3/10/2017, 19:30
El estoicismo de Akame a la hora de aguantar aquel chaparrón fue admirable; al menos para quienes le conocían. Incluso el Uchiha, que se preciaba de ser un tipo tranquilo al que no era fácil sacar de sus casillas, tenía que hacer titánicos esfuerzos para no abalanzarse allí mismo sobre su compañero de Aldea y emprenderla a golpes con él. Pero Datsue no se lo estaba poniendo fácil, ni mucho menos.
Lo que vino después fue una retahíla de gritos, aspavientos y palabras acusadoras que se clavaron en el corazón del Uchiha como dagas. Su antigua maestra siempre le decía que un ninja no debía dejar que sus sentimientos nublaran su juicio, pero en aquel momento a Akame le parecía completamente imposible. Poseído por la ira igual —o más— que Datsue, Akame simplemente lo disimulaba mejor. Sus mandíbulas temblaban como las de un anciano y sus ojos rojos taladraban con la mirada al Uchiha que tenía delante de él.
Datsue atacó a todo y a todos. A Uzushiogakure, a sus compañeros de promoción —que habían sido buenos amigos de Haskoz cuando éste estaba con vida—, incluso al propio Akame. Pese a que el Uchiha tuvo que admitir en su fuero interno que algunas de las cosas que Datsue estaba diciendo eran innegablemente ciertas, la rabia hablaba por él. Se mantuvo en su sitio hasta que su compañero empezó a hablar de cómo él había sido el que más había hecho porque Haskoz fuese recordado.
Aquello fue demasiado para Akame.
Dio un paso rápido al frente y se colocó justo delante de Datsue. Con la mano derecha, huesuda y curtida, le agarró del cuello de la camisa y lo aproximó hacia sí. Cuando habló, lo hizo casi masticando las palabras, apretando los dientes como un lobo enfurecido.
—Yo lo hice, ¡yo! —masculló—. Yo le recordé, yo fui a visitar su tumba cada semana, yo compartí con él vivencias que siempre quedarán en mi corazón. Yo honro su recuerdo cada día siendo el mejor ninja que pueda permitirme, como cuando gané ese condenado Torneo mientras tú te preocupabas de llenarte los bolsillos —atacó, sin pudor—. ¡Mientras tú le sacabas en tus sucios papeles, poniéndole de cornudo y de idiota!
Akame soltó un gruñido entre dientes.
—Sabe Susano'o que he tenido paciencia contigo, pero no parece que vayas a cejar en tu empeño —le espetó el Uchiha—. ¿Acaso quieres pelea, eh? ¿Es eso?
Se separó de Datsue retrocediendo un par de pasos.
—No lo creo. Tres contra Dos —gesticuló los números con la mano diestra—. No podrías ganarme ni aunque te lo suplicara.
Lo que vino después fue una retahíla de gritos, aspavientos y palabras acusadoras que se clavaron en el corazón del Uchiha como dagas. Su antigua maestra siempre le decía que un ninja no debía dejar que sus sentimientos nublaran su juicio, pero en aquel momento a Akame le parecía completamente imposible. Poseído por la ira igual —o más— que Datsue, Akame simplemente lo disimulaba mejor. Sus mandíbulas temblaban como las de un anciano y sus ojos rojos taladraban con la mirada al Uchiha que tenía delante de él.
Datsue atacó a todo y a todos. A Uzushiogakure, a sus compañeros de promoción —que habían sido buenos amigos de Haskoz cuando éste estaba con vida—, incluso al propio Akame. Pese a que el Uchiha tuvo que admitir en su fuero interno que algunas de las cosas que Datsue estaba diciendo eran innegablemente ciertas, la rabia hablaba por él. Se mantuvo en su sitio hasta que su compañero empezó a hablar de cómo él había sido el que más había hecho porque Haskoz fuese recordado.
Aquello fue demasiado para Akame.
Dio un paso rápido al frente y se colocó justo delante de Datsue. Con la mano derecha, huesuda y curtida, le agarró del cuello de la camisa y lo aproximó hacia sí. Cuando habló, lo hizo casi masticando las palabras, apretando los dientes como un lobo enfurecido.
—Yo lo hice, ¡yo! —masculló—. Yo le recordé, yo fui a visitar su tumba cada semana, yo compartí con él vivencias que siempre quedarán en mi corazón. Yo honro su recuerdo cada día siendo el mejor ninja que pueda permitirme, como cuando gané ese condenado Torneo mientras tú te preocupabas de llenarte los bolsillos —atacó, sin pudor—. ¡Mientras tú le sacabas en tus sucios papeles, poniéndole de cornudo y de idiota!
Akame soltó un gruñido entre dientes.
—Sabe Susano'o que he tenido paciencia contigo, pero no parece que vayas a cejar en tu empeño —le espetó el Uchiha—. ¿Acaso quieres pelea, eh? ¿Es eso?
Se separó de Datsue retrocediendo un par de pasos.
—No lo creo. Tres contra Dos —gesticuló los números con la mano diestra—. No podrías ganarme ni aunque te lo suplicara.