25/09/2017, 02:38
La negra criatura de piedra fue atacada con un osado y certero movimiento en forma de pinza, pero su serpentina figura era demasiado ágil como para ser de piedra, demasiado escurridiza como para que aquellos ataques le alcanzasen. Se irguió en toda su extensión y se preparó para acometer contra aquel par de sujetos que se creían a salvo tras unas pobres barricadas, muros hechos para contener hombres, no dragones. Pero, como si quisiesen demostrarle que los dragones de verdad poseen aliento de fuego, una trinidad de saetas flamígeras se estrelló contra su cráneo al tiempo que alzaba la vista.
Aquellas bolas de fuego resultaban terribles, pues en su interior, cual meteoritos, yacían ocultas estrellas de acero… eran estrellas ardientes y fugases que impactaron con fuerza contra su rocoso cuerpo. Y aunque no eran suficiente como para quebrar su ser, si le provocaron un daño grave y desafiante.
Las llamas se apagaron y el sonido del metal contra la piedra fue sucedido por el rebotar de unos shurikens que, yaciendo al rojo vivo, salieron disparados en todas direcciones, calcinando aquello donde terminasen. Como reaccionando a semejante afrenta, la criatura comenzó a agitarse violentamente, enfurecida, mas no dolida, ya que era incapaz de sentir dolor, pero si la ira de quien le dio vida.
Evocando las antiguas leyendas de los dragones que danzaban a través del cielo, de montañas y acantilados, el serpentino ser salió disparado velozmente hacia la pared más cercana. Ayudado por el agarre de sus extremidades, se movía con una velocidad y sinuosidad que resultaba casi imposible de seguir, aun con el virtuoso Sharingan del Uchiha. Se deslizaba a través de libreros y paredes, desapareciendo por momentos de la vista del joven… Hasta que en cierto punto lo perdió por completo… Para cuando su agiles ojos lograran localizarlo, se encontraría con aquella mirada color sangre que descendía desde el techo formando una negra espiral. La criatura hizo uso de la fuerza giratoria generada por su movimiento y estampo un coletazo contra el costado del ninja.
Aquel fue un golpe feroz como un huracán, capaz de levantar a Akame del suelo y arrojarlo violentamente contra un librero que terminaría cayendo junto con en él en una lluvia de páginas amarillentas… Lo peor del caso resultaría ser que el daño no había sido solo físico, pues al muchacho le había quedado claro que con aquel ataque la bestia había tomado un poco de su chakra; aquel repentino cansancio como el de los entrenamiento no tenía otra explicación.
Al escuchar los desafiantes gritos del joven azulado, la bestia de piedra alzo su extraña cabeza y fijo aquella muerta mirada en su presa, al tiempo que habría sus fauces como si presaboreará su azulada carne.
Como si fuese una especie de criatura demente y patética uno de los soldados dirigidos por Kaido salió de un lateral agitando una vara que se antoja pequeña comparada con aquella mole de roca. La enorme fisonomía de la criatura le permitió acercarse de una zancada al lancero, demostrándole que aquello que consideraba como una distancia segura era más bien una lastimera ilusión. El tiburón gris tomo al hombre por la cabeza con una fuerza casi capas de deformar su casco, lo que para el mismo sería un agarre suave. Lo alzo como si fuese un pequeño mono cuyos chillidos de terror le resultaban incompresibles, y abrió sus enormes fauces dispuesto a decapitarlo, a destrozar su cuello y derramar su inútil sangre caliente.
De pronto, y milagrosamente para el hombre atrapado, una flecha se aproximó hasta la bestia; pero en un reflejo de pura pericia asesina la atrapo entre sus fauces. Sin embargo, aquello no era más que una mera distracción. Desde más allá de su campo de visión, le llego una enorme y furiosa ola que basto para derribar su formidable cuerpo… Y la bestia trato de levantarse, pero su poderoso instinto de no abrir las fauces le traiciono cuando la flecha exploto justo en su hocico, volándole algunos dientes.
La escultura se levantó con una cólera fría; yacía como furiosa por haber sido engañada por semejante carnada, pero serena debido a su poderosa superioridad depredadora. Y puede que su muerta expresión no diera pruebas de ello, pero era consciente de que su contraparte era en parte como un tiburón y en parte como un débil humano. En cambio él era parte piedra y parte tiburón, todo máquina de matar.
