2/10/2017, 22:10
Los aliados de Akame se movieron con arrojo y valor, colocando sus vidas en la línea de fuego, conscientes de que el único con suficiente fuerza como para detener a aquel negro monstruo era el Uchiha… Sabían que necesitaban darle tiempo, aunque en ello se les fuera su ultimo aliento.
Uno de ellos comenzó a esgrimir una afilada lanza que buscaba herir el rocoso cuerpo de la bestia, lanzando humildes aguijonazos como si fuese un escorpión que, sintiéndose acorralado, ha decidido arremeter contra su invencible atacante. La criatura desvió su atención del ninja y se enfocó en aquella mínima y débil criatura que creía poder hacerle frente. Durante unos segundos evadió con suma facilidad los ataques de Akodo, viendo como los fuertes brazos de este comenzaban a flaquear. De pronto, cuando yacía esperando el momento oportuno para atacar, un enorme mazazo pulverizo una de sus patas traseras. El reptil pétreo trastabillo, desequilibrado por la pérdida de una extremidad que, aunque delgada y relativamente frágil, era necesaria.
Pero si esperaban amedrentarle, esperaban en vano: de piedra era su ser y el miedo o el dolor no formaban parte de su existencia.
Pero aquellas criaturas físicamente inferiores demostraban que los instintos otorgados por su naturaleza biológica no era poca cosa. Así lo demostró Toturi en el momento en que hundió su lanza en el sólido pecho del monstruo.
La criatura se debatió y lanzo al cielo de la biblioteca un rugido cavernoso que hizo temblar la estancia. Comenzó a moverse con gran velocidad, dándole un violento coletazo al soldado de la lanza, arrojándolo por los aires y esquivando una segunda acometida del de la masa.
Busco a Akame, consciente de que algo planeaba, pero aquel estúpido y valiente soldado buscaba desesperadamente aplastar su otra pata. Tanto lidiaron, que aquel hombre quedo interpuesto entre el Uchiha y el dragón… La enorme criatura se irguió en toda su extensión y abrió sus oscuras fauces. De las mismas comenzó emerger un potente e incontrolable chorro de llamas, tan intensas como para incinerar lo que estuviese a su paso y calentar el aire que se respiraba en aquel espacio. Su fuego era abrazador y violento, de unos atemorizante colores carmesí y azabache que se mesclaban caóticamente. Aquel aliento envolvió al hombre y le condeno a un destino tan terrible como el que sufriese Tamaro aquel día de la emboscada.
Próximo a ser alcanzado por la ola de fuego si no hacía nada, Akame visualizo en el cuerpo de Kuma-san como la historia se repetía.
Kaido resulto no ser una presa tan fácil como pudiese esperarse, como cabría esperarse de un humano promedio. Prueba de aquella voluntad que le empujaba a dominar y no ser dominado, fue utilizar un par de colmillos de acero para corresponder a la brutalidad con la que había sido atacado.
El ser de piedra no solo se vio parcialmente burlado al momento de percibir como impactaba contra algo sólido que luego cambiaba a ser líquido, sino que se vio desorientado por recibir dos puñaladas de un par de dientes que presumían de ser más grandes y efectivos que los suyos propios. Y pese a todo aquello, aún seguía luciendo brutalmente indetenible: como si se tratase de algunas insignificantes astillas, la criatura detuvo su casería para proceder a extraerse los molestos cuchillos ninja que yacían clavados en su grisáceo ser.
Pero no había forma de que tal maquina asesina olvidase la razón de su existencia, pues en cuanto percibió el mínimo movimiento en los soldados se abalanzo sobre los mismos: volvió a sumergirse en el suelo, para luego salir cerca de uno de ellos con suficiente fuerza y velocidad como para tomarlo por uno de sus brazos y arrojarlo, como si de una muñeca de trapo se tratase, contra su compañero en el otro extremo.
Luego fijo su atención en Kaido, su principal presa. Con gran ímpetu se arrojó a la piscina, zambulléndose mientras comenzaba a nadar a toda velocidad. Cualquiera habría de pensar que un ser de piedra se vería privado del don del nado, pero su amoroso padre y creador se había tomado la molestia de darle una forma sumamente hidronímica y una superficie tan similar a la piel de un tiburón, que aquello le resultaba aterradoramente fácil… Así habría de sentirlo Umikiba al notar que aquella bestia volvía intentar, desde la parte más profunda de la piscina, su ataque de emboscada.
