27/09/2017, 00:23
El repentino arrebato de Akame hizo que se sobresaltase sobre la silla. Su compañero de clan no solía prodigarse mucho en palabras, siendo más bien de naturaleza lacónica y reservada. Pero cuando quería dejar las cosas claras, lo hacía, sin necesidad de soltar una verborrea como hacía Datsue. Y lo cierto era que ni mil palabras lo hubiesen dejado más claro...
No, ellos serían muchas cosas, pero no traidores.
Gracias a los Dioses, Sarutobi Hanabi les creyó, y Datsue se encontró a sí mismo suspirando de puro alivio, como si se hubiese quitado un gran peso de encima. Sus hombros, antes caídos, se atrevieron a recuperar su posición original. E incluso sus ojos se aventuraron a abandonar la fría y dura mesa en la que habían estado fijos la mayor parte del tiempo.
Más tarde asintió, con más ahínco y energía del que hubiese sido necesario, cuando les pidieron que no volviesen a utilizar el bijuu. Ni le costaba obedecer aquella orden, ni tenía pensado hacerlo aunque no se lo hubiesen prohibido. Por él, como si no volvía a saber nada de él en su vida. «Pero mucho me temo que no será así...»
¿Debía contarles sobre el Shukaku? ¿Debía contarles las pesadillas a los que estarían sometidos a partir de entonces? El Uchiha no creyó que fuese el momento adecuado. No ahora que confiaban en ellos. Y no, justamente ahora, que el mismísimo Señor Feudal se acababa de presentar ante ellos.
El Uchiha se levantó como un resorte. Estaba, ni más ni menos, frente al hombre más importante de todo el país. Hizo una florida —o lo más florida de lo que fue capaz, dados los nervios— reverencia, y fue entonces cuando se dio cuenta de que una mano se extendía hacia él…
Datsue se la estrechó más por instinto que por pensarlo, porque, de haberlo pensado, jamás se hubiese creído que aquella mano iba dirigida hacia él. Él, un pobre muerto de hambre que había emigrado a tierras tintadas por el cerezo para buscarse la vida. Un simple gennin. Un don nadie. Sin nombre. Sin familia de alta alcurnia que le posicionase. Y allí estaba, frente al mismísimo Señor Feudal.
Meses más tarde —incluso semanas después—, el Uchiha se lamentaría de no haber aprovechado mejor aquella ocasión. Tener acceso al Señor Feudal era tener abiertas las puertas a cualquier negocio que se le ocurriese, por pintoresco, extravagante o de dudosa legalidad que fuese. Pero, en vez de tratar de caerle bien, en vez de soltar alguna frase ocurrente, tan solo pudo esbozar una sonrisa boba y, en el último momento, añadir:
—E-el placer es mío, Rasen-sama. —«¿El placer es…? ¿¡El placer es…!? ¡Pareces Akame, maldita sea!»
No, ellos serían muchas cosas, pero no traidores.
Gracias a los Dioses, Sarutobi Hanabi les creyó, y Datsue se encontró a sí mismo suspirando de puro alivio, como si se hubiese quitado un gran peso de encima. Sus hombros, antes caídos, se atrevieron a recuperar su posición original. E incluso sus ojos se aventuraron a abandonar la fría y dura mesa en la que habían estado fijos la mayor parte del tiempo.
Más tarde asintió, con más ahínco y energía del que hubiese sido necesario, cuando les pidieron que no volviesen a utilizar el bijuu. Ni le costaba obedecer aquella orden, ni tenía pensado hacerlo aunque no se lo hubiesen prohibido. Por él, como si no volvía a saber nada de él en su vida. «Pero mucho me temo que no será así...»
¿Debía contarles sobre el Shukaku? ¿Debía contarles las pesadillas a los que estarían sometidos a partir de entonces? El Uchiha no creyó que fuese el momento adecuado. No ahora que confiaban en ellos. Y no, justamente ahora, que el mismísimo Señor Feudal se acababa de presentar ante ellos.
El Uchiha se levantó como un resorte. Estaba, ni más ni menos, frente al hombre más importante de todo el país. Hizo una florida —o lo más florida de lo que fue capaz, dados los nervios— reverencia, y fue entonces cuando se dio cuenta de que una mano se extendía hacia él…
Datsue se la estrechó más por instinto que por pensarlo, porque, de haberlo pensado, jamás se hubiese creído que aquella mano iba dirigida hacia él. Él, un pobre muerto de hambre que había emigrado a tierras tintadas por el cerezo para buscarse la vida. Un simple gennin. Un don nadie. Sin nombre. Sin familia de alta alcurnia que le posicionase. Y allí estaba, frente al mismísimo Señor Feudal.
Meses más tarde —incluso semanas después—, el Uchiha se lamentaría de no haber aprovechado mejor aquella ocasión. Tener acceso al Señor Feudal era tener abiertas las puertas a cualquier negocio que se le ocurriese, por pintoresco, extravagante o de dudosa legalidad que fuese. Pero, en vez de tratar de caerle bien, en vez de soltar alguna frase ocurrente, tan solo pudo esbozar una sonrisa boba y, en el último momento, añadir:
—E-el placer es mío, Rasen-sama. —«¿El placer es…? ¿¡El placer es…!? ¡Pareces Akame, maldita sea!»
¡Agradecimientos a Daruu por el dibujo de PJ y avatar tan OP! ¡Y a Reiji y Ayame por la firmaza! Si queréis una parecida, este es el lugar adecuado