28/09/2017, 16:32
—¡Excelente! Conozco un sitio muy, muy bueno —respondió, alegre, el Uchiha.
Los muchachos abandonaría Nantōnoya un rato después, tras pasar por la habitación de Akame y que éste se pusiera ropa limpia. Como hacía bastante calor a aquellas horas del mediodía, el Uchiha optó por una camiseta blanca de mangas cortas, pantalones pesqueros de color azul claro y sandalias ninja. De su equipamiento ninja sólo llevaba la bandana, atada en torno a la frente, y el portaobjetos en la cintura.
«¿Quizás debería dejarlos en casa cuando salga con Koko-chan?»
Sea como fuere, pronto llegaron a un puesto de ramen situado a un lado del sendero, entre varias casas y algunas tiendas. Pese a que el establecimiento en sí era una caseta portátil de madera con espacio apenas suficiente para el cocinero y una mujer que atendía las comandas, tenían un gran número de mesas y sillas dispuestas a lo largo del camino. Con varias sombrillas para que los clientes pudieran resguardarse del Sol, claro.
Akame se acercó a la barra de madera del puesto y ojeó la carta.
—Creo que yo tomaré... Un ramen shōyu, por favor.
La mujer —una muchacha que debía tener no más de veinte y pocos años, igual que el cocinero— tomó nota de la orden y miró a Koko con expresión amable.
Los muchachos abandonaría Nantōnoya un rato después, tras pasar por la habitación de Akame y que éste se pusiera ropa limpia. Como hacía bastante calor a aquellas horas del mediodía, el Uchiha optó por una camiseta blanca de mangas cortas, pantalones pesqueros de color azul claro y sandalias ninja. De su equipamiento ninja sólo llevaba la bandana, atada en torno a la frente, y el portaobjetos en la cintura.
«¿Quizás debería dejarlos en casa cuando salga con Koko-chan?»
Sea como fuere, pronto llegaron a un puesto de ramen situado a un lado del sendero, entre varias casas y algunas tiendas. Pese a que el establecimiento en sí era una caseta portátil de madera con espacio apenas suficiente para el cocinero y una mujer que atendía las comandas, tenían un gran número de mesas y sillas dispuestas a lo largo del camino. Con varias sombrillas para que los clientes pudieran resguardarse del Sol, claro.
Akame se acercó a la barra de madera del puesto y ojeó la carta.
—Creo que yo tomaré... Un ramen shōyu, por favor.
La mujer —una muchacha que debía tener no más de veinte y pocos años, igual que el cocinero— tomó nota de la orden y miró a Koko con expresión amable.