27/09/2017, 21:52
El conductor sacudió una sola vez las riendas, y los dos caballos alazanes echaron a trotar arrastrando el carruaje que llevaba en su interior a cinco personas.
Ayame contuvo una mueca de dolor cuando el traqueteo del vehículo despertó las punzadas en su espalda, pero no se atrevió a quejarse en voz alta. En silencio, contemplaba por la ventanilla como el complejo de Nishinoya se iba perdiendo más y más en la distancia... Hasta que terminó por perder de vista los tres edificios después de un giro en el camino.
Regresaban a casa.
La cabina en la que viajaban era un armatoste de madera lo suficientemente amplia para llevar a seis personas sentadas en dos bancos situados frente a frente. Y eran cinco las que iban a bordo: en uno de los bancos, Amedama Kiroe y Amedama Daruu; en el otro, Aotsuki Kōri junto a una ventana, Aotsuki Zetsuo en el centro y Aotsuki Ayame en la otra ventana. En teoría debería haber un ambiente festivo, por fin había acabado el torneo y los muchachos no habían quedado en malas posiciones. Sin embargo, era más bien al contrario, la tensión crispaba el ambiente como electricidad estática y, mientras los demás intercambiaban alguna que otra frase puntual, Ayame seguía mirando por la ventana sin ver, sumida en su propio pozo de tristeza sin fondo. Y así había sido desde que había despertado en el hospital, cubierta de vendajes y bajo el efecto de los calmantes. Se había negado a hablar con nadie. Se mantenía con la cabeza gacha. Y así seguía hasta el día actual.
¡Debería estar feliz! ¡Había llegado hasta la final! Esa era la teoría...
Pero lo cierto era que nada de eso le valía ya. Había perdido. Había perdido de forma humillante además. Y no había podido cumplir la promesa que le hizo a su padre cuando terminó la primera ronda y amenazó con llevársela a Amegakure por el temor hacia los Kajitsu Hōzuki.
"Yo seré la luna llena", había dicho. Bendita ilusa.
Aún le dolía todo el cuerpo. No mostraba heridas externas, pero lo cierto era que Uchiha Akame la había dejado para el arrastre. En su mente no dejaban de repetirse los mismos recuerdos en bucle, una y otra vez, torturándola hasta en sueños: las llamas envolviéndola, el agua golpeándola, el metal de la katana mordiendo su piel... las llamas lamiendo su piel, el agua aplastándola, el filo de la katana creando nuevos surcos en su cuerpo... las llamas...
¿Qué habría sido de ella si no fuera por su técnica de la hidratación? Le daba náuseas sólo pensarlo...
«Ni un solo golpe...» Se repetía una y otra vez.
Ayame contuvo una mueca de dolor cuando el traqueteo del vehículo despertó las punzadas en su espalda, pero no se atrevió a quejarse en voz alta. En silencio, contemplaba por la ventanilla como el complejo de Nishinoya se iba perdiendo más y más en la distancia... Hasta que terminó por perder de vista los tres edificios después de un giro en el camino.
Regresaban a casa.
La cabina en la que viajaban era un armatoste de madera lo suficientemente amplia para llevar a seis personas sentadas en dos bancos situados frente a frente. Y eran cinco las que iban a bordo: en uno de los bancos, Amedama Kiroe y Amedama Daruu; en el otro, Aotsuki Kōri junto a una ventana, Aotsuki Zetsuo en el centro y Aotsuki Ayame en la otra ventana. En teoría debería haber un ambiente festivo, por fin había acabado el torneo y los muchachos no habían quedado en malas posiciones. Sin embargo, era más bien al contrario, la tensión crispaba el ambiente como electricidad estática y, mientras los demás intercambiaban alguna que otra frase puntual, Ayame seguía mirando por la ventana sin ver, sumida en su propio pozo de tristeza sin fondo. Y así había sido desde que había despertado en el hospital, cubierta de vendajes y bajo el efecto de los calmantes. Se había negado a hablar con nadie. Se mantenía con la cabeza gacha. Y así seguía hasta el día actual.
¡Debería estar feliz! ¡Había llegado hasta la final! Esa era la teoría...
Pero lo cierto era que nada de eso le valía ya. Había perdido. Había perdido de forma humillante además. Y no había podido cumplir la promesa que le hizo a su padre cuando terminó la primera ronda y amenazó con llevársela a Amegakure por el temor hacia los Kajitsu Hōzuki.
"Yo seré la luna llena", había dicho. Bendita ilusa.
Aún le dolía todo el cuerpo. No mostraba heridas externas, pero lo cierto era que Uchiha Akame la había dejado para el arrastre. En su mente no dejaban de repetirse los mismos recuerdos en bucle, una y otra vez, torturándola hasta en sueños: las llamas envolviéndola, el agua golpeándola, el metal de la katana mordiendo su piel... las llamas lamiendo su piel, el agua aplastándola, el filo de la katana creando nuevos surcos en su cuerpo... las llamas...
¿Qué habría sido de ella si no fuera por su técnica de la hidratación? Le daba náuseas sólo pensarlo...
«Ni un solo golpe...» Se repetía una y otra vez.