24/09/2017, 22:01
(Última modificación: 24/09/2017, 22:04 por Uchiha Akame.)
Y de nuevo, la realidad. Como un persistente incordio, como ese mosquito que no para de zumbar en la habitación durante toda la noche sin dejarte dormir. Como la alarma del reloj que te despierta cuando estás en el momento más dulce del sueño. Eso era lo que Akame tenía en contra. Solo que esa vez, aquella fuerza imparable actuó a través del cuerpo de Senju Nabi, que ni corto ni perezoso le dejó un zurullo en plena puerta.
Akame se incorporó cuando Koko se levantó de encima suya y, poniéndose la primera camiseta que encontró, abrió la puerta.
«Por las tetas de Amaterasu... Los dioses deben odiarme profundamente», se lamentó el Uchiha. Ni idea tenía de qué era lo que había hecho para ofenderlos de tal modo, pero sí era consciente de una cosa. El poder de la venganza estaba en su mano, y pretendía usarlo.
—Claro, Koko-san, mi espalda te lo agradecería... —«mi espalda y todo mi ser», quiso decir, pero se contuvo—. Sólo dame un momento.
El Uchiha hizo una simple cadena de sellos y escupió un torrente de cenizas que acabó adoptando su misma forma. Luego, repitió la operación. Tras intercambiar algunas palabras susurradas con sus clones, el shinobi invitó a su compañera a indicarle el camino.
Una vez la pareja se hubiese ido al otro lado de las dependencias de Nantōnoya, el clon de ceniza se pondría manos a la obra. Con una bolsa de papel que horas antes había contenido algo de fruta y verdura recogió la mierda del suelo del pasillo, tratando de que quedara contenida en el papel en su forma original. Incluso le echó un chorrito muy pequeño de agua para evitar que se secara en exceso.
«Paciencia, AkameDos, paciencia... Ya llegará tu momento de gloria, ya...», pensaba la pobre copia mientras abría la ventana del cuarto todavía con la bolsa en la mano.
El otro clon tomó un estropajo y una cubeta con agua y en apenas un par de minutos el suelo quedó limpio y perfumado. Luego cerró bien la ventana por dentro y se deshizo en una voluta de cenizas.
Mientras tanto, el otro clon había salido al fresco de la noche veraniega con la bolsa en la mano, aun sin cerrar. Bajó por el muro de la residencia usando su caminata vertical y caminó un par de pasos hasta encontrar una piedra de aceptable tamaño; algo más pequeña que su puño. La metió en la bolsa y la cerró.
Momentos después —siempre asegurándose de que nadie le estuviera viendo— el Haijinbunshin había escalado de vuelta al muro pero, en lugar de pararse junto a la ventana del cuarto de Akame, avanzó sigilosamente hasta la de la habitación de Nabi.
«Yippi Kai Yei, hijo de fruta».
El clon zarandeó su brazo y arrojó la bolsa con la mierda y la piedra directamente contra la ventana de Nabi. Dado que la disposición de todas las habitaciones era la misma, el clon pudo calcular fácilmente desde qué ángulo debía lanzar la ofrenda para que cayese justo en la cama del inquilino.
Si la ventana estaba abierta, Nabi recibiría el regalo directamente en pleno rostro. Lo mismo ocurriría si estaba cerrada, solo que entonces se oiría el impacto de los cristales al romperse. Sea como fuere, el clon desapareció de forma idéntica al anterior.
Akame se incorporó cuando Koko se levantó de encima suya y, poniéndose la primera camiseta que encontró, abrió la puerta.
«Por las tetas de Amaterasu... Los dioses deben odiarme profundamente», se lamentó el Uchiha. Ni idea tenía de qué era lo que había hecho para ofenderlos de tal modo, pero sí era consciente de una cosa. El poder de la venganza estaba en su mano, y pretendía usarlo.
—Claro, Koko-san, mi espalda te lo agradecería... —«mi espalda y todo mi ser», quiso decir, pero se contuvo—. Sólo dame un momento.
El Uchiha hizo una simple cadena de sellos y escupió un torrente de cenizas que acabó adoptando su misma forma. Luego, repitió la operación. Tras intercambiar algunas palabras susurradas con sus clones, el shinobi invitó a su compañera a indicarle el camino.
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Una vez la pareja se hubiese ido al otro lado de las dependencias de Nantōnoya, el clon de ceniza se pondría manos a la obra. Con una bolsa de papel que horas antes había contenido algo de fruta y verdura recogió la mierda del suelo del pasillo, tratando de que quedara contenida en el papel en su forma original. Incluso le echó un chorrito muy pequeño de agua para evitar que se secara en exceso.
«Paciencia, AkameDos, paciencia... Ya llegará tu momento de gloria, ya...», pensaba la pobre copia mientras abría la ventana del cuarto todavía con la bolsa en la mano.
El otro clon tomó un estropajo y una cubeta con agua y en apenas un par de minutos el suelo quedó limpio y perfumado. Luego cerró bien la ventana por dentro y se deshizo en una voluta de cenizas.
Mientras tanto, el otro clon había salido al fresco de la noche veraniega con la bolsa en la mano, aun sin cerrar. Bajó por el muro de la residencia usando su caminata vertical y caminó un par de pasos hasta encontrar una piedra de aceptable tamaño; algo más pequeña que su puño. La metió en la bolsa y la cerró.
Momentos después —siempre asegurándose de que nadie le estuviera viendo— el Haijinbunshin había escalado de vuelta al muro pero, en lugar de pararse junto a la ventana del cuarto de Akame, avanzó sigilosamente hasta la de la habitación de Nabi.
«Yippi Kai Yei, hijo de fruta».
El clon zarandeó su brazo y arrojó la bolsa con la mierda y la piedra directamente contra la ventana de Nabi. Dado que la disposición de todas las habitaciones era la misma, el clon pudo calcular fácilmente desde qué ángulo debía lanzar la ofrenda para que cayese justo en la cama del inquilino.
Si la ventana estaba abierta, Nabi recibiría el regalo directamente en pleno rostro. Lo mismo ocurriría si estaba cerrada, solo que entonces se oiría el impacto de los cristales al romperse. Sea como fuere, el clon desapareció de forma idéntica al anterior.