28/09/2017, 10:52
Zetsuo accedió a entrenar a Daruu, y aunque en un principio había recibido la noticia de que estaba saliendo con su hija... digamos que violentamente, todo había salido mucho mejor que en cualquier imaginario que el muchacho hubiera podido construir. Se sintió un poco decepcionado cuando el jounin indicó que empezarían el entrenamiento después del Torneo, pero luego, al reflexionar, se dio cuenta de que no podía ser de otra manera: no tenían permitido encontrarse con nadie más de los pocos días que venían de visita. Por el momento, debía conformarse con Fundamentos del Genjutsu.
El padre de Ayame terminó con una provocación que no le pasó desapercibida.
—Tendría usted que matarme para que me arrepintiese de esta decisión —afirmó con emoción y rotundidad—. Y tengo la sensación que ni eso le bastaría.
¿Por qué había dicho eso?
Zetsuo y Daruu volvieron a la mesa. El muchacho retiró la silla con delicadeza y se sentó al lado de Ayame. Miró fijamente a su plato, evitando la mirada con su pareja, y luego, dio un tendido y triste suspiro.
«Me comería otra más».
Cuando todos hubieron terminado, el camarero se volvió a acercar. El sonido del bolígrafo que utilizaba para apuntar las comandas sugería terror absoluto. El muchacho temblaba de pies a cabeza, y no se atrevía siquiera a dirigirle la mirada a ninguno de los que había sentados.
—¿Q... quieren p-postre?
—Sí. Quiero tarta de vainilla, por favor. —Kori fue el primero en hablar, por supuesto.
—Yo también, me apetece.
—Lo siento, pero... Sólo nos queda una, de modo que...
Kori-sensei le tendió una larga mirada con los ojos entrecerrados. Daruu tragó saliva y se encogió en el sitio. Al cabo de unos segundos, el jounin suspiró, y dijo:
—Evidentemente, entonces es para mi.
«¡Maldito cubito traidor! ¡Creía que me la ibas a conceder!»
—Entonces tomaré un trozo de pastel de fresa —dijo, acordándose de cierto médico de Amegakure.
El padre de Ayame terminó con una provocación que no le pasó desapercibida.
—Tendría usted que matarme para que me arrepintiese de esta decisión —afirmó con emoción y rotundidad—. Y tengo la sensación que ni eso le bastaría.
¿Por qué había dicho eso?
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Zetsuo y Daruu volvieron a la mesa. El muchacho retiró la silla con delicadeza y se sentó al lado de Ayame. Miró fijamente a su plato, evitando la mirada con su pareja, y luego, dio un tendido y triste suspiro.
«Me comería otra más».
Cuando todos hubieron terminado, el camarero se volvió a acercar. El sonido del bolígrafo que utilizaba para apuntar las comandas sugería terror absoluto. El muchacho temblaba de pies a cabeza, y no se atrevía siquiera a dirigirle la mirada a ninguno de los que había sentados.
—¿Q... quieren p-postre?
—Sí. Quiero tarta de vainilla, por favor. —Kori fue el primero en hablar, por supuesto.
—Yo también, me apetece.
—Lo siento, pero... Sólo nos queda una, de modo que...
Kori-sensei le tendió una larga mirada con los ojos entrecerrados. Daruu tragó saliva y se encogió en el sitio. Al cabo de unos segundos, el jounin suspiró, y dijo:
—Evidentemente, entonces es para mi.
«¡Maldito cubito traidor! ¡Creía que me la ibas a conceder!»
—Entonces tomaré un trozo de pastel de fresa —dijo, acordándose de cierto médico de Amegakure.