24/09/2017, 21:42
(Última modificación: 24/09/2017, 21:43 por Uchiha Akame.)
Una figura solitaria salió a la luz del Sol veraniego por una de las dos puertas de la arena. Para Akame, aquel era un camino que había llegado a conocer muy bien; por eso mismo —pese a que esa vez era distinto—, no se notó nervioso. Más bien gozaba de la calma y el aplomo del profesional que conoce muy bien cuál es su trabajo y que se espera de él.
El muchacho vestía una camiseta negra de mangas largas y cuello alto, pero abierta desde el cuello hasta la altura del pecho para mitigar el calor. Llevaba guantes ninja de tela azul en ambas manos —con cortes para todos los dedos— y pantalones pesqueros de color arena. En los pies, sus fieles botas ninja color negro. La bandana del Remolino lucía orgullosa en su frente, a la espalda cruzado su viejo ninjatō y en la espalda, fuertemente sujeto a su cinturón, su portaobjetos.
Akame ni siquiera miró al público. Le parecía irrelevante, no como en los primeros combates donde el rugido de la multitud muchas veces le revolvía el estómago de puros nervios. Sólo alzó la vista hacia el palco de los Kage, tras subir las escaleras del tatami y colocarse en posición, para hacer una profunda reverencia.
Luego sus ojos se volvieron rojos como la sangre que estaba a punto de ser derramada, y simplemente esperó.
El muchacho vestía una camiseta negra de mangas largas y cuello alto, pero abierta desde el cuello hasta la altura del pecho para mitigar el calor. Llevaba guantes ninja de tela azul en ambas manos —con cortes para todos los dedos— y pantalones pesqueros de color arena. En los pies, sus fieles botas ninja color negro. La bandana del Remolino lucía orgullosa en su frente, a la espalda cruzado su viejo ninjatō y en la espalda, fuertemente sujeto a su cinturón, su portaobjetos.
Akame ni siquiera miró al público. Le parecía irrelevante, no como en los primeros combates donde el rugido de la multitud muchas veces le revolvía el estómago de puros nervios. Sólo alzó la vista hacia el palco de los Kage, tras subir las escaleras del tatami y colocarse en posición, para hacer una profunda reverencia.
Luego sus ojos se volvieron rojos como la sangre que estaba a punto de ser derramada, y simplemente esperó.