Yendo contra lo que se creyese posible, la bestia se arrojó de cabeza contra el suelo, penetrando en el mismo con la facilidad con que un pez lo haría en el agua. Al principio produjo un leve temblor, y luego vibraciones, pero finalmente, al ganar profundidad, se perdió todo rastro de su existencia. Los ignorantes soldados debieron de creer que lo habían expulsado, pero Kaido entendía lo que sucedía, conocía la aterradora verdad: Puede que lo estuviese haciendo en tierra, pero aquella era, sin lugar a dudas, la táctica de casa del gran tiburón blanco, desaparecer para luego otorgar una muerte violenta e instantánea.
De pronto, emulando la leyenda de los tiburones que saltaban con sus presas en las fauces varios metros por encima del agua, la bestia aparecería justo en frente del Umukiba, dándole un golpe brutal que le quito parte de los años que le quedaban de vida y parte de su chakra, a la vez que lo arrojaba muy alto para luego caer en el agua. La embestida no fue como chocar contra un muro de ladrillos, fue como si una muralla de roca solida avance a toda velocidad contra su azulado ser.
El joven Hakagurē se encontraba huyendo de la muerte, corriendo de un sitio a otro evitando que le diera alcance.
Aquella estatua tenía manos y facciones esqueléticas, y aun así demostraba ser fuerte como el destino; pues cada vez que chocaba su guadaña contra el arma del joven, provocaba que a este se le agarrotaran los músculos debido al impacto. Resultaba tan decidida e implacable en el combate cercano, sin cansancio o la necesidad de tomarse un respiro, sin siquiera dudar o sentir temor. Aquella resultaba la primera vez en mucho tiempo que Kōtetsu se veía totalmente superado en un enfrentamiento cuerpo a cuerpo, obligado a mantener una defensa casi permanente.
Al joven le acompañaban un soldado que portaba una pequeña pero certera ballesta, quien debía servirle de apoyo. Y también le acompañaba un sujeto que portaba un robusto Jō, con el cual parecía ser muy hábil. Sin embargo, el joven le pidió con alarmante calma que se mantuviera a distancia; aquellos golpes mortales habrían destrozado fácilmente la dura madera de aquel bastón, y posiblemente también habría destruido otras armas de metal, por lo que Bohimei era la única cosa que podía interponerse entre él y la blanca muerte.
Era increíble y aterrador el como una Kama de piedra podía ser tan increíblemente filosa y pesada.
La suerte pareció sonreírle al joven que se mantenía sereno delante de la muerte cuando esta pareció perder el equilibrio sobre un monto de vidrios molidos —la desventaja de no poderse sujetar al suelo utilizando chakra—. Aquel que portaba la ballesta disparo un dardo que dio en el filo de la guadaña de mano; fue entonces que la muerte fijo su mirada sin ojos sobre él. Kōtetsu aprovecho la oportunidad para comenzar a cargar chakra en su espada, esperando que llegase la oportunidad de usarlo.
La parca se abalanzo contra el soldado con intenciones de partirlo en dos mientras este cargaba otro virote, pero, en un acto imprudente y heroico, aquel que portaba el bastón le detuvo, reteniéndola por la muñeca, sintiendo como sus hombros y espalda crujían bajo el peso de la muerte mientras sus rodillas se clavaban en el suelo. Justo cuando estaba por comenzar a ver pasar su vida frente a sus ojos, apareció el peliblanco apartándolo para liberar una miríada de almas grises y atormentadas que habrían de golpear a aquel ser con la fuerza de los muertos.
El cuerpo de la escultura, no más grande que el de un soldado promedio, salió rodando hasta caer por uno de los bordes del solario, hacia un precipicio que habría de llevar a la parte baja del palacio.
El de ojos grises habría de sentirse a salvo, hasta que una abominable figura eclipso el sol por sobre su cabeza… Un ángel de la muerte: la capa de la escultura se había levantado para revelar un par de magnificas alas blancas como el hueso. Antes de que pudiera siquiera levantar su espada, la criatura se abalanzo contra él cual buitre sobre carroña, posando su esquelética mano sobre su rostro mientras lo deslizaba brutalmente contra el suelo, destrozando las baldosas que se atravesasen, marcando un profundo surco donde habría de ser cosechada su alma… En aquella arremetida Kōtetsu pudo sentir como la vida escapaba de sus músculos y como el chakra escapaba del interior de su cuerpo.
