25/09/2017, 13:08
Los adultos estaban sentados alrededor de la mesa. Esto es un hecho reseñable. Es reseñable porque es lo que se supone que debían estar haciendo, pero hacía tan sólo unos minutos estaban arrojándose sillas y recordándoles a los camareros por qué nunca debían haber aceptado aquél trabajo. Aquello no estaba pagado.
Pero ahora, parecía que el hacha de guerra estaba enterrada. Y como tras un episodio de ira infantil, después del enfado vienen los lloros.
—¡Que es fea! ¡No para de repetirlo una y otra vez! ¿Qué se supone que se debe hacer con eso?
Kiroe estalló en una carcajada.
—No puedes hacer nada —aseguró—. Son cosas de niños, Zetsuo. Se le pasará. Ahora sólo queda aguantar.
Kori, que había apartado el plato del pastel como si él no se hubiera comido nada que no le perteneciese, Miraba con los ojos brillantes al camarero, plantado en la puerta de la cocina con el rostro manchado de terror.
Ayame salió del baño. Eso es lo que le hubiera gustado. Pero lo que salió, lo que salió...
Daruu estalló a reír. Fue una carcajada, sincera y sonora, que hizo que varios clientes del hotel que pasaban por allí se les quedasen mirando. Bueno, sólo a Daruu. Ayame estaba de espaldas, y menos mal. Daruu se metió la mano dentro del jinbei y sacó su bandana de Amegakure. Se la enseñó a Ayame para que viera en lo que se había transformado.
—"El retooorno del clon maliiigno" —se burló Daruu, picajoso, y abrazó a Ayame con todas sus fuerzas—. Se te ha oído llorar. Anda, deshaz el Henge no Jutsu y vamos a la mesa.
Daruu y Ayame entraron al comedor charlando ya animadamente, y se acercaron a la mesa para sentarse frente a sus padres. Sólo entonces se darían cuenta de que Kiroe estaba empapada y Zetsuo despeinado y con arañazos en la ropa. Antes siquiera de que a Ayame se le preguntar algo, Kori ya le había tapado la boca. Y Kiroe le estaba implorando a su propio hijo que cerrara la boca con un duelo de miradas.
—Mirad, ya viene la comida. —Con su desangelada y átona voz de siempre, Kori les hizo desviar atención hacia los platos.
El camarero dejó las cenas como si tuviera miedo de tocar a alguno de ellos sin querer y se alejó todo lo rápido que pudo. Cuando la puerta de la cocina se cerró tras él, suspiró, se limpió el sudor de la frente y solicitó a los cielos que, por todo lo que más quisieran, llegase su cambio de turno antes de que los comensales llegaran al postre.
Daruu se relamió frente a su pizza y empezó a cortarla con impaciencia.
—¡Que aproveche!
Pero ahora, parecía que el hacha de guerra estaba enterrada. Y como tras un episodio de ira infantil, después del enfado vienen los lloros.
—¡Que es fea! ¡No para de repetirlo una y otra vez! ¿Qué se supone que se debe hacer con eso?
Kiroe estalló en una carcajada.
—No puedes hacer nada —aseguró—. Son cosas de niños, Zetsuo. Se le pasará. Ahora sólo queda aguantar.
Kori, que había apartado el plato del pastel como si él no se hubiera comido nada que no le perteneciese, Miraba con los ojos brillantes al camarero, plantado en la puerta de la cocina con el rostro manchado de terror.
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Ayame salió del baño. Eso es lo que le hubiera gustado. Pero lo que salió, lo que salió...
Daruu estalló a reír. Fue una carcajada, sincera y sonora, que hizo que varios clientes del hotel que pasaban por allí se les quedasen mirando. Bueno, sólo a Daruu. Ayame estaba de espaldas, y menos mal. Daruu se metió la mano dentro del jinbei y sacó su bandana de Amegakure. Se la enseñó a Ayame para que viera en lo que se había transformado.
—"El retooorno del clon maliiigno" —se burló Daruu, picajoso, y abrazó a Ayame con todas sus fuerzas—. Se te ha oído llorar. Anda, deshaz el Henge no Jutsu y vamos a la mesa.
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Daruu y Ayame entraron al comedor charlando ya animadamente, y se acercaron a la mesa para sentarse frente a sus padres. Sólo entonces se darían cuenta de que Kiroe estaba empapada y Zetsuo despeinado y con arañazos en la ropa. Antes siquiera de que a Ayame se le preguntar algo, Kori ya le había tapado la boca. Y Kiroe le estaba implorando a su propio hijo que cerrara la boca con un duelo de miradas.
—Mirad, ya viene la comida. —Con su desangelada y átona voz de siempre, Kori les hizo desviar atención hacia los platos.
El camarero dejó las cenas como si tuviera miedo de tocar a alguno de ellos sin querer y se alejó todo lo rápido que pudo. Cuando la puerta de la cocina se cerró tras él, suspiró, se limpió el sudor de la frente y solicitó a los cielos que, por todo lo que más quisieran, llegase su cambio de turno antes de que los comensales llegaran al postre.
Daruu se relamió frente a su pizza y empezó a cortarla con impaciencia.
—¡Que aproveche!