23/09/2017, 04:47
—Por fin… He terminado la mayor de mis obras… La ultima de mis obras —suspiro Nishijima, mientras contemplaba la trinidad escultural que se erguía ante él.
—Sin duda alguna, es el culmen del arte conocido como escultura, la cúspide de tu talento cuasi divino.
El alago pareció manifestarse desde la nada con un extraño eco. Satomu tuvo que buscar con la mirada —como si creyese que alguna de sus creaciones pudiese hablarle— hasta que sus ojos dieron con el dueño de aquella voz desconocida para él; Se trataba de un sujeto de aspecto casi tan extravagante como el que usualmente cargara el mismo; alto y delgado, con cabellos negros de puntas rojizas que le llegaban hasta los hombros y con una gran capa color carmesí con ribetes y gravados en un verde metálico.
—¿Quién te crees que eres, no ves que interrumpes mi trabajo? —Aquel rostro simétrico y bronceado le era totalmente desconocido.
—Solo soy un fervoroso amante de tu trabajo, alguien que anhela ver cómo llega a su máxima expresión.
Aquel misterioso sujeto de ojos claros y celestes se quedó de pie en la entrada y comenzó a observar sus alrededores, deleitándose con las cientos de miradas pétreas que se fijaban en él. Nishijima le miro con enojo desbordado, pues pensaba que se trataba de alguna especie de fanático ricachón que había logrado colarse en su casa.
—Pudiera preguntarte que es lo que quieres, pero la verdad es que no me interesa y prefiero llamar a seguridad —confeso, mientras se acercaba a su escritorio para hacer repicar una pequeña y elaborada campana de bronce.
—Ya suponía que reaccionarias de esa forma —aseguro, mientras arrugaba el entrecejo debido al agudo sonido—, al igual que me esperaba que estuvieras en semejantes condiciones.
El escultor se encontraba totalmente acabado por la épica tarea que se había autoimpuesto: Sus ojos lucían rojos y vidriosos por el polvillo de roca, y bajo estos habían grandes bolsas oscuras. Su piel lucia seca y maltratada, al igual que su bigote, barba y cabellera estaban enmarañadas y sucias. Parecía haber envejecido una década en el transcurso de su trabajo, exhausto hasta el punto de faltarle poco para desfallecer.
—¿Acaso eres uno de esos vulgares comerciantes de arte? ¿Acaso eres un vil coleccionista? —atino a indagar, sintiéndose un poco mareado—. Pues has de saber que jamás te venderé nada. No me importa si has traído una montaña de oro contigo.
El indeseado invitado rio estridentemente y comenzó a caminar con lentitud y elegancia.
—¿Comprar, yo? Que ser tan arrogante y senil.
—Entonces, ¿qué es lo que quieres? —pregunto, sintiendo como la inquietud crecía dentro de él.
—Quiero que las cosas sean como deben ser, que tu arte alcance el grado máximo de perfección, ¡que sean dignas del honor y gloria de los dioses, dignas de mí!
—¡Deja de decir estupideces! —grito, tambaleándose un poco—. ¡Mi arte es perfecto… Yo soy un escultor perfecto!
—Pobre Nishijima Satomu —dijo el extraño, mirándole con lastima y desprecio—. No estas ni cerca de ser el dios que pretendes ser, y no estas ni cerca de comprender el verdadero potencial de tus esculturas… Pero tranquilo; estoy aquí para corregir eso… para lograr lo que este hombre débil e ignorante que tengo enfrente es incapaz de hacer.
—Te matare antes de que le pongas un dedo encima a alguna de mis esculturas —dijo en voz baja y venenosa.
—Si pudieras hacer tal cosa, ya me habrías matado tal como lo hiciste con mi colega hace tantos años —declaro, confiado mientras avanzaba con aplomo—, Pero me parece que lo que frena tu agresiva condición es que te has quedado sin chakra.
Y tenía razón, aquel último trabajo había reducido sus reservas de energía a apenas lo necesario para mantenerse consciente. Tampoco era como si tuviera idea sobre aquel chakra al que se estaba refiriendo, pero si tenía la intuición de que no podría enfrentarle como lo había hecho con aquel antiguo enemigo que le habían mencionado; aquella vez donde se sintió como en un trance, que al finalizar le encontró con las manos alrededor de la aplastada garganta de un sujeto desconocido.