Aquellas bolas de fuego resultaban terribles, pues en su interior, cual meteoritos, yacían ocultas estrellas de acero… eran estrellas ardientes y fugases que impactaron con fuerza contra su rocoso cuerpo. Y aunque no eran suficiente como para quebrar su ser, si le provocaron un daño grave y desafiante.
Las llamas se apagaron y el sonido del metal contra la piedra fue sucedido por el rebotar de unos shurikens que, yaciendo al rojo vivo, salieron disparados en todas direcciones, calcinando aquello donde terminasen. Como reaccionando a semejante afrenta, la criatura comenzó a agitarse violentamente, enfurecida, mas no dolida, ya que era incapaz de sentir dolor, pero si la ira de quien le dio vida.
Evocando las antiguas leyendas de los dragones que danzaban a través del cielo, de montañas y acantilados, el serpentino ser salió disparado velozmente hacia la pared más cercana. Ayudado por el agarre de sus extremidades, se movía con una velocidad y sinuosidad que resultaba casi imposible de seguir, aun con el virtuoso Sharingan del Uchiha. Se deslizaba a través de libreros y paredes, desapareciendo por momentos de la vista del joven… Hasta que en cierto punto lo perdió por completo… Para cuando su agiles ojos lograran localizarlo, se encontraría con aquella mirada color sangre que descendía desde el techo formando una negra espiral. La criatura hizo uso de la fuerza giratoria generada por su movimiento y estampo un coletazo contra el costado del ninja.
Aquel fue un golpe feroz como un huracán, capaz de levantar a Akame del suelo y arrojarlo violentamente contra un librero que terminaría cayendo junto con en él en una lluvia de páginas amarillentas… Lo peor del caso resultaría ser que el daño no había sido solo físico, pues al muchacho le había quedado claro que con aquel ataque la bestia había tomado un poco de su chakra; aquel repentino cansancio como el de los entrenamiento no tenía otra explicación.
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Al escuchar los desafiantes gritos del joven azulado, la bestia de piedra alzo su extraña cabeza y fijo aquella muerta mirada en su presa, al tiempo que habría sus fauces como si presaboreará su azulada carne.
Como si fuese una especie de criatura demente y patética uno de los soldados dirigidos por Kaido salió de un lateral agitando una vara que se antoja pequeña comparada con aquella mole de roca. La enorme fisonomía de la criatura le permitió acercarse de una zancada al lancero, demostrándole que aquello que consideraba como una distancia segura era más bien una lastimera ilusión. El tiburón gris tomo al hombre por la cabeza con una fuerza casi capas de deformar su casco, lo que para el mismo sería un agarre suave. Lo alzo como si fuese un pequeño mono cuyos chillidos de terror le resultaban incompresibles, y abrió sus enormes fauces dispuesto a decapitarlo, a destrozar su cuello y derramar su inútil sangre caliente.
De pronto, y milagrosamente para el hombre atrapado, una flecha se aproximó hasta la bestia; pero en un reflejo de pura pericia asesina la atrapo entre sus fauces. Sin embargo, aquello no era más que una mera distracción. Desde más allá de su campo de visión, le llego una enorme y furiosa ola que basto para derribar su formidable cuerpo… Y la bestia trato de levantarse, pero su poderoso instinto de no abrir las fauces le traiciono cuando la flecha exploto justo en su hocico, volándole algunos dientes.
La escultura se levantó con una cólera fría; yacía como furiosa por haber sido engañada por semejante carnada, pero serena debido a su poderosa superioridad depredadora. Y puede que su muerta expresión no diera pruebas de ello, pero era consciente de que su contraparte era en parte como un tiburón y en parte como un débil humano. En cambio él era parte piedra y parte tiburón, todo máquina de matar.
