24/09/2017, 21:44
(Última modificación: 24/09/2017, 21:49 por Umikiba Kaido.)
Desde ahí arriba, en el trampolín; el escualo pudo ver en primera fila la entrada triunfal de aquella bestia que consumía todo a su paso mordisco a mordisco. Lo que una vez fue una puerta, ahora era un montón de astillas trituradas por la piedra que conformaba sus enormes fauces que comprimían sin contemplación todo lo que entraba ahí entre sus colmillos de piedra caliza.
Los ojos de obsidiana buscaron intensamente en la habitación, inclemente ante la posibilidad de encontrar a su víctima.
Sólo entonces el gyojin pudo ver en su totalidad la magnitud de aquel enemigo: una enorme estatua de tiburón creada a la viva imagen y semejanza de su persona, aunque excesivamente corpulento y mucho más grande que cualquier bestia mítica a la que se haya podido ver nunca. Y a pesar de estar constituido de piedra, sus articulaciones de roca se movían tan vivas como las del propio Kaido, aunque él ya sabía de dónde provenía semejante poder.
El chakra que le envolvía era inconfundible, tanto que les delataba: Nishijima Satomu era ahora una marioneta del enemigo. Y habían encontrado la manera de usar ese poder que se antojaba incontrolable, para crear a un oponente formidable y temido como el que ahora tenía en frente. Un reto que para ser superado, necesitarían mínimo de un milagro que les permitiera sobreponerse al obstáculo pedrusco que se movía ferozmente frente a un envalentonado escualo que tragó saliva al comprender la magnitud de su semejante, de su par.
«Bueno, llegó la maldita hora de probarte a ti mismo. Además, como dejes que otro puto tiburón te gane en combate serás la vergüenza de todos los mares de Oonindo. Y eso no lo voy a permitir, así que... »
Umikiba Kaido tronó sus dedos, y el agua en su interior vibró intensamente.
—Aquí estoy, hijo de puta. ¡Ven a por mí, y veamos qué tiburón es el que muerde más fuerte!
Así pues, la orden fue dada. De los dos laterales que cubrían la puerta, uno de los guardias movió su naginata por encima de su cabeza para atraer la atención del tiburón sediento de sangre. No obstante, aquello no fue sino una evidente distracción para que el segundo hombre al mando del escualo —quizás el más resuelto de los dos, tan delgado como ágil aunque de hombros fuertes que le permitieran soportar el peso de su arma curvada de larga distancia— hiciera su movimiento desde una distancia prudente, dejando que su proyectil en forma de flecha viajara a grandes velocidades hacia la piel de la estatua.
Aquella flecha se clavaría en la piedra, a su vez de que una riada acuática con la fuerza de la tempestad golpearía también al tiburón gris por su frente.
pero eso no sería todo, le bastó otro sello al gyojin para que aquel papel explosivo que se encontraba previamente atado a la flecha reaccionara al chakra de su dueño, generando una fuerte explosión ahí a la diestra de aquella espalda de piedra maciza.
Los ojos de obsidiana buscaron intensamente en la habitación, inclemente ante la posibilidad de encontrar a su víctima.
Sólo entonces el gyojin pudo ver en su totalidad la magnitud de aquel enemigo: una enorme estatua de tiburón creada a la viva imagen y semejanza de su persona, aunque excesivamente corpulento y mucho más grande que cualquier bestia mítica a la que se haya podido ver nunca. Y a pesar de estar constituido de piedra, sus articulaciones de roca se movían tan vivas como las del propio Kaido, aunque él ya sabía de dónde provenía semejante poder.
El chakra que le envolvía era inconfundible, tanto que les delataba: Nishijima Satomu era ahora una marioneta del enemigo. Y habían encontrado la manera de usar ese poder que se antojaba incontrolable, para crear a un oponente formidable y temido como el que ahora tenía en frente. Un reto que para ser superado, necesitarían mínimo de un milagro que les permitiera sobreponerse al obstáculo pedrusco que se movía ferozmente frente a un envalentonado escualo que tragó saliva al comprender la magnitud de su semejante, de su par.
«Bueno, llegó la maldita hora de probarte a ti mismo. Además, como dejes que otro puto tiburón te gane en combate serás la vergüenza de todos los mares de Oonindo. Y eso no lo voy a permitir, así que... »
Umikiba Kaido tronó sus dedos, y el agua en su interior vibró intensamente.
—Aquí estoy, hijo de puta. ¡Ven a por mí, y veamos qué tiburón es el que muerde más fuerte!
Así pues, la orden fue dada. De los dos laterales que cubrían la puerta, uno de los guardias movió su naginata por encima de su cabeza para atraer la atención del tiburón sediento de sangre. No obstante, aquello no fue sino una evidente distracción para que el segundo hombre al mando del escualo —quizás el más resuelto de los dos, tan delgado como ágil aunque de hombros fuertes que le permitieran soportar el peso de su arma curvada de larga distancia— hiciera su movimiento desde una distancia prudente, dejando que su proyectil en forma de flecha viajara a grandes velocidades hacia la piel de la estatua.
Aquella flecha se clavaría en la piedra, a su vez de que una riada acuática con la fuerza de la tempestad golpearía también al tiburón gris por su frente.
pero eso no sería todo, le bastó otro sello al gyojin para que aquel papel explosivo que se encontraba previamente atado a la flecha reaccionara al chakra de su dueño, generando una fuerte explosión ahí a la diestra de aquella espalda de piedra maciza.