27/09/2017, 10:54
Pero, de alguna manera, el Uchiha fue capaz de prever el movimiento de Ayame. No sólo supo que iba a lanzar una bomba de luz y consiguió cerrar los ojos a tiempo de evitar la detonación, sino que además pudo esquivar su puño con una insultante facilidad.
«¡No, maldita sea!» Con el puño aún estirado y empujada por la inercia, los ojos de una aterrorizada Ayame siguieron el movimiento de su oponente cuando saltó hacia un lado para evadirla.
Su mano izquierda se había entrelazado en un solo sello.
«¡No! ¡No! ¡NO!»
—¡Katon Dan! ¡Homura!
Ayame apenas tuvo tiempo de hacer regresar su brazo a la normalidad y cruzar ambos por delante de su cuerpo antes de que una bola de fuego la envolviera y sus llamas silbaran al encontrarse con... agua. El líquido cayó un par de metros más allá, humeante, y tras varios segundos Ayame comenzó a recuperar su forma de manera pausada: primero la cabeza, cuyos ojos dirigieron una mirada dolorida y enfurecida al Uchiha; después los brazos, que utilizó para apoyarse en el suelo y comenzar a reincorporarse; y por último, el resto del cuerpo. Jadeaba de dolor, aunque su piel no presentaba signos de quemaduras.
«Maldita sea... es poderoso... y rápido... y prevee mis movimientos...» Pensaba desesperada. «Al menos... no usa el Raiton...»
Miró a sus dos lados, con los dos Akames rodeándola por cada flanco. Y entonces se sintió como una desvalida gacela rodeada por dos panteras. Tragó saliva. Era demasiado para ella. No sólo la igualaba en velocidad. Ella no contaba con técnicas tan poderosas, ni tenía clones en los que pudiera apoyarse como lo hacía su oponente.
Ahora era ella quien estaba previendo lo que iba a suceder.
Y vio su propia derrota a manos del Uchiha...
Ayame hundió los hombros, abrumada. Pero entonces pensó en su padre y sacudió la cabeza con fuerza. ¡Lo que no iba a hacer era rendirse! ¡Lucharía hasta el final con todas las consecuencias!
La había rodeado, y Ayame era consciente de que si se lanzaba a atacar a cualquiera de los dos Uchiha, el otro actuaría y la atacaría por la espalda. Y además se habían colocado a la suficiente distancia para que, si enfocaba la vista sobre uno, perdiera la vista sobre el otro.
Tan rápido como fue capaz, Ayame sacó dos shuriken de su portaobjetos. Giró sobre sí misma y los lanzó hacia ambos lados del clon a la altura del pecho. Parecía que, con las prisas, había errado el tiro, pues las dos armas se distanciaron y terminaron pasando a un metro de cada lado de su objetivo. Sin embargo, el secreto estaba en el hilo que unía ambas estrellas metálicas y que se enrollaría en torno a su cuerpo antes de que los shuriken terminaran clavándose en su cuerpo si no hacía nada por evitarlo.
Pero Ayame no se había detenido a comprobar los resultados de su acción. Nada más lanzar los shuriken, corrió hacia Akame con las manos entrelazándose a toda velocidad y, cuando se encontraba a unos tres metros de su objetivo:
—¡Suiton: Mizurappa!
Un torrente de agua a presión escapó de sus labios y se abalanzó sobre el Uchiha.
«¡No, maldita sea!» Con el puño aún estirado y empujada por la inercia, los ojos de una aterrorizada Ayame siguieron el movimiento de su oponente cuando saltó hacia un lado para evadirla.
Su mano izquierda se había entrelazado en un solo sello.
«¡No! ¡No! ¡NO!»
—¡Katon Dan! ¡Homura!
Ayame apenas tuvo tiempo de hacer regresar su brazo a la normalidad y cruzar ambos por delante de su cuerpo antes de que una bola de fuego la envolviera y sus llamas silbaran al encontrarse con... agua. El líquido cayó un par de metros más allá, humeante, y tras varios segundos Ayame comenzó a recuperar su forma de manera pausada: primero la cabeza, cuyos ojos dirigieron una mirada dolorida y enfurecida al Uchiha; después los brazos, que utilizó para apoyarse en el suelo y comenzar a reincorporarse; y por último, el resto del cuerpo. Jadeaba de dolor, aunque su piel no presentaba signos de quemaduras.
«Maldita sea... es poderoso... y rápido... y prevee mis movimientos...» Pensaba desesperada. «Al menos... no usa el Raiton...»
Miró a sus dos lados, con los dos Akames rodeándola por cada flanco. Y entonces se sintió como una desvalida gacela rodeada por dos panteras. Tragó saliva. Era demasiado para ella. No sólo la igualaba en velocidad. Ella no contaba con técnicas tan poderosas, ni tenía clones en los que pudiera apoyarse como lo hacía su oponente.
Ahora era ella quien estaba previendo lo que iba a suceder.
Y vio su propia derrota a manos del Uchiha...
Ayame hundió los hombros, abrumada. Pero entonces pensó en su padre y sacudió la cabeza con fuerza. ¡Lo que no iba a hacer era rendirse! ¡Lucharía hasta el final con todas las consecuencias!
La había rodeado, y Ayame era consciente de que si se lanzaba a atacar a cualquiera de los dos Uchiha, el otro actuaría y la atacaría por la espalda. Y además se habían colocado a la suficiente distancia para que, si enfocaba la vista sobre uno, perdiera la vista sobre el otro.
Tan rápido como fue capaz, Ayame sacó dos shuriken de su portaobjetos. Giró sobre sí misma y los lanzó hacia ambos lados del clon a la altura del pecho. Parecía que, con las prisas, había errado el tiro, pues las dos armas se distanciaron y terminaron pasando a un metro de cada lado de su objetivo. Sin embargo, el secreto estaba en el hilo que unía ambas estrellas metálicas y que se enrollaría en torno a su cuerpo antes de que los shuriken terminaran clavándose en su cuerpo si no hacía nada por evitarlo.
Pero Ayame no se había detenido a comprobar los resultados de su acción. Nada más lanzar los shuriken, corrió hacia Akame con las manos entrelazándose a toda velocidad y, cuando se encontraba a unos tres metros de su objetivo:
—¡Suiton: Mizurappa!
Un torrente de agua a presión escapó de sus labios y se abalanzó sobre el Uchiha.