Ahora estaban frente a frente en aquel pequeño mar, un mar demasiado pequeño como para tener a dos tiburones nadando en sus aguas.
Los ojos del joven Hakagurē se abrieron de par en par en cuanto vio como aquella fatídica mano se elevaba junto con una guadaña que habría de acabar con su vida. Trato de moverse, de zafarse, pero su cuerpo yacía entumecido y la Muerte Blanca le sujetaba firmemente, tal como se hace con las almas que han de ser cosechadas.
Un poco duro para su orgullo, pero muy necesario para su vida, fue cuando el soldado más cercano le proporciono un contundente bastonazo en la cien a la escultura. Esta giro mecánica y tétricamente su cadavérico rostro hacia él, y le arrojo un corte que partió su arma a la mitad. Estuvo a punto de arremeter con un segundo ataque, pero aquel que portaba la ballesta se le adelanto y coloco un virote justo donde había golpeado anteriormente su valiente compañero.
Aquella distracción fue suficiente como para que Kōtetsu rodara lejos de la muerte y se reincorporara.
El ser de piedra volvió a extender sus solidas alas, elevándose por encima de aquellos mortales. El joven de ojos grises se reclino contra una pared para cubrir su espalda y comenzó cargar chakra en el interior de su arma, esperando el inminente ataque. El enemigo sobrevoló por unos instantes, dibujando sobre el destrozado suelo una inquietante sombra.
Cuando estuvo listo —cuando sintió que estaba listo— el Hakagurē se posiciono en el centro del solario, dejándose vulnerable al próximo ataque de la muerte alada. Esta se arrojó sobre el con abominable determinación y velocidad desde lo más alto. El joven elevo su espada al cielo y comenzó a blandirla de un lado a otro, haciendo que del filo de la misma se desprendiesen una serie de cinco cuchillas espectrales, de las cuales tres dieron de lleno contra el hermoso vestido de piedra de la estatua. Esta perdió parcialmente la dirección de su vuelo y termino por frenar su ataque inicial, reculando hacia las alturas.
En aquel alto y soleado punto se quedó flotante, estática mientras que de ella parecían emanar tétricos y pacientes pensamientos… El de ojos grises no sabría decir el porqué, pero aquello le causo un escalofrió.
Uno de ellos comenzó a esgrimir una afilada lanza que buscaba herir el rocoso cuerpo de la bestia, lanzando humildes aguijonazos como si fuese un escorpión que, sintiéndose acorralado, ha decidido arremeter contra su invencible atacante. La criatura desvió su atención del ninja y se enfocó en aquella mínima y débil criatura que creía poder hacerle frente. Durante unos segundos evadió con suma facilidad los ataques de Akodo, viendo como los fuertes brazos de este comenzaban a flaquear. De pronto, cuando yacía esperando el momento oportuno para atacar, un enorme mazazo pulverizo una de sus patas traseras. El reptil pétreo trastabillo, desequilibrado por la pérdida de una extremidad que, aunque delgada y relativamente frágil, era necesaria.
Pero si esperaban amedrentarle, esperaban en vano: de piedra era su ser y el miedo o el dolor no formaban parte de su existencia.
Pero aquellas criaturas físicamente inferiores demostraban que los instintos otorgados por su naturaleza biológica no era poca cosa. Así lo demostró Toturi en el momento en que hundió su lanza en el sólido pecho del monstruo.
La criatura se debatió y lanzo al cielo de la biblioteca un rugido cavernoso que hizo temblar la estancia. Comenzó a moverse con gran velocidad, dándole un violento coletazo al soldado de la lanza, arrojándolo por los aires y esquivando una segunda acometida del de la masa.
Busco a Akame, consciente de que algo planeaba, pero aquel estúpido y valiente soldado buscaba desesperadamente aplastar su otra pata. Tanto lidiaron, que aquel hombre quedo interpuesto entre el Uchiha y el dragón… La enorme criatura se irguió en toda su extensión y abrió sus oscuras fauces. De las mismas comenzó emerger un potente e incontrolable chorro de llamas, tan intensas como para incinerar lo que estuviese a su paso y calentar el aire que se respiraba en aquel espacio. Su fuego era abrazador y violento, de unos atemorizante colores carmesí y azabache que se mesclaban caóticamente. Aquel aliento envolvió al hombre y le condeno a un destino tan terrible como el que sufriese Tamaro aquel día de la emboscada.