Yendo contra lo que se creyese posible, la bestia se arrojó de cabeza contra el suelo, penetrando en el mismo con la facilidad con que un pez lo haría en el agua. Al principio produjo un leve temblor, y luego vibraciones, pero finalmente, al ganar profundidad, se perdió todo rastro de su existencia. Los ignorantes soldados debieron de creer que lo habían expulsado, pero Kaido entendía lo que sucedía, conocía la aterradora verdad: Puede que lo estuviese haciendo en tierra, pero aquella era, sin lugar a dudas, la táctica de casa del gran tiburón blanco, desaparecer para luego otorgar una muerte violenta e instantánea.
De pronto, emulando la leyenda de los tiburones que saltaban con sus presas en las fauces varios metros por encima del agua, la bestia aparecería justo en frente del Umukiba, dándole un golpe brutal que le quito parte de los años que le quedaban de vida y parte de su chakra, a la vez que lo arrojaba muy alto para luego caer en el agua. La embestida no fue como chocar contra un muro de ladrillos, fue como si una muralla de roca solida avance a toda velocidad contra su azulado ser.
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El joven Hakagurē se encontraba huyendo de la muerte, corriendo de un sitio a otro evitando que le diera alcance.
Aquella estatua tenía manos y facciones esqueléticas, y aun así demostraba ser fuerte como el destino; pues cada vez que chocaba su guadaña contra el arma del joven, provocaba que a este se le agarrotaran los músculos debido al impacto. Resultaba tan decidida e implacable en el combate cercano, sin cansancio o la necesidad de tomarse un respiro, sin siquiera dudar o sentir temor. Aquella resultaba la primera vez en mucho tiempo que Kōtetsu se veía totalmente superado en un enfrentamiento cuerpo a cuerpo, obligado a mantener una defensa casi permanente.
Al joven le acompañaban un soldado que portaba una pequeña pero certera ballesta, quien debía servirle de apoyo. Y también le acompañaba un sujeto que portaba un robusto Jō, con el cual parecía ser muy hábil. Sin embargo, el joven le pidió con alarmante calma que se mantuviera a distancia; aquellos golpes mortales habrían destrozado fácilmente la dura madera de aquel bastón, y posiblemente también habría destruido otras armas de metal, por lo que Bohimei era la única cosa que podía interponerse entre él y la blanca muerte.
Era increíble y aterrador el como una Kama de piedra podía ser tan increíblemente filosa y pesada.
La suerte pareció sonreírle al joven que se mantenía sereno delante de la muerte cuando esta pareció perder el equilibrio sobre un monto de vidrios molidos —la desventaja de no poderse sujetar al suelo utilizando chakra—. Aquel que portaba la ballesta disparo un dardo que dio en el filo de la guadaña de mano; fue entonces que la muerte fijo su mirada sin ojos sobre él. Kōtetsu aprovecho la oportunidad para comenzar a cargar chakra en su espada, esperando que llegase la oportunidad de usarlo.
La parca se abalanzo contra el soldado con intenciones de partirlo en dos mientras este cargaba otro virote, pero, en un acto imprudente y heroico, aquel que portaba el bastón le detuvo, reteniéndola por la muñeca, sintiendo como sus hombros y espalda crujían bajo el peso de la muerte mientras sus rodillas se clavaban en el suelo. Justo cuando estaba por comenzar a ver pasar su vida frente a sus ojos, apareció el peliblanco apartándolo para liberar una miríada de almas grises y atormentadas que habrían de golpear a aquel ser con la fuerza de los muertos.
El cuerpo de la escultura, no más grande que el de un soldado promedio, salió rodando hasta caer por uno de los bordes del solario, hacia un precipicio que habría de llevar a la parte baja del palacio.
El de ojos grises habría de sentirse a salvo, hasta que una abominable figura eclipso el sol por sobre su cabeza… Un ángel de la muerte: la capa de la escultura se había levantado para revelar un par de magnificas alas blancas como el hueso. Antes de que pudiera siquiera levantar su espada, la criatura se abalanzo contra él cual buitre sobre carroña, posando su esquelética mano sobre su rostro mientras lo deslizaba brutalmente contra el suelo, destrozando las baldosas que se atravesasen, marcando un profundo surco donde habría de ser cosechada su alma… En aquella arremetida Kōtetsu pudo sentir como la vida escapaba de sus músculos y como el chakra escapaba del interior de su cuerpo.