26/09/2017, 11:58
—N-no... te... preocupes... —respondió ella, igual de jadeante, al tiempo que se llevaba un brazo al estómago—. Estoy... bien... ¿y.... tú? —preguntó, alzando la mirada hacia ella.
Y Ayame forzó una sonrisa conciliadora.
—Sí... sólo... ha sido el susto... supongo...
—Deberíamos volver... a... a... nuestras... residencias...
—Sí... estoy de acuerdo... No quiero saber nada más de ese bosque... —Ayame apoyó las manos en la tierra y se reincorporó como pudo. Aunque sentía las piernas tan tirantes que a punto estuvo de caer de nuevo—. Supongo que nos veremos en el torneo, Eri-san. Te deseo mucha suerte —añadió con una sonrisa, esta vez sincera.
Inclinó la cabeza en un último gesto de despedida y, tras girar sobre sus talones, retomó el camino de nuevo hacia Nishinoya. Era una lástima haber conocido a alguien tan simpática en aquellas circunstancias. Si tenía suerte, era posible que se volvieran a ver en el torneo, aunque en el peor de los casos se verían obligadas a enfrentarse... Y entonces recordó algo.
—¡Oh! ¿Esa Eri era...? —se giró, pero la de castaños violáceos ya había desaparecido.
Ayame hundió los hombros, resignada, y continuó su camino. Nunca llegaría a saberlo. Pero lo que sí sabía era que no se iba a acercar a Hokutōmori nunca más.
Y Ayame forzó una sonrisa conciliadora.
—Sí... sólo... ha sido el susto... supongo...
—Deberíamos volver... a... a... nuestras... residencias...
—Sí... estoy de acuerdo... No quiero saber nada más de ese bosque... —Ayame apoyó las manos en la tierra y se reincorporó como pudo. Aunque sentía las piernas tan tirantes que a punto estuvo de caer de nuevo—. Supongo que nos veremos en el torneo, Eri-san. Te deseo mucha suerte —añadió con una sonrisa, esta vez sincera.
Inclinó la cabeza en un último gesto de despedida y, tras girar sobre sus talones, retomó el camino de nuevo hacia Nishinoya. Era una lástima haber conocido a alguien tan simpática en aquellas circunstancias. Si tenía suerte, era posible que se volvieran a ver en el torneo, aunque en el peor de los casos se verían obligadas a enfrentarse... Y entonces recordó algo.
—¡Oh! ¿Esa Eri era...? —se giró, pero la de castaños violáceos ya había desaparecido.
Ayame hundió los hombros, resignada, y continuó su camino. Nunca llegaría a saberlo. Pero lo que sí sabía era que no se iba a acercar a Hokutōmori nunca más.