27/09/2017, 12:33
En la mesa del comedor, Shanise había levantado la mirada de repente. Kōri, sin embargo, parecía seguir concentrado en su plato, pero sin mover la cabeza siquiera sus iris se alzaron hacia un punto indeterminado fuera del salón.
—¿Ocurre algo, Kiroe-san? —preguntó una cándida Ayame.
—El por qué, no lo sé... —balbuceó Daruu y levantó sus ojos perlados.
Y cuando le miró directamente a los ojos, Zetsuo entró de una zambullida en su mente. Lo vio todo. Oh, claro que lo vio. E incluso supo que el chico había estado investigando y había descubierto cosas que no debería conocer... Apretó aún más los puños.
«Jodido mocoso entrometido.»
—El cuándo... Quizás cuando me salvó la vida. Ese pudo ser un buen momento. Pero no estoy seguro siquiera yo. Sentía que tenía que decírselo antes de que se tuviese que enterar usted de otra manera. Zetsuo-dono. —volvió a inclinarse.
Pero Zetsuo nos despegaba sus ojos de su nuca, como si pudiera cercenársela en cualquier momento con aquel simple gesto. Se tuvo que recordar que Amedama Daruu era el hijo de Amedama Kiroe, que habían sido vecinos de toda la vida e, incluso, compañeros en varias misiones. Daruu era uno de los pocos amigos que había hecho su hija. Y todavía recordaba con nitidez que fue gracias a él que consiguieran salvar su vida antes de que muriera envenenada en aquella condenada misión. Se obligó a sí mismo a respirar hondo y relajarse. Podría haber sido peor, mucho peor. Podría haber sido un completo desconocido. Podría haber sido... Cualquier otra persona.
En un brusco movimiento agarró al muchacho del jinbei y le obligó a reincorporarse de un empujón.
—Espero por tu bien que no se te ocurra hacer nada que pudiera perjudicarla de cualquier modo. O te mataré con mis propias manos, chico —volvió a sisear, con su rostro a escasos centímetros de el del muchacho.
Le soltó. Se alejó un par de pasos de él. Y se cruzó de brazos con un pesado suspiro.
—Supongo que serás consciente de que el arte del Genjutsu no se domina de un día para otro. Requiere de estudio y, sobre todo, de un minucioso control del chakra. No es algo que esté al alcance de cualquiera. Y yo no seré un tutor beneplácito ni compasivo —añadió, clavando en él sus chispeantes iris aguamarina—. ¿Estás seguro de querer seguir adelante?
—¿Ocurre algo, Kiroe-san? —preguntó una cándida Ayame.
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—El por qué, no lo sé... —balbuceó Daruu y levantó sus ojos perlados.
Y cuando le miró directamente a los ojos, Zetsuo entró de una zambullida en su mente. Lo vio todo. Oh, claro que lo vio. E incluso supo que el chico había estado investigando y había descubierto cosas que no debería conocer... Apretó aún más los puños.
«Jodido mocoso entrometido.»
—El cuándo... Quizás cuando me salvó la vida. Ese pudo ser un buen momento. Pero no estoy seguro siquiera yo. Sentía que tenía que decírselo antes de que se tuviese que enterar usted de otra manera. Zetsuo-dono. —volvió a inclinarse.
Pero Zetsuo nos despegaba sus ojos de su nuca, como si pudiera cercenársela en cualquier momento con aquel simple gesto. Se tuvo que recordar que Amedama Daruu era el hijo de Amedama Kiroe, que habían sido vecinos de toda la vida e, incluso, compañeros en varias misiones. Daruu era uno de los pocos amigos que había hecho su hija. Y todavía recordaba con nitidez que fue gracias a él que consiguieran salvar su vida antes de que muriera envenenada en aquella condenada misión. Se obligó a sí mismo a respirar hondo y relajarse. Podría haber sido peor, mucho peor. Podría haber sido un completo desconocido. Podría haber sido... Cualquier otra persona.
En un brusco movimiento agarró al muchacho del jinbei y le obligó a reincorporarse de un empujón.
—Espero por tu bien que no se te ocurra hacer nada que pudiera perjudicarla de cualquier modo. O te mataré con mis propias manos, chico —volvió a sisear, con su rostro a escasos centímetros de el del muchacho.
Le soltó. Se alejó un par de pasos de él. Y se cruzó de brazos con un pesado suspiro.
—Supongo que serás consciente de que el arte del Genjutsu no se domina de un día para otro. Requiere de estudio y, sobre todo, de un minucioso control del chakra. No es algo que esté al alcance de cualquiera. Y yo no seré un tutor beneplácito ni compasivo —añadió, clavando en él sus chispeantes iris aguamarina—. ¿Estás seguro de querer seguir adelante?