10/10/2017, 17:17
Los muchachos no pararon de armar escándalo —o, al menos, lo que unos pueblerinos podrían considerar como "escándalo" viniendo de unos forasteros— hasta que hubieron ordenado la cena y tomaron asiento en una de las solitarias mesas del lugar. No pasaría desapercibido para ninguno que algunos parroquianos habían dejado de prestar atención a las cartas para empezar a largarles miradas con cara de pocos amigos.
«Parece que en Ichiban no les gustan los forasteros... No los ruidosos, al menos» caviló Akame.
El tabernero se les acercó con tres platos de cerámica en las manos. Normalmente en las posadas de Uzu, Yamiria o incluso Minori y Ushi, había un mesero encargado de llevar los platos a las mesas; pero en un pueblo tan remoto y pequeño no era de extrañar que el propio dueño les atendiese. Dejó un cuenco de sopa con verduras frente a Datsue y otros dos platos, algo más grandes, de estofado de carne, patatas y zanahoria donde estaban sentados Eri y Akame.
—Supongo que también querrán una habitación —agregó el ceñudo tabernero.
—Bueno, tres en realidad —aclaró Akame mientras soplaba con cuidado a su estofado.
—Pues no tengo más de dos. Tendrán que compartir —replicó el dueño.
El Uchiha se encogió de hombros y miró a sus compañeros.
Una vez aclarado el tema de las habitaciones, el tabernero les traería la bebida y podrían —por fin— empezar a cenar. El Uchiha devoró con ansia el estofado, que pese a no ser de la mejor calidad tenía ese sabor inconfundible de la carne de vacuno del campo, cien por cien natural y demás. Luego se terminaría el té y se recostaría en su asiento.
—Y vosotros, ¿qué pensáis? Una casa encantada... Cuentos de viejas, eso digo yo —afirmó el Uchiha con tono despreocupado.
Uno de los parroquianos dio un fuerte golpe en la mesa y les dedicó una mirada larga y amenazadora. El silencio del ambiente se volvió incluso más intenso, como si la chimenea hubiese dejado de crepitar por arte de magia.
«Parece que en Ichiban no les gustan los forasteros... No los ruidosos, al menos» caviló Akame.
El tabernero se les acercó con tres platos de cerámica en las manos. Normalmente en las posadas de Uzu, Yamiria o incluso Minori y Ushi, había un mesero encargado de llevar los platos a las mesas; pero en un pueblo tan remoto y pequeño no era de extrañar que el propio dueño les atendiese. Dejó un cuenco de sopa con verduras frente a Datsue y otros dos platos, algo más grandes, de estofado de carne, patatas y zanahoria donde estaban sentados Eri y Akame.
—Supongo que también querrán una habitación —agregó el ceñudo tabernero.
—Bueno, tres en realidad —aclaró Akame mientras soplaba con cuidado a su estofado.
—Pues no tengo más de dos. Tendrán que compartir —replicó el dueño.
El Uchiha se encogió de hombros y miró a sus compañeros.
Una vez aclarado el tema de las habitaciones, el tabernero les traería la bebida y podrían —por fin— empezar a cenar. El Uchiha devoró con ansia el estofado, que pese a no ser de la mejor calidad tenía ese sabor inconfundible de la carne de vacuno del campo, cien por cien natural y demás. Luego se terminaría el té y se recostaría en su asiento.
—Y vosotros, ¿qué pensáis? Una casa encantada... Cuentos de viejas, eso digo yo —afirmó el Uchiha con tono despreocupado.
Uno de los parroquianos dio un fuerte golpe en la mesa y les dedicó una mirada larga y amenazadora. El silencio del ambiente se volvió incluso más intenso, como si la chimenea hubiese dejado de crepitar por arte de magia.