27/09/2017, 17:48
(Última modificación: 27/09/2017, 18:11 por Aotsuki Ayame.)
El Uchiha entrelazó sus manos al mismo tiempo que las de Ayame y ambos lanzaron sus técnicas al unísono. Había esperado alguna técnica de fuego, después de todo era el elemento que había demostrado tener hasta el momento. Por eso, tampoco se le ocurrió, ni en sus más terroríficas pesadillas, que pudiera dominar también el agua.
Y mejor que ella.
El tiburón de agua atravesó casi sin esfuerzo el chorro de agua de Ayame, y la muchacha no pudo más que abrir los ojos con terror y cruzar los brazos ante el pecho antes de recibir el impacto de la técnica amplificada como si fuera un auténtico martillo hidráulico. Otra vez, su cuerpo se descompuso para mitigar los daños, y otra vez salió despedida hacia atrás, cayó al suelo... Y tras varios segundos volvió a recomponerse.
Pero Ayame estaba casi en las últimas, y ella misma era consciente de ello. Completamente empapada, la muchacha gateó con sus últimas fuerzas. Alzó la mirada de sus ojos castaños hacia el Uchiha, unos ojos desesperados y que habían empezado a llorar. En su pecho, su corazón se resquebrajaba en mil pedazos. Dolía. Todo su cuerpo chillaba de dolor. Había sido abrasada por el fuego y segundos después golpeada por el frescor del agua. Le dolían los huesos, los músculos, la piel...
Pero...
Lo más humillante de todo era no haber logrado encajar ni un solo golpe... Se sentía como un pelele al que hubiera vapuleado de cualquier manera frente a la mirada de todos aquellos cientos de espectadores...
Frente a la mirada de su padre.
—No... puedo... —murmuró, con un hilo de voz. Y, terca como sólo ella podía ser, apoyó un pie en la madera y se tambaleó hasta volver a quedar de pie. A punto estuvo de volver a caer, pero consiguió en el último momento mantener el equilibrio.
Con un pesado nudo en la garganta, y con la certeza de quien sabe que se acerca su final, avanzó. Avanzó con lentitud varios pasos hacia su contrincante. Y a medio camino se llevó una mano al portaobjetos y sacó un kunai. Con un ligero movimiento de muñeca y acumulando el chakra en el filo de la daga, proyectó la luz en sus ojos rojos y, confiando en haberle cegado en aquella ocasión, lanzó el kunai hacia sus piernas.
Y sus manos formularon el que seguramente fuera el último sello para ella en aquella batalla.
Sólo un golpe...
—Fuda... Kasei... Ka...
Y el sello explosivo que estaba atado en torno al mango del kunai que había arrojado estalló de repente.
Y mejor que ella.
El tiburón de agua atravesó casi sin esfuerzo el chorro de agua de Ayame, y la muchacha no pudo más que abrir los ojos con terror y cruzar los brazos ante el pecho antes de recibir el impacto de la técnica amplificada como si fuera un auténtico martillo hidráulico. Otra vez, su cuerpo se descompuso para mitigar los daños, y otra vez salió despedida hacia atrás, cayó al suelo... Y tras varios segundos volvió a recomponerse.
Pero Ayame estaba casi en las últimas, y ella misma era consciente de ello. Completamente empapada, la muchacha gateó con sus últimas fuerzas. Alzó la mirada de sus ojos castaños hacia el Uchiha, unos ojos desesperados y que habían empezado a llorar. En su pecho, su corazón se resquebrajaba en mil pedazos. Dolía. Todo su cuerpo chillaba de dolor. Había sido abrasada por el fuego y segundos después golpeada por el frescor del agua. Le dolían los huesos, los músculos, la piel...
Pero...
Lo más humillante de todo era no haber logrado encajar ni un solo golpe... Se sentía como un pelele al que hubiera vapuleado de cualquier manera frente a la mirada de todos aquellos cientos de espectadores...
Frente a la mirada de su padre.
—No... puedo... —murmuró, con un hilo de voz. Y, terca como sólo ella podía ser, apoyó un pie en la madera y se tambaleó hasta volver a quedar de pie. A punto estuvo de volver a caer, pero consiguió en el último momento mantener el equilibrio.
Con un pesado nudo en la garganta, y con la certeza de quien sabe que se acerca su final, avanzó. Avanzó con lentitud varios pasos hacia su contrincante. Y a medio camino se llevó una mano al portaobjetos y sacó un kunai. Con un ligero movimiento de muñeca y acumulando el chakra en el filo de la daga, proyectó la luz en sus ojos rojos y, confiando en haberle cegado en aquella ocasión, lanzó el kunai hacia sus piernas.
Y sus manos formularon el que seguramente fuera el último sello para ella en aquella batalla.
Sólo un golpe...
—Fuda... Kasei... Ka...
Y el sello explosivo que estaba atado en torno al mango del kunai que había arrojado estalló de repente.