24/09/2017, 19:25
El palacio de Nishijima se encontraba bajo un ataque a gran escala, como tomado por asalto por un ejército inclemente…
Mientras se dirigía al que habría de ser el punto de confrontación clave, Masanobu pensaba en como harían aquello jóvenes “guardianes" contra el peligro que se les aproximaba.
El primero en recibir la desagradable pero muy esperada visita del peligro fue Uchiha Akame: La puerta de la biblioteca, atrancada anteriormente, estaba siendo violentamente golpeada por lo que parecía ser una decena de hombres… Solo que se escuchaba un único golpear, con un sonido seco y rocoso, como si tratasen de abrirse pasó con un pesado ariete. De pronto, como si el infierno se liberase, la puerta voló en pedazo, convertida en un monto de astillas.
Resultaría extraordinariamente inquietante el que no se trátese de un grupo de soldados enemigos el que había irrumpido en aquel recinto… De hecho, ni siquiera era un soldado… Se trataba de una especie de inconcebible serpiente negra como el carbón, gruesa como un torso e inusualmente larga, con delgadas extremidades que terminaban en filosas garras. Al asentarse el polvo el desconcierto y el terror crecieron aún más, pues aquella criatura no era una serpiente o una criatura viviente siquiera; se trataba de una estatua, una estatua con forma de dragón, hecho en piedra negra y con unos vivaces ojos de granate con un color similar a la sangre… Y parecía estar buscando a alguien, alguien que pudiese recordar que estando en el taller de Satomu vio un enorme bloque de roca de aquel color y textura, una roca destinada a convertirse en una escultura suya.
En el sitio resguardado por Umikiba Kaido las cosas se habían descontrolado un poco más: La puerta fue brutalmente destrozada a mordiscos por lo que parecía ser una copia tanto satírica como involucionada de sí mismo. Se trataba de una enorme mole de dos metros y medio de alto, esculpida en piedra gris y con unos ojos de oxidiana negros como el fondo del mar. La criatura era una aterradora y magnifica mezcla entre lo que pudiese ser un guerrero mucho más corpulento que Yosehara y lo que solo podría ser el tiburón más grande y feroz de los mares. Al ver la forma en que se movían sus enormes fauces, dignas de la bestia a la que representaba, se hacía obvio que estaba buscando algo, o alguien, a lo cual destruir.
Aquel ser tenía un inquietante parecido, en su forma de moverse, con lo seres de arcilla que les habían atacado antes de llegar a la mansión. Solo que aquellos parecían pobres intentos de esculturas, meros clones hechos apresuradamente, pero este… Este era diferente; sus proporciones eran tan exactas y perfectas que era difícil el negar que se tratase de un ser orgánico, pues distaba mucho de actuar como una marioneta. Tal era su naturaleza, que de su superficie, como si fuese un perfume de muerte, emanaba un abundante y característico chakra… Un chakra que para el joven azulado resultaba perturbadoramente inconfundible… un chakra idéntico al de Nishijima Satomu.
Desde que había iniciado el impiadoso ataque, Hakagure Kōtetsu se preguntaba cómo es que había terminado combatiendo con la más hermosa escultura que alguna vez hubiese visto; una estatua que representaba el antiguo concepto de la parca, esculpida en una piedra de un color blanco inmaculado, con una expresión cadavérica en donde había ausencia de ojos.
La criatura se movía de forma implacable, destrozando la cristalería del solario a medida que buscaba un alma para cosechar con su guadaña de mano. Su velocidad resultaba considerable, tomando en cuenta que portaba un velo hecho de muchísimas escamas de piedra finamente talladas y unidas. Al Hakagurē no le tomo mucho el concluir que aquella era una creación de “aquel que le confería a la piedra humanidad”, pues no creía que hubiese otra persona capaz de crear tan perfecta y hermosa figura y representación de una muerte pura… Tampoco le costó mucho el comprender que aquel ser artificial buscaba matarle a él particularmente, ignorando a los otros a menos que se atravesaran en su camino o le atacasen. Aquella parecía se la dura naturaleza de aquellos seres de piedra.
Akahara sonreía victoriosamente mientras se deleitaba con el caos desatado, con el infierno creado por él. Le satisfacía pensar que todos los allí presentes serian asesinados simbólicamente por las manos de Nishijima Satomu, y literalmente por las que fuesen sus creaciones. Lo cierto es que no esperaba que su técnica para vitalizar seres inanimados funcionase tan bien, pero, siendo una habilidad que dependía de que tan perfecta fuese la representación, resultaba comprensible que del trabajo de aquel escultor se pudiese obtener tan maravilloso resultado… quizás demasiado, pues las estatuas tenían tanto chakra que el formulado se quedaba corto y resultaba difícil manejar tal masa de energía y sacarles el máximo provecho… Pero pese a todos los inconvenientes, ahora tenía a un pequeño ejército con corazón de piedra dispuesto a cumplir cada una de sus órdenes.
—Esto es extraordinario —le dijo al inconsciente artista—. Tus creaciones no tiene ni un ápice de voluntad, pero resultan lo suficientemente inteligentes como para ordenarles buscar objetivos… Y suficientemente hermosas como para sentirse honrado de morir en sus frías manos.
No podía evitar esbozar una sonrisa mientras imagina lo poéticamente hermoso que sería el que aquellos jóvenes genin fuesen muertos por aquellas esculturas que representaban su propia esencia.