—¿Qué… Que planeas hacer? —pregunto, sintiéndose presa de un pánico enorme, y de un cansancio que no le permitiría correr.
—En realidad, no planeo hacerte daño: eres una herramienta demasiado valiosa como para destruirte y me has costado demasiado tiempo y recursos como para perderte.
—Mis… mis esculturas —tartamudeo, aterrado mientras aquel hombre se le paraba enfrente.
—Tranquilo; les daré un buen uso, uno mejor del que pudieses llegar a imaginar.
Y con un gesto de su mano, el escultor cayo inconsciente, dejando escapar una última y débil pregunta:
—¿Quién eres tú?
—Soy quien redefinirá tu arte, Akahara Masanobu —Y aquella respuesta no llego a los oídos del escultor.
Masanobu se agacho y acaricio el cabello del anciano, como disculpándole por haberle causado semejante cantidad de inconvenientes. De hecho, puede que fuese hasta en agradecimiento por permitirle hacerse con semejante talento… Claro, aún faltaban cosas por hacer y obstáculos que eliminar, pero ya podía sentir la conclusión cerca.
—Son unas hermosas representaciones… representaciones de quienes me estorban —le dijo al aire, mientras apreciaba aquellas obras maestras—. No importa, ya estaba preparado para varios tipos de eventualidades… sin embargo…
»Es curioso; te llaman “aquel que le confiere a la piedra humanidad”, ya que tus obras están casi vivas… casi… Te entiendo escultor: en el fondo deseas que tus piezas de verdad tengan vida... ese es tu sueño… Bueno, yo hare realidad tu paraíso soñado, convirtiendo este palacio en un infierno y a sus habitantes en un sacrifico en el nombre del arte.
Akahara se acercó al centro del taller, admirando las cientos de figuras de piedra que le rodeaban y miraban. Alzo sus manos y luego las bajo hasta tocar el suelo con ellas, como si hiciera una profunda plegaria. De sus dedos comenzaron a emerger cientos serpientes negras formadas por infinidad de caracteres misteriosos. Pronto se convirtieron en una maraña, en una especie de enredadera parasitaria que se adhería violentamente a la superficie de cada una de las esculturas. Aquel mal se iba convirtiendo de manera inexorable en un alquitrán espeso, hirviente y hediondo que violaba la pureza de la roca, introduciéndose en la misma y contaminando el noble chakra de su interior.
—Con eso puedo dar inicio a la fase final; no dejar rastros ni testigos.
Sus palabras parecían agotadas y perdidas en el aire.
—Si los conocimientos de aquel guardia no estaban herrados, estaré lidiando con seis ninjas mas: tres novatos que caerán por mano de Satomu, dos experimentados un tanto problemáticos que no serán obstáculos para el arte de Nishijima y… aquel sujeto… No quería tener que ensuciarme las manos, pero desde que le vi en la emboscada supuse que resultaría algo inevitable, no puedo arriesgarme cuando se trata de alguien como él.
»Bueno, tengo el elemento sorpresa de mi parte; después de todo, ellos creen que me superan en número. Pobres tontos encarcelados, pobres ninjas que ya están muertos sin siquiera saberlo.
Arrojo una siniestra carcajada al aire, que reverbero con malicia en el amplio espacio vacío y abandonado que ahora era el taller de Nishijima Satomu.
Unos minutos luego de lo sucedido en el taller del gran escultor, un poco después de que su guardia personal fuese aniquilada antes de que pudiese abandonar las sombras donde se refugiaba, el palacio se encontraba bajo ataque. Aquello se había convertido en un purgatorio de donde se era imposible escapar… Puede que fuera débilmente, pero, de una u otra forma, en los lugares en donde se debía de proteger la barrera, aquellos donde ahora esperaban los jóvenes ninjas, se podía percibir que estaban bajo un gran ataque.
