3/10/2017, 17:15
El Uchiha esbozó una sonrisa resignada cuando su compañero le dio con un palmo de narices; «debí haberlo imaginado... A Datsue-kun rara vez se le escapa una, el muy bandido». Sea como fuere, todo parecía sugerir que los tres estaban a punto y listos para partir. Akame enrolló de nuevo el pergamino y se lo guardó en la mochila. Luego se ajustó los correajes y comprobó que el nudo de su bandana estaba firme en la parte trasera de su cabeza. Todo ello con una sonrisa, claro; nada le gustaba más al Uchiha que ver cómo los planes salían bien.
—¡Pues bien, Datsue-kun, Eri-san! En marcha, no hay tiempo que perder —anunció Akame, emocionado, para luego empezar a andar a paso ligero hacia las puertas.
Los chuunin que las custodiaban no tardaron en pedirles identificación y demás parafernalia que el propio Akame solucionó mostrando su bandana, dando el nombre de todos los integrantes del equipo y el pergamino que les acreditaba oficialmente como ninjas asignados a una misión de rango C.
—¡Excelente, excelente! —exclamó el Uchiha, jubiloso, cuando les dieron el visto bueno—. ¡Vamos, muchachos, vamos! ¡Ichiban nos espera!
El camino que les quedaba por delante era largo; casi un día de viaje, llegarían como muy pronto un poco antes de la hora de cenar. Atravesando las Planicies del Silencio se encontrarían con arrozales, algunos pequeños pueblos en los que aprovisionarse y comer algo, árboles que salpicaban el paisaje aquí y allá, algún riachuelo... Y sobretodo, silencio. A no ser que ellos pusieran la nota discordante.
—¡Pues bien, Datsue-kun, Eri-san! En marcha, no hay tiempo que perder —anunció Akame, emocionado, para luego empezar a andar a paso ligero hacia las puertas.
Los chuunin que las custodiaban no tardaron en pedirles identificación y demás parafernalia que el propio Akame solucionó mostrando su bandana, dando el nombre de todos los integrantes del equipo y el pergamino que les acreditaba oficialmente como ninjas asignados a una misión de rango C.
—¡Excelente, excelente! —exclamó el Uchiha, jubiloso, cuando les dieron el visto bueno—. ¡Vamos, muchachos, vamos! ¡Ichiban nos espera!
El camino que les quedaba por delante era largo; casi un día de viaje, llegarían como muy pronto un poco antes de la hora de cenar. Atravesando las Planicies del Silencio se encontrarían con arrozales, algunos pequeños pueblos en los que aprovisionarse y comer algo, árboles que salpicaban el paisaje aquí y allá, algún riachuelo... Y sobretodo, silencio. A no ser que ellos pusieran la nota discordante.