Mientras se dirigía al que habría de ser el punto de confrontación clave, Masanobu pensaba en como harían aquello jóvenes “guardianes" contra el peligro que se les aproximaba.
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El primero en recibir la desagradable pero muy esperada visita del peligro fue Uchiha Akame: La puerta de la biblioteca, atrancada anteriormente, estaba siendo violentamente golpeada por lo que parecía ser una decena de hombres… Solo que se escuchaba un único golpear, con un sonido seco y rocoso, como si tratasen de abrirse pasó con un pesado ariete. De pronto, como si el infierno se liberase, la puerta voló en pedazo, convertida en un monto de astillas.
Resultaría extraordinariamente inquietante el que no se trátese de un grupo de soldados enemigos el que había irrumpido en aquel recinto… De hecho, ni siquiera era un soldado… Se trataba de una especie de inconcebible serpiente negra como el carbón, gruesa como un torso e inusualmente larga, con delgadas extremidades que terminaban en filosas garras. Al asentarse el polvo el desconcierto y el terror crecieron aún más, pues aquella criatura no era una serpiente o una criatura viviente siquiera; se trataba de una estatua, una estatua con forma de dragón, hecho en piedra negra y con unos vivaces ojos de granate con un color similar a la sangre… Y parecía estar buscando a alguien, alguien que pudiese recordar que estando en el taller de Satomu vio un enorme bloque de roca de aquel color y textura, una roca destinada a convertirse en una escultura suya.
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En el sitio resguardado por Umikiba Kaido las cosas se habían descontrolado un poco más: La puerta fue brutalmente destrozada a mordiscos por lo que parecía ser una copia tanto satírica como involucionada de sí mismo. Se trataba de una enorme mole de dos metros y medio de alto, esculpida en piedra gris y con unos ojos de oxidiana negros como el fondo del mar. La criatura era una aterradora y magnifica mezcla entre lo que pudiese ser un guerrero mucho más corpulento que Yosehara y lo que solo podría ser el tiburón más grande y feroz de los mares. Al ver la forma en que se movían sus enormes fauces, dignas de la bestia a la que representaba, se hacía obvio que estaba buscando algo, o alguien, a lo cual destruir.
Aquel ser tenía un inquietante parecido, en su forma de moverse, con lo seres de arcilla que les habían atacado antes de llegar a la mansión. Solo que aquellos parecían pobres intentos de esculturas, meros clones hechos apresuradamente, pero este… Este era diferente; sus proporciones eran tan exactas y perfectas que era difícil el negar que se tratase de un ser orgánico, pues distaba mucho de actuar como una marioneta. Tal era su naturaleza, que de su superficie, como si fuese un perfume de muerte, emanaba un abundante y característico chakra… Un chakra que para el joven azulado resultaba perturbadoramente inconfundible… un chakra idéntico al de Nishijima Satomu.
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Desde que había iniciado el impiadoso ataque, Hakagure Kōtetsu se preguntaba cómo es que había terminado combatiendo con la más hermosa escultura que alguna vez hubiese visto; una estatua que representaba el antiguo concepto de la parca, esculpida en una piedra de un color blanco inmaculado, con una expresión cadavérica en donde había ausencia de ojos.
La criatura se movía de forma implacable, destrozando la cristalería del solario a medida que buscaba un alma para cosechar con su guadaña de mano. Su velocidad resultaba considerable, tomando en cuenta que portaba un velo hecho de muchísimas escamas de piedra finamente talladas y unidas. Al Hakagurē no le tomo mucho el concluir que aquella era una creación de “aquel que le confería a la piedra humanidad”, pues no creía que hubiese otra persona capaz de crear tan perfecta y hermosa figura y representación de una muerte pura… Tampoco le costó mucho el comprender que aquel ser artificial buscaba matarle a él particularmente, ignorando a los otros a menos que se atravesaran en su camino o le atacasen. Aquella parecía se la dura naturaleza de aquellos seres de piedra.
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Akahara sonreía victoriosamente mientras se deleitaba con el caos desatado, con el infierno creado por él. Le satisfacía pensar que todos los allí presentes serian asesinados simbólicamente por las manos de Nishijima Satomu, y literalmente por las que fuesen sus creaciones. Lo cierto es que no esperaba que su técnica para vitalizar seres inanimados funcionase tan bien, pero, siendo una habilidad que dependía de que tan perfecta fuese la representación, resultaba comprensible que del trabajo de aquel escultor se pudiese obtener tan maravilloso resultado… quizás demasiado, pues las estatuas tenían tanto chakra que el formulado se quedaba corto y resultaba difícil manejar tal masa de energía y sacarles el máximo provecho… Pero pese a todos los inconvenientes, ahora tenía a un pequeño ejército con corazón de piedra dispuesto a cumplir cada una de sus órdenes.
—Esto es extraordinario —le dijo al inconsciente artista—. Tus creaciones no tiene ni un ápice de voluntad, pero resultan lo suficientemente inteligentes como para ordenarles buscar objetivos… Y suficientemente hermosas como para sentirse honrado de morir en sus frías manos.
No podía evitar esbozar una sonrisa mientras imagina lo poéticamente hermoso que sería el que aquellos jóvenes genin fuesen muertos por aquellas esculturas que representaban su propia esencia.