26/09/2017, 12:45
Daruu estalló en carcajadas al verla, y Ayame, creyendo que se estaba riendo de ella, no pudo hacer otra cosa que encogerse sobre sí misma y agachar la mirada. Ya estaba acariciando la idea de volver a meterse en el baño cuando su compañero sacó de su jinbei su bandana y se la tendió, invitándola a contemplar su reflejo.
Y entonces lo entendió todo.
—"El retooorno del clon maliiigno" —canturreó Daruu, burlón, y entonces la envolvió entre sus brazos y la estrechó con fuerza—. Se te ha oído llorar. Anda, deshaz el Henge no Jutsu y vamos a la mesa.
Pero no hacía falta que se lo dijera. En cuanto la había abrazado de aquella manera, Ayame había perdido toda compostura y su transformación se había deshecho. Sin poder contenerse por más tiempo, alzó los brazos para abrazarse aún más a Daruu.
—Lo siento...
Cuando regresaron al comedor, se encontraron con una escena de lo más... peculiar. Kiroe estaba mojada de los pies a la cabeza y Zetsuo tenía los cabellos revueltos y varios arañazos en sus ropas. Kōri era el único que se mantenía tal cual.
Estupefacta ante lo que sus ojos estaban viendo, Ayame tomó asiento con cuidado, como si temiera ofender con su sola presencia. Pero cuando la curiosidad la superó y abrió la boca para preguntar qué había pasado, su hermano le tapó la boca con una de sus gélidas manos antes de que pudiera siquiera tomar aire.
—Mirad, ya viene la comida —indicó, antes de liberarla.
Ayame se frotó la boca con el dorso de la mano, tratando de quitarse la extraña sensación de frío de los labios.
El camarero entró en escena. Sus manos temblaban con violencia cuando depositó con sumo cuidado los platos frente a los comensales, como si temiera que el simple roce con cualquiera de ellos supusiera su condena a muerte.
—¡Muchas gracias! —exclamó Ayame alegremente, cuando dejó el plato delante de ella. Y el camarero, pálido como la cera, dejó escapar un gritito como si acabara de ver a un monstruo y después salió corriendo de vuelta a la barra. Ella ladeó la cabeza ligeramente—. ¿Qué le pasa...?
—¡Que aproveche! —exclamó Daruu, antes de enzarzarse con su comida.
Ayame tuvo que hacer un verdadero esfuerzo por contener un gesto de asco al ver la piña sobre la pizza y se concentró en su propio plato. Su Katsu Don tenía una pinta exquisita, con la carne de cerdo empanada cortada en tiras y dispuesta sobre un manto de arroz... Se le estaba haciendo la boca agua de sólo mirarlo.
Mientras tanto, en el otro lado de la mesa, Zetsuo dirigió su férrea mirada hacia Daruu y entrecerró los ojos. Y es que allí, a la altura del hombro, la tela de su jinbei estaba húmeda...
—¿Entonces al fin te has interesado por las ilusiones, niña?
Ayame se sobresaltó ligeramente y miró a su padre por debajo de las pestañas. No habían sido pocas las veces que aquel hombre férreo había intentado que dominara el arte del genjutsu, pero en todas ellas había fracasado de forma tan estrepitosa que había llegado a perder el ánimo de seguir intentándolo.
Hasta ahora.
—Sí, bueno... aunque sólo conozco una técnica...
—Bien —asintió él, y Ayame se removió inquieta en su sitio.
¿Qué quería decir aquel simple "bien"?
Y entonces lo entendió todo.
—"El retooorno del clon maliiigno" —canturreó Daruu, burlón, y entonces la envolvió entre sus brazos y la estrechó con fuerza—. Se te ha oído llorar. Anda, deshaz el Henge no Jutsu y vamos a la mesa.
Pero no hacía falta que se lo dijera. En cuanto la había abrazado de aquella manera, Ayame había perdido toda compostura y su transformación se había deshecho. Sin poder contenerse por más tiempo, alzó los brazos para abrazarse aún más a Daruu.
—Lo siento...
. . .
Cuando regresaron al comedor, se encontraron con una escena de lo más... peculiar. Kiroe estaba mojada de los pies a la cabeza y Zetsuo tenía los cabellos revueltos y varios arañazos en sus ropas. Kōri era el único que se mantenía tal cual.
Estupefacta ante lo que sus ojos estaban viendo, Ayame tomó asiento con cuidado, como si temiera ofender con su sola presencia. Pero cuando la curiosidad la superó y abrió la boca para preguntar qué había pasado, su hermano le tapó la boca con una de sus gélidas manos antes de que pudiera siquiera tomar aire.
—Mirad, ya viene la comida —indicó, antes de liberarla.
Ayame se frotó la boca con el dorso de la mano, tratando de quitarse la extraña sensación de frío de los labios.
El camarero entró en escena. Sus manos temblaban con violencia cuando depositó con sumo cuidado los platos frente a los comensales, como si temiera que el simple roce con cualquiera de ellos supusiera su condena a muerte.
—¡Muchas gracias! —exclamó Ayame alegremente, cuando dejó el plato delante de ella. Y el camarero, pálido como la cera, dejó escapar un gritito como si acabara de ver a un monstruo y después salió corriendo de vuelta a la barra. Ella ladeó la cabeza ligeramente—. ¿Qué le pasa...?
—¡Que aproveche! —exclamó Daruu, antes de enzarzarse con su comida.
Ayame tuvo que hacer un verdadero esfuerzo por contener un gesto de asco al ver la piña sobre la pizza y se concentró en su propio plato. Su Katsu Don tenía una pinta exquisita, con la carne de cerdo empanada cortada en tiras y dispuesta sobre un manto de arroz... Se le estaba haciendo la boca agua de sólo mirarlo.
Mientras tanto, en el otro lado de la mesa, Zetsuo dirigió su férrea mirada hacia Daruu y entrecerró los ojos. Y es que allí, a la altura del hombro, la tela de su jinbei estaba húmeda...
—¿Entonces al fin te has interesado por las ilusiones, niña?
Ayame se sobresaltó ligeramente y miró a su padre por debajo de las pestañas. No habían sido pocas las veces que aquel hombre férreo había intentado que dominara el arte del genjutsu, pero en todas ellas había fracasado de forma tan estrepitosa que había llegado a perder el ánimo de seguir intentándolo.
Hasta ahora.
—Sí, bueno... aunque sólo conozco una técnica...
—Bien —asintió él, y Ayame se removió inquieta en su sitio.
¿Qué quería decir aquel simple "bien"?