Columnas de humo que se perdían en el cielo, gritos que hacían eco a través de los pasillos y sacudones que recorrían las paredes… todas eran señales de lo que pronto vendría a por ellos.
—Sin duda alguna, es el culmen del arte conocido como escultura, la cúspide de tu talento cuasi divino.
El alago pareció manifestarse desde la nada con un extraño eco. Satomu tuvo que buscar con la mirada —como si creyese que alguna de sus creaciones pudiese hablarle— hasta que sus ojos dieron con el dueño de aquella voz desconocida para él; Se trataba de un sujeto de aspecto casi tan extravagante como el que usualmente cargara el mismo; alto y delgado, con cabellos negros de puntas rojizas que le llegaban hasta los hombros y con una gran capa color carmesí con ribetes y gravados en un verde metálico.
—¿Quién te crees que eres, no ves que interrumpes mi trabajo? —Aquel rostro simétrico y bronceado le era totalmente desconocido.
—Solo soy un fervoroso amante de tu trabajo, alguien que anhela ver cómo llega a su máxima expresión.
Aquel misterioso sujeto de ojos claros y celestes se quedó de pie en la entrada y comenzó a observar sus alrededores, deleitándose con las cientos de miradas pétreas que se fijaban en él. Nishijima le miro con enojo desbordado, pues pensaba que se trataba de alguna especie de fanático ricachón que había logrado colarse en su casa.
—Pudiera preguntarte que es lo que quieres, pero la verdad es que no me interesa y prefiero llamar a seguridad —confeso, mientras se acercaba a su escritorio para hacer repicar una pequeña y elaborada campana de bronce.
—Ya suponía que reaccionarias de esa forma —aseguro, mientras arrugaba el entrecejo debido al agudo sonido—, al igual que me esperaba que estuvieras en semejantes condiciones.
El escultor se encontraba totalmente acabado por la épica tarea que se había autoimpuesto: Sus ojos lucían rojos y vidriosos por el polvillo de roca, y bajo estos habían grandes bolsas oscuras. Su piel lucia seca y maltratada, al igual que su bigote, barba y cabellera estaban enmarañadas y sucias. Parecía haber envejecido una década en el transcurso de su trabajo, exhausto hasta el punto de faltarle poco para desfallecer.
—¿Acaso eres uno de esos vulgares comerciantes de arte? ¿Acaso eres un vil coleccionista? —atino a indagar, sintiéndose un poco mareado—. Pues has de saber que jamás te venderé nada. No me importa si has traído una montaña de oro contigo.
El indeseado invitado rio estridentemente y comenzó a caminar con lentitud y elegancia.
—¿Comprar, yo? Que ser tan arrogante y senil.
—Entonces, ¿qué es lo que quieres? —pregunto, sintiendo como la inquietud crecía dentro de él.
—Quiero que las cosas sean como deben ser, que tu arte alcance el grado máximo de perfección, ¡que sean dignas del honor y gloria de los dioses, dignas de mí!
—¡Deja de decir estupideces! —grito, tambaleándose un poco—. ¡Mi arte es perfecto… Yo soy un escultor perfecto!
—Pobre Nishijima Satomu —dijo el extraño, mirándole con lastima y desprecio—. No estas ni cerca de ser el dios que pretendes ser, y no estas ni cerca de comprender el verdadero potencial de tus esculturas… Pero tranquilo; estoy aquí para corregir eso… para lograr lo que este hombre débil e ignorante que tengo enfrente es incapaz de hacer.
—Te matare antes de que le pongas un dedo encima a alguna de mis esculturas —dijo en voz baja y venenosa.
—Si pudieras hacer tal cosa, ya me habrías matado tal como lo hiciste con mi colega hace tantos años —declaro, confiado mientras avanzaba con aplomo—, Pero me parece que lo que frena tu agresiva condición es que te has quedado sin chakra.
Y tenía razón, aquel último trabajo había reducido sus reservas de energía a apenas lo necesario para mantenerse consciente. Tampoco era como si tuviera idea sobre aquel chakra al que se estaba refiriendo, pero si tenía la intuición de que no podría enfrentarle como lo había hecho con aquel antiguo enemigo que le habían mencionado; aquella vez donde se sintió como en un trance, que al finalizar le encontró con las manos alrededor de la aplastada garganta de un sujeto desconocido.
—¿Qué… Que planeas hacer? —pregunto, sintiéndose presa de un pánico enorme, y de un cansancio que no le permitiría correr.
—En realidad, no planeo hacerte daño: eres una herramienta demasiado valiosa como para destruirte y me has costado demasiado tiempo y recursos como para perderte.
—Mis… mis esculturas —tartamudeo, aterrado mientras aquel hombre se le paraba enfrente.
—Tranquilo; les daré un buen uso, uno mejor del que pudieses llegar a imaginar.
Y con un gesto de su mano, el escultor cayo inconsciente, dejando escapar una última y débil pregunta:
—¿Quién eres tú?
—Soy quien redefinirá tu arte, Akahara Masanobu —Y aquella respuesta no llego a los oídos del escultor.
Masanobu se agacho y acaricio el cabello del anciano, como disculpándole por haberle causado semejante cantidad de inconvenientes. De hecho, puede que fuese hasta en agradecimiento por permitirle hacerse con semejante talento… Claro, aún faltaban cosas por hacer y obstáculos que eliminar, pero ya podía sentir la conclusión cerca.
—Son unas hermosas representaciones… representaciones de quienes me estorban —le dijo al aire, mientras apreciaba aquellas obras maestras—. No importa, ya estaba preparado para varios tipos de eventualidades… sin embargo…
»Es curioso; te llaman “aquel que le confiere a la piedra humanidad”, ya que tus obras están casi vivas… casi… Te entiendo escultor: en el fondo deseas que tus piezas de verdad tengan vida... ese es tu sueño… Bueno, yo hare realidad tu paraíso soñado, convirtiendo este palacio en un infierno y a sus habitantes en un sacrifico en el nombre del arte.
Akahara se acercó al centro del taller, admirando las cientos de figuras de piedra que le rodeaban y miraban. Alzo sus manos y luego las bajo hasta tocar el suelo con ellas, como si hiciera una profunda plegaria. De sus dedos comenzaron a emerger cientos serpientes negras formadas por infinidad de caracteres misteriosos. Pronto se convirtieron en una maraña, en una especie de enredadera parasitaria que se adhería violentamente a la superficie de cada una de las esculturas. Aquel mal se iba convirtiendo de manera inexorable en un alquitrán espeso, hirviente y hediondo que violaba la pureza de la roca, introduciéndose en la misma y contaminando el noble chakra de su interior.
—Con eso puedo dar inicio a la fase final; no dejar rastros ni testigos.
Sus palabras parecían agotadas y perdidas en el aire.
—Si los conocimientos de aquel guardia no estaban herrados, estaré lidiando con seis ninjas mas: tres novatos que caerán por mano de Satomu, dos experimentados un tanto problemáticos que no serán obstáculos para el arte de Nishijima y… aquel sujeto… No quería tener que ensuciarme las manos, pero desde que le vi en la emboscada supuse que resultaría algo inevitable, no puedo arriesgarme cuando se trata de alguien como él.
»Bueno, tengo el elemento sorpresa de mi parte; después de todo, ellos creen que me superan en número. Pobres tontos encarcelados, pobres ninjas que ya están muertos sin siquiera saberlo.
Arrojo una siniestra carcajada al aire, que reverbero con malicia en el amplio espacio vacío y abandonado que ahora era el taller de Nishijima Satomu.
***
Unos minutos luego de lo sucedido en el taller del gran escultor, un poco después de que su guardia personal fuese aniquilada antes de que pudiese abandonar las sombras donde se refugiaba, el palacio se encontraba bajo ataque. Aquello se había convertido en un purgatorio de donde se era imposible escapar… Puede que fuera débilmente, pero, de una u otra forma, en los lugares en donde se debía de proteger la barrera, aquellos donde ahora esperaban los jóvenes ninjas, se podía percibir que estaban bajo un gran ataque.
Columnas de humo que se perdían en el cielo, gritos que hacían eco a través de los pasillos y sacudones que recorrían las paredes… todas eran señales de lo que pronto vendría a por ellos.