13/10/2017, 16:35
El joven Uchiha le dio forma a su chakra, transformándolo en una enorme y ardiente bola de fuego que ocupaba la mayor parte del campo visual de su pétreo oponente. El Dragón Negro, sintiéndose desafiado, volvió a rugir con su infernal aliento. Y entonces, las llamas brillantes se encontraron de frente con las oscuras, provocando un viento ardiente y huracanado que amenazaba con incinerar toda la estancia. En un principio sus fuerzas parecían igualadas, pero pronto la bola de fuego del muchacho comenzó a imponerse a las ya debilitadas flamas de la estatua.
La maligna criatura se vio superada por tan potente ataque, enviada de golpe al otro lado de la estancia mientras el caluroso fuego le envolvía y agrietaba su dura superficie. Pero aunque pareciese vencida, aún estaba lejos de caer pues se necesitaba de más para poder dar muerte a un dragón. No por nada, en las antiguas legendas eran los más grandes y poderosos héroes quienes podían enfrentarse a tan mítico ser y sobrevivir.
Ahora la bestia se encontraba más iracunda que nunca. Se irguió entre los escombros y las cenizas y comenzó a moverse de forma serpenteante, iniciando su próximo movimiento ofensivo. Aquel ataque era el que había utilizado antes contra Akame, el mismo podría darse cuenta al ver como su enemigo se movía rápidamente, tratando de salir de su campo de visión para volver a propinarle un violento coletazo.
La naturaleza, sea que el ser este constituido por carne o por piedra, hace uso de una forma brutal e irónica para demostrar conque facilidad el cazador puede convertirse en presa. Así lo experimento la Estatua de Tiburón: el salir en busca de una buena emboscada y encontrarse con que estaba siendo esperado… Encontrarse con que ahora yacía atrapado en una red acuosa y densa que le retenía como si fuese un vil y vulgar bacalao.
La bestia se debatió en busca de libertad para matar, y cuando por fin estuvo a punto de separarse de aquella masa de agua, una potente ola callo sobre el con fuerza demoledora. El agua maltrato su sólido cuerpo y le dejo imposibilitado para defenderse de un lanzazo y dos flechas que cernieron sobre él.
En aquel instante la criatura de piedra debió de parecer cercana a la derrota, pero aquello estaba muy lejos de la realidad: movida por lo reflejos antinaturales de un ser de sangre fría, la bestia abandono aquel foso, decidida a atacar con todo, antes que más flechas le dieran alcance. En un instante, mientras se enfilaba hacia Kaido y el soldado de la lanza, de su monstruosa mano comenzó a emanar agua, un agua que salía de sus grietas como si de sangre se tratase. Agito la mano en el aire y aquel fluido salió despedido con una presión que la transformo en una especie de onda de choque liquida. Aquella ola era tan rápida e iba con tanta presión que resultaría prácticamente imposible esquivarla a tan corta distancia. Un descubrimiento que resultaría bastante trágico para el soldado que sostenía la lanza, pues aquel filo acabaría por cercenarle las piernas en un instante. Y sin embargo, aquello no bastaría para detenerle antes de que llegase a donde se encontraba Kaido.
Buscando el camino que más rápido llevase a aquellos débiles seres de carne hacia la tumba, la Estatua de Muerte se arrojó, desde las impías alturas, contra el joven de cabellos blancos. Este, tratando de evitar el combate cercano rodo y esquivo el envite lo mejor que pudo.
Aquel ser alado se movía rápidamente, y el par de soldados que acompañaban al joven no encontraban ocasión de ayudarle sin herirle en el proceso. Como siendo víctima de algún ataque temporal de locura, Hakagurē guardo su espada y se dedicó a solo esquivar y dar saltos. Parecía querer darse por muerto, hasta que se hizo con un rollo de pergamino el cual abrió. Después de una extraña nube de humo, un enorme Fūma Shuriken apareció en sus manos. Aquella resultaba ser un arma suficientemente grande y fuerte como para resistir uno de los embates de la guadaña de mano de la Muerte Blanca.
Sin embargo, el peliblanco no tenía intenciones de ser el quien lo usara: arrojo la estrella de acero al soldado que había perdido su arma en el anterior ataque, y procedió a volver a empuñar su espada. Se mantuvo a la defensiva mientras cargaba chakra en el filo de su hoja. Finalmente, proyecto desde Bohimei una ráfaga de chakra que golpeo con fuerza el esquelético rostro de su enemigo. La escultura se recompuso rápidamente de aquel ligero ataque, pero el mismo había sido solo una distracción: desde más allá de su campo de visión, un veloz fūma shuriken y un dardo de ballesta se estrellaron contra su pálido y duro ser, provocando que rodase sobre el suelo entre fragmentos de roca que se habían desprendido de su vestido y alas de piedra.
El joven hizo una señal y retrocedió para reagruparse con sus compañeros combatientes, pero la criatura no permitiría aquello. Era natural pensar que después de semejante ataque, ningún ser podría reincorporarse tan rápidamente, pero aquello solo aplicaba para quienes sentían dolor o fatiga y no para quienes tenían un cuerpo indoloro y resistente como la roca.
De pronto, se escuchó el sonido de una cadena, una cadena de piedra que emergió desde el vestido de la estatua y que estaba unida al mango de su guadaña de mano. Suponiendo solo lo peor de aquello que estaba viendo, el joven de ojos grises hizo un gesto para que todos retrocedieran. Sin embargo, fue él quien fue alcanzado primero por un arma de largo alcance que se movió con la fluidez y rapidez de una serpiente: la guadaña se aferró a su desprotegido hombro y la cadena le dio un fuerte tirón que terminó estrellando su cuerpo contra la pared.
El soldado que había arrojado la estrella de acero trato de acercarse a la misma para recogerla y así asistir al muchacho antes de que le dieran el golpe de gracia, pero una lejana guadaña afloro de pronto desde su pecho, provocando que se encontrara a si mismo empalado por un arma de piedra. La Muerte Blanca alzo vuelo elevando el cuerpo del soldado que aún estaba con vida, agito la cadena y termino lanzándolo hacia el vacío como si fuese una pesca indeseada.
La maligna criatura se vio superada por tan potente ataque, enviada de golpe al otro lado de la estancia mientras el caluroso fuego le envolvía y agrietaba su dura superficie. Pero aunque pareciese vencida, aún estaba lejos de caer pues se necesitaba de más para poder dar muerte a un dragón. No por nada, en las antiguas legendas eran los más grandes y poderosos héroes quienes podían enfrentarse a tan mítico ser y sobrevivir.
Ahora la bestia se encontraba más iracunda que nunca. Se irguió entre los escombros y las cenizas y comenzó a moverse de forma serpenteante, iniciando su próximo movimiento ofensivo. Aquel ataque era el que había utilizado antes contra Akame, el mismo podría darse cuenta al ver como su enemigo se movía rápidamente, tratando de salir de su campo de visión para volver a propinarle un violento coletazo.
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La naturaleza, sea que el ser este constituido por carne o por piedra, hace uso de una forma brutal e irónica para demostrar conque facilidad el cazador puede convertirse en presa. Así lo experimento la Estatua de Tiburón: el salir en busca de una buena emboscada y encontrarse con que estaba siendo esperado… Encontrarse con que ahora yacía atrapado en una red acuosa y densa que le retenía como si fuese un vil y vulgar bacalao.
La bestia se debatió en busca de libertad para matar, y cuando por fin estuvo a punto de separarse de aquella masa de agua, una potente ola callo sobre el con fuerza demoledora. El agua maltrato su sólido cuerpo y le dejo imposibilitado para defenderse de un lanzazo y dos flechas que cernieron sobre él.
En aquel instante la criatura de piedra debió de parecer cercana a la derrota, pero aquello estaba muy lejos de la realidad: movida por lo reflejos antinaturales de un ser de sangre fría, la bestia abandono aquel foso, decidida a atacar con todo, antes que más flechas le dieran alcance. En un instante, mientras se enfilaba hacia Kaido y el soldado de la lanza, de su monstruosa mano comenzó a emanar agua, un agua que salía de sus grietas como si de sangre se tratase. Agito la mano en el aire y aquel fluido salió despedido con una presión que la transformo en una especie de onda de choque liquida. Aquella ola era tan rápida e iba con tanta presión que resultaría prácticamente imposible esquivarla a tan corta distancia. Un descubrimiento que resultaría bastante trágico para el soldado que sostenía la lanza, pues aquel filo acabaría por cercenarle las piernas en un instante. Y sin embargo, aquello no bastaría para detenerle antes de que llegase a donde se encontraba Kaido.
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Buscando el camino que más rápido llevase a aquellos débiles seres de carne hacia la tumba, la Estatua de Muerte se arrojó, desde las impías alturas, contra el joven de cabellos blancos. Este, tratando de evitar el combate cercano rodo y esquivo el envite lo mejor que pudo.
Aquel ser alado se movía rápidamente, y el par de soldados que acompañaban al joven no encontraban ocasión de ayudarle sin herirle en el proceso. Como siendo víctima de algún ataque temporal de locura, Hakagurē guardo su espada y se dedicó a solo esquivar y dar saltos. Parecía querer darse por muerto, hasta que se hizo con un rollo de pergamino el cual abrió. Después de una extraña nube de humo, un enorme Fūma Shuriken apareció en sus manos. Aquella resultaba ser un arma suficientemente grande y fuerte como para resistir uno de los embates de la guadaña de mano de la Muerte Blanca.
Sin embargo, el peliblanco no tenía intenciones de ser el quien lo usara: arrojo la estrella de acero al soldado que había perdido su arma en el anterior ataque, y procedió a volver a empuñar su espada. Se mantuvo a la defensiva mientras cargaba chakra en el filo de su hoja. Finalmente, proyecto desde Bohimei una ráfaga de chakra que golpeo con fuerza el esquelético rostro de su enemigo. La escultura se recompuso rápidamente de aquel ligero ataque, pero el mismo había sido solo una distracción: desde más allá de su campo de visión, un veloz fūma shuriken y un dardo de ballesta se estrellaron contra su pálido y duro ser, provocando que rodase sobre el suelo entre fragmentos de roca que se habían desprendido de su vestido y alas de piedra.
El joven hizo una señal y retrocedió para reagruparse con sus compañeros combatientes, pero la criatura no permitiría aquello. Era natural pensar que después de semejante ataque, ningún ser podría reincorporarse tan rápidamente, pero aquello solo aplicaba para quienes sentían dolor o fatiga y no para quienes tenían un cuerpo indoloro y resistente como la roca.
De pronto, se escuchó el sonido de una cadena, una cadena de piedra que emergió desde el vestido de la estatua y que estaba unida al mango de su guadaña de mano. Suponiendo solo lo peor de aquello que estaba viendo, el joven de ojos grises hizo un gesto para que todos retrocedieran. Sin embargo, fue él quien fue alcanzado primero por un arma de largo alcance que se movió con la fluidez y rapidez de una serpiente: la guadaña se aferró a su desprotegido hombro y la cadena le dio un fuerte tirón que terminó estrellando su cuerpo contra la pared.
El soldado que había arrojado la estrella de acero trato de acercarse a la misma para recogerla y así asistir al muchacho antes de que le dieran el golpe de gracia, pero una lejana guadaña afloro de pronto desde su pecho, provocando que se encontrara a si mismo empalado por un arma de piedra. La Muerte Blanca alzo vuelo elevando el cuerpo del soldado que aún estaba con vida, agito la cadena y termino lanzándolo hacia el vacío como si fuese una pesca indeseada.