25/09/2017, 10:11
(Última modificación: 25/09/2017, 10:12 por Aotsuki Ayame.)
El tan ansiado día llegó. El día de poner punto y final y correr el telón... El día de proclamar al absoluto campeón del Torneo de los Dojos.
Ni en sus mejores sueños Ayame habría aspirado a llegar tan lejos. Pero ahí estaba de nuevo, con el estómago revuelto por los nervios y unas ojeras de no haber dormido. Se había pasado la noche en vela repasando su repertorio de técnicas, el estado de su armamento, las estrategias que tenía en mente... aunque sabía que los resultados se demostrarían en el campo de batalla, y cualquier preparación previa a aquellas alturas era ya inútil.
Avanzó, con las piernas temblorosas, el corazón atascado en la garganta y el bramido del público retumbando en sus oídos; y entonces supo con total certeza que, luchara las veces que luchara, jamás se acostumbraría a tener tanto público a su alrededor. Y lo peor era saber que entre ese público estaban todos los participantes del torneo que habían ido cayendo en las anteriores rondas. Ritsuko, Riko, Yota, Eri, Datsue, Koko, Nabi... Daruu-kun... Kaido... Si no conseguía no verse obligada a utilizar su técnica de la hidratación para combatir, su secreto sería desvelado...
Pero lo verdaderamente importante era que su padre también estaba allí.
Apretó los puños a ambos lados de su cuerpo y entró en el área de combate. Alzó la cabeza para dirigir su mirada hacia su oponente... Y allí estaba él.
«El destino se está riendo de mí.» Pensó para sus adentros, maldiciendo su propia suerte. Sin embargo, no permitió que la rabia le hiciera olvidar los protocolos.
Se dirigió hacia el palco de la Arashikage y le dedicó una profunda reverencia cargada de respeto antes de volver su atención hacia su contrario. Torciendo ligeramente el gesto, alzó su mano diestra, con los dedos índice y corazón extendidos en el ceremonial sello de la confrontación.
—Kuchilla Hamaca... —saludó, con una ligera inclinación de cabeza contrastado por un tinte de discordia en la voz.
Y es que, de ninguna manera, había olvidado su primer y último encuentro con él. Ni sus palabras, hirientes como cuchillas.
No añadió nada más. Pero cuando volvió a levantar la cabeza se dio cuenta de un detalle muy importante. La primera y última vez que se habían visto, los ojos del Uchiha eran negros como el carbón. Sin embargo, en aquellos instantes, sus iris refulgían con el vibrante color de la sangre, con varias comas orbitando alrededor de la pupila. Eran aquellos ojos que le causaban tanta fascinación y tanto terror al mismo tiempo. Los mismos ojos de Datsue. ¿Pero Datsue no tenía dos comas en lugar de tres, o le estaba fallando la memoria?
No le dio demasiadas vueltas, y se colocó en posición con las piernas y los brazos ligeramente flexionados y todos los músculos del cuerpo en tensión. Sin duda alguna, aquellos ojos debían de ser algún de Dōjutsu como el que esgrimía el clan de Daruu. Pero no conocía absolutamente nada de ellos, siquiera el nombre. Lo único que sabía era que si el Uchiha había conseguido llegar tan lejos es que era un enemigo formidable a tener en cuenta. No podía bajar la guardia, y estar atenta a cualquier mínimo detalle.
—Que gane el mejor.
Ni en sus mejores sueños Ayame habría aspirado a llegar tan lejos. Pero ahí estaba de nuevo, con el estómago revuelto por los nervios y unas ojeras de no haber dormido. Se había pasado la noche en vela repasando su repertorio de técnicas, el estado de su armamento, las estrategias que tenía en mente... aunque sabía que los resultados se demostrarían en el campo de batalla, y cualquier preparación previa a aquellas alturas era ya inútil.
Avanzó, con las piernas temblorosas, el corazón atascado en la garganta y el bramido del público retumbando en sus oídos; y entonces supo con total certeza que, luchara las veces que luchara, jamás se acostumbraría a tener tanto público a su alrededor. Y lo peor era saber que entre ese público estaban todos los participantes del torneo que habían ido cayendo en las anteriores rondas. Ritsuko, Riko, Yota, Eri, Datsue, Koko, Nabi... Daruu-kun... Kaido... Si no conseguía no verse obligada a utilizar su técnica de la hidratación para combatir, su secreto sería desvelado...
Pero lo verdaderamente importante era que su padre también estaba allí.
Apretó los puños a ambos lados de su cuerpo y entró en el área de combate. Alzó la cabeza para dirigir su mirada hacia su oponente... Y allí estaba él.
«El destino se está riendo de mí.» Pensó para sus adentros, maldiciendo su propia suerte. Sin embargo, no permitió que la rabia le hiciera olvidar los protocolos.
Se dirigió hacia el palco de la Arashikage y le dedicó una profunda reverencia cargada de respeto antes de volver su atención hacia su contrario. Torciendo ligeramente el gesto, alzó su mano diestra, con los dedos índice y corazón extendidos en el ceremonial sello de la confrontación.
—Kuchilla Hamaca... —saludó, con una ligera inclinación de cabeza contrastado por un tinte de discordia en la voz.
Y es que, de ninguna manera, había olvidado su primer y último encuentro con él. Ni sus palabras, hirientes como cuchillas.
No añadió nada más. Pero cuando volvió a levantar la cabeza se dio cuenta de un detalle muy importante. La primera y última vez que se habían visto, los ojos del Uchiha eran negros como el carbón. Sin embargo, en aquellos instantes, sus iris refulgían con el vibrante color de la sangre, con varias comas orbitando alrededor de la pupila. Eran aquellos ojos que le causaban tanta fascinación y tanto terror al mismo tiempo. Los mismos ojos de Datsue. ¿Pero Datsue no tenía dos comas en lugar de tres, o le estaba fallando la memoria?
No le dio demasiadas vueltas, y se colocó en posición con las piernas y los brazos ligeramente flexionados y todos los músculos del cuerpo en tensión. Sin duda alguna, aquellos ojos debían de ser algún de Dōjutsu como el que esgrimía el clan de Daruu. Pero no conocía absolutamente nada de ellos, siquiera el nombre. Lo único que sabía era que si el Uchiha había conseguido llegar tan lejos es que era un enemigo formidable a tener en cuenta. No podía bajar la guardia, y estar atenta a cualquier mínimo detalle.
—Que gane el mejor.