16/10/2017, 17:52
—No sé —contestó el mayor de los Uchiha, lacónico, mientras se internaba en el Estadio de Celebraciones.
Vestía una camiseta de manga larga y cuello alto de color azul marino, con el símbolo de su clan a la espalda. Como respondiendo a la pregunta de Datsue, su viejo ninjatō colgaba cruzado en su espalda, y llevaba también un portaobjetos atado al cinturón. Rubricaban la imagen del gennin unos pantalones largos de color arena y botas altas de shinobi, negras.
Akame había pasado dos días penosos; no porque estuviese muy herido —que lo estaba— sino porque todo lo ocurrido con Datsue le reconcomía. Por una parte sentía todavía un resquemor y coraje viejo pero intenso, como un guerrero jubilado pero todavía mortífero. Por el otro... Había tenido oportunidad de vengarse y no lo había hecho.
La bandana con el símbolo de Uzu que Akame llevaba en la frente refulgió con el destello de un rayo cuando por fin salieron del túnel. «¿¡Qué diablos...!?»
El espectáculo que se estaba desarrollando allí, frente a ellos, fue concienzudamente analizado por el Sharingan de Akame. Los movimientos, el chakra, los golpes... Todo constituía un baile del que se podía aprender mucho si sabías mirar. Y él sabía. «Es increíblemente poderoso, el maldito...» Sólo una mirada bastó para confirmar que Uchiha Raito era el luchador en el que Akame siempre había querido convertirse. Disciplinado, hábil, poderoso, inteligente. «Todo lo contrario a mí el otro día», se lamentó el gennin. Tal vez eso era lo que más rabia le daba de todo. Que Datsue había conseguido sacarle de sus casillas y hacerle pelear de forma irreflexiva.
Sea como fuere, cuando el entrenamiento terminó, el jōnin se dirigió a ellos junto con su bizarra alumna. El aspecto de ambos —uno, sobrio hasta el extremo y duro como una roca, la otra hecha un torbellino de colorines— era tan distinto que juntos formaban un cuadro de lo más cómico.
«Eso es... ¿¡Un Sharingan!?»
El Uchiha no pudo contener una exclamación de sorpresa al ver el Dōjutsu que la tal Yume llevaba en su ojo derecho. Saltaba a la vista que no había nacido con él. Akame estuvo a punto de decir algo —no muy agradable para la chica—, pero de repente Raito la presentó como chuunin de Uzu.
—Es un placer... Yume-dono —se limitó a decir el Uchiha, acompañando sus palabras de una reverencia. Dado que el jōnin no les había revelado su apellido, el nombre tendría que servir.
Luego la chuunin se retiró, y Raito les dirigió una mirada y una pregunta cuya respuesta Akame encontró insultantemente obvia.
—Porque usted me lo ordenó, Uchiha-dono —replicó, mientras sus ojos volvían a la normalidad.
Vestía una camiseta de manga larga y cuello alto de color azul marino, con el símbolo de su clan a la espalda. Como respondiendo a la pregunta de Datsue, su viejo ninjatō colgaba cruzado en su espalda, y llevaba también un portaobjetos atado al cinturón. Rubricaban la imagen del gennin unos pantalones largos de color arena y botas altas de shinobi, negras.
Akame había pasado dos días penosos; no porque estuviese muy herido —que lo estaba— sino porque todo lo ocurrido con Datsue le reconcomía. Por una parte sentía todavía un resquemor y coraje viejo pero intenso, como un guerrero jubilado pero todavía mortífero. Por el otro... Había tenido oportunidad de vengarse y no lo había hecho.
La bandana con el símbolo de Uzu que Akame llevaba en la frente refulgió con el destello de un rayo cuando por fin salieron del túnel. «¿¡Qué diablos...!?»
El espectáculo que se estaba desarrollando allí, frente a ellos, fue concienzudamente analizado por el Sharingan de Akame. Los movimientos, el chakra, los golpes... Todo constituía un baile del que se podía aprender mucho si sabías mirar. Y él sabía. «Es increíblemente poderoso, el maldito...» Sólo una mirada bastó para confirmar que Uchiha Raito era el luchador en el que Akame siempre había querido convertirse. Disciplinado, hábil, poderoso, inteligente. «Todo lo contrario a mí el otro día», se lamentó el gennin. Tal vez eso era lo que más rabia le daba de todo. Que Datsue había conseguido sacarle de sus casillas y hacerle pelear de forma irreflexiva.
Sea como fuere, cuando el entrenamiento terminó, el jōnin se dirigió a ellos junto con su bizarra alumna. El aspecto de ambos —uno, sobrio hasta el extremo y duro como una roca, la otra hecha un torbellino de colorines— era tan distinto que juntos formaban un cuadro de lo más cómico.
«Eso es... ¿¡Un Sharingan!?»
El Uchiha no pudo contener una exclamación de sorpresa al ver el Dōjutsu que la tal Yume llevaba en su ojo derecho. Saltaba a la vista que no había nacido con él. Akame estuvo a punto de decir algo —no muy agradable para la chica—, pero de repente Raito la presentó como chuunin de Uzu.
—Es un placer... Yume-dono —se limitó a decir el Uchiha, acompañando sus palabras de una reverencia. Dado que el jōnin no les había revelado su apellido, el nombre tendría que servir.
Luego la chuunin se retiró, y Raito les dirigió una mirada y una pregunta cuya respuesta Akame encontró insultantemente obvia.
—Porque usted me lo ordenó, Uchiha-dono —replicó, mientras sus ojos volvían a la normalidad.