hombre despeinado y con un rasgón en el cuello del traje podían reunir. Aún respiraban agitados, pero parecía que el huracán ya había pasado de largo.
En la barra, el camarero se había quedado plantado en la puerta de la cocina con dos platos en sus manos. Sus ojos, abiertos como platos en un rostro de tez pálida como la leche, trataban de dilucidar si ya era el momento adecuado para acercarse a la mesa.
—Mierda. Jodidos críos —masculló Zetsuo entre dientes, golpeando la mesa con el puño—. ¡Parece que disfrutan jodiéndonos la marrana! ¡Es la edad, dicen! ¡LA EDAD MIS COJONES! ¿Sabes qué le ha dado a Ayame ahora? —añadió, volviéndose de nuevo hacia Kiroe con sus afilados ojos aguamarina echando chispas—. ¡Que es fea! ¡No para de repetirlo una y otra vez! ¿Qué se supone que se debe hacer con eso?
Incluso Kōri dejó el cubierto sobre el plato. Cualquier podría decir que de estuperfacción, pero en realidad es que ya no había nada más que comer.
La puerta pegó un leve chasquido y se abrió con cierta lentitud. Ayame salió al fin del cuarto del baño y cuando miró a Daruu ya no había rastro de lágrimas, ni de ojos hinchados ni de mejillas enrojecidas. Sin embargo, había algo aún más preocupante...
Tenía una enorme y ridícula sonrisa abierta de oreja a oreja.
Quizás podría arreglarlo con una transformación básica...
Toc. Toc. Toc.
Tres golpes la sobresaltaron. No habían sonado en la puerta, como vendría siendo lo normal, sino en la pared...
—Vamos, Ayame... Se te oye llorar —Se escuchó la voz de Daruu fuera, y Ayame se encogió sobre sí misma—. Escucha, lo siento, ¿vale? Te llamé cobarde sólo para picarte. Y luego perdí el control cuando me hiciste el Genjutsu. Pero... Pero acuérdate de los espaguetis o algo. ¡Va, venga, esto es una tontería!
Ella se mordió el labio inferior, y sus hombros se sacudieron en un sollozo aún más grande al recordar la agradable comida que habían tenido por la mañana. Quería abrir la puerta y refugiarse en sus brazos... pero no quería que la viera así. ¿Qué podía hacer...?
Y encima el agarre de Daruu le había arrugado el vestido...
. . .
Kōri seguía degustando su recién adquirida tarta de vainilla. Su gesto, siempre inamovible, no parecía reflejar ningún tipo de rechazo a estar comiéndose el postre antes de cualquier tipo de cena. De hecho, más bien parecía agradarle la idea.
Junto a él, Zetsuo y Kiroe se erguían en sus asientos con toda la dignidad que una mujer empapada de los pies a la cabeza y un hombre despeinado y con un rasgón en el cuello del traje podían reunir. Aún respiraban agitados, pero parecía que el huracán ya había pasado de largo.
En la barra, el camarero se había quedado plantado en la puerta de la cocina con dos platos en sus manos. Sus ojos, abiertos como platos en un rostro de tez pálida como la leche, trataban de dilucidar si ya era el momento adecuado para acercarse a la mesa.
—Mierda. Jodidos críos —masculló Zetsuo entre dientes, golpeando la mesa con el puño—. ¡Parece que disfrutan jodiéndonos la marrana! ¡Es la edad, dicen! ¡LA EDAD MIS COJONES! ¿Sabes qué le ha dado a Ayame ahora? —añadió, volviéndose de nuevo hacia Kiroe con sus afilados ojos aguamarina echando chispas—. ¡Que es fea! ¡No para de repetirlo una y otra vez! ¿Qué se supone que se debe hacer con eso?
Incluso Kōri dejó el cubierto sobre el plato. Cualquier podría decir que de estuperfacción, pero en realidad es que ya no había nada más que comer.
. . .
La puerta pegó un leve chasquido y se abrió con cierta lentitud. Ayame salió al fin del cuarto del baño y cuando miró a Daruu ya no había rastro de lágrimas, ni de ojos hinchados ni de mejillas enrojecidas. Sin embargo, había algo aún más preocupante...
Tenía una enorme y ridícula sonrisa abierta de oreja a oreja.