27/09/2017, 16:48
(Última modificación: 16/09/2021, 21:37 por Amedama Daruu. Editado 1 vez en total.)
La respuesta de Hanabi le cayó encima como un jarro de agua fría. Era consciente de que se había propasado frente a varias personas que —muy probablemente— constituirían una parte importante de las altas esferas de poder de la nación en los próximos tiempos. «Estúpido», se recriminó a sí mismo. Y aun así, no pudo evitar sentir un escozor insano en el estómago mientras escuchaba aquella misma palabra repetirse una y otra vez en su cabeza.
Pero los dioses estaban a punto de sonreírles, porque el Sarutobi aceptó la explicación de Datsue sin reservas y perdonó el desplante de Akame como si no hubiese ocurrido.
Justo en ese momento hizo su aparición en escena otro hombre, mucho más mayor que el resto y con una mirada que delataba que también era más sabio. Akame no lo reconoció al momento —jamás en su vida se había codeado con gente tan importante como en la última semana—, pero cuando el tipo se presentó, no pudo evitar levantarse de un salto.
Era el mismísimo Daimyō de Uzu no Kuni.
—El placer es nuestro, Uzumaki-sama —secundó Akame a su compadre—. Uchiha Akame.
Le estrechó la mano al Señor Feudal y luego hizo una profunda reverencia. O, al menos, todo lo profunda que le fue posible sin caer al suelo por el mareo y el agotamiento.
Pero los dioses estaban a punto de sonreírles, porque el Sarutobi aceptó la explicación de Datsue sin reservas y perdonó el desplante de Akame como si no hubiese ocurrido.
Justo en ese momento hizo su aparición en escena otro hombre, mucho más mayor que el resto y con una mirada que delataba que también era más sabio. Akame no lo reconoció al momento —jamás en su vida se había codeado con gente tan importante como en la última semana—, pero cuando el tipo se presentó, no pudo evitar levantarse de un salto.
Era el mismísimo Daimyō de Uzu no Kuni.
—El placer es nuestro, Uzumaki-sama —secundó Akame a su compadre—. Uchiha Akame.
Le estrechó la mano al Señor Feudal y luego hizo una profunda reverencia. O, al menos, todo lo profunda que le fue posible sin caer al suelo por el mareo y el agotamiento.