Próximo a ser alcanzado por la ola de fuego si no hacía nada, Akame visualizo en el cuerpo de Kuma-san como la historia se repetía.
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Kaido resulto no ser una presa tan fácil como pudiese esperarse, como cabría esperarse de un humano promedio. Prueba de aquella voluntad que le empujaba a dominar y no ser dominado, fue utilizar un par de colmillos de acero para corresponder a la brutalidad con la que había sido atacado.
El ser de piedra no solo se vio parcialmente burlado al momento de percibir como impactaba contra algo sólido que luego cambiaba a ser líquido, sino que se vio desorientado por recibir dos puñaladas de un par de dientes que presumían de ser más grandes y efectivos que los suyos propios. Y pese a todo aquello, aún seguía luciendo brutalmente indetenible: como si se tratase de algunas insignificantes astillas, la criatura detuvo su casería para proceder a extraerse los molestos cuchillos ninja que yacían clavados en su grisáceo ser.
Pero no había forma de que tal maquina asesina olvidase la razón de su existencia, pues en cuanto percibió el mínimo movimiento en los soldados se abalanzo sobre los mismos: volvió a sumergirse en el suelo, para luego salir cerca de uno de ellos con suficiente fuerza y velocidad como para tomarlo por uno de sus brazos y arrojarlo, como si de una muñeca de trapo se tratase, contra su compañero en el otro extremo.
Luego fijo su atención en Kaido, su principal presa. Con gran ímpetu se arrojó a la piscina, zambulléndose mientras comenzaba a nadar a toda velocidad. Cualquiera habría de pensar que un ser de piedra se vería privado del don del nado, pero su amoroso padre y creador se había tomado la molestia de darle una forma sumamente hidronímica y una superficie tan similar a la piel de un tiburón, que aquello le resultaba aterradoramente fácil… Así habría de sentirlo Umikiba al notar que aquella bestia volvía intentar, desde la parte más profunda de la piscina, su ataque de emboscada.
Ahora estaban frente a frente en aquel pequeño mar, un mar demasiado pequeño como para tener a dos tiburones nadando en sus aguas.
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Los ojos del joven Hakagurē se abrieron de par en par en cuanto vio como aquella fatídica mano se elevaba junto con una guadaña que habría de acabar con su vida. Trato de moverse, de zafarse, pero su cuerpo yacía entumecido y la Muerte Blanca le sujetaba firmemente, tal como se hace con las almas que han de ser cosechadas.
Un poco duro para su orgullo, pero muy necesario para su vida, fue cuando el soldado más cercano le proporciono un contundente bastonazo en la cien a la escultura. Esta giro mecánica y tétricamente su cadavérico rostro hacia él, y le arrojo un corte que partió su arma a la mitad. Estuvo a punto de arremeter con un segundo ataque, pero aquel que portaba la ballesta se le adelanto y coloco un virote justo donde había golpeado anteriormente su valiente compañero.
Aquella distracción fue suficiente como para que Kōtetsu rodara lejos de la muerte y se reincorporara.
El ser de piedra volvió a extender sus solidas alas, elevándose por encima de aquellos mortales. El joven de ojos grises se reclino contra una pared para cubrir su espalda y comenzó cargar chakra en el interior de su arma, esperando el inminente ataque. El enemigo sobrevoló por unos instantes, dibujando sobre el destrozado suelo una inquietante sombra.
Cuando estuvo listo —cuando sintió que estaba listo— el Hakagurē se posiciono en el centro del solario, dejándose vulnerable al próximo ataque de la muerte alada. Esta se arrojó sobre el con abominable determinación y velocidad desde lo más alto. El joven elevo su espada al cielo y comenzó a blandirla de un lado a otro, haciendo que del filo de la misma se desprendiesen una serie de cinco cuchillas espectrales, de las cuales tres dieron de lleno contra el hermoso vestido de piedra de la estatua. Esta perdió parcialmente la dirección de su vuelo y termino por frenar su ataque inicial, reculando hacia las alturas.
En aquel alto y soleado punto se quedó flotante, estática mientras que de ella parecían emanar tétricos y pacientes pensamientos… El de ojos grises no sabría decir el porqué, pero aquello le causo un escalofrió.