16/10/2017, 19:43
Y cuando hubiesen podido creer que aquel importante daño podría haber sido suficiente como para detener los instintos asesinos de aquella bestia, lo cierto es que aquellos tres combatientes no podían estar más equivocados. Ni la lanza que le acarició el pecho pedrusco, o las flechas; que intentaron clavarse tan profundo como le fuera posible.
Ni siquiera el potente Mizurappa, triplicado en poderío gracias al importante gaste de chakra utilizado por el escualo para hacer de su riada un disparo potente, había servido de nada.
El tiburón blanco no iba a detenerse, no al menos hasta que fuese convertido en polvo de piedra.
Entonces, un nuevo as bajo su manga fue puesto sobre la mesa. Y es que Kaido pudo ver en primera fila el cómo aquella bestia lograba invocar el agua desde sus más profundos cimientos, la cual manipuló como si se tratase de su propio cardúmen. El agua se moldeó según sus intenciones y salió disparada cual guillotina presurizada hacia las piernas del guardia de la lanza, cuyas dos extremidades fueron cercenadas como si se tratasen de un cuchillo cortando un trozo de mantequilla.
La sangre tintó la cerámica por debajo de él, y el guardia cayó en shock, sin saber realmente lo que había pasado.
—¡Nooooo, maldito! —espetó, tan furioso como intimidado por la posibilidad de acabar como él. Con los ojos tan abiertos y desorbitados, que parecía que en cualquier momento se le iban a salir de sus cuencas.
Sintió la sed de venganza acariciándole la garganta, pero había una realidad innegable que no podría ignorar esa vez. Lo primero, y era que su cuerpo yacía más que exhausto después de haber utilizado aquellas dos técnicas de manera consecutiva. Se sabía con sus reservas de chakra al límite, no podría volver a atacar a menos que quisiese quedar a merced de su enemigo.
Lo segundo, que a aquella agua manipulada no le bastó arrancarle las piernas al primero; sino que en un giro rápido, trató de dirigirse hacia donde estaba él. Para su suerte, él nunca había dejado de estar por sobre la piscina. Y desde su costado, tendría los segundos suficientes como para que sus pies dejaran de verse envueltos en chakra y cedieran ante la superficie acuosa que le tragó antes de que la ola cortante llegara hasta él. Entonces, sintió el beneplácito del agua cubriéndole de cabo a rabo, desapareciendo en las profundidades de aquella pequeña alberca.
Y si la estatua quería echar un vistazo ahí abajo, vería al tiburón, ahí, flotando; quizás, a su merced. Pero tendría que comprobarlo primero.
Ni siquiera el potente Mizurappa, triplicado en poderío gracias al importante gaste de chakra utilizado por el escualo para hacer de su riada un disparo potente, había servido de nada.
El tiburón blanco no iba a detenerse, no al menos hasta que fuese convertido en polvo de piedra.
Entonces, un nuevo as bajo su manga fue puesto sobre la mesa. Y es que Kaido pudo ver en primera fila el cómo aquella bestia lograba invocar el agua desde sus más profundos cimientos, la cual manipuló como si se tratase de su propio cardúmen. El agua se moldeó según sus intenciones y salió disparada cual guillotina presurizada hacia las piernas del guardia de la lanza, cuyas dos extremidades fueron cercenadas como si se tratasen de un cuchillo cortando un trozo de mantequilla.
La sangre tintó la cerámica por debajo de él, y el guardia cayó en shock, sin saber realmente lo que había pasado.
—¡Nooooo, maldito! —espetó, tan furioso como intimidado por la posibilidad de acabar como él. Con los ojos tan abiertos y desorbitados, que parecía que en cualquier momento se le iban a salir de sus cuencas.
Sintió la sed de venganza acariciándole la garganta, pero había una realidad innegable que no podría ignorar esa vez. Lo primero, y era que su cuerpo yacía más que exhausto después de haber utilizado aquellas dos técnicas de manera consecutiva. Se sabía con sus reservas de chakra al límite, no podría volver a atacar a menos que quisiese quedar a merced de su enemigo.
Lo segundo, que a aquella agua manipulada no le bastó arrancarle las piernas al primero; sino que en un giro rápido, trató de dirigirse hacia donde estaba él. Para su suerte, él nunca había dejado de estar por sobre la piscina. Y desde su costado, tendría los segundos suficientes como para que sus pies dejaran de verse envueltos en chakra y cedieran ante la superficie acuosa que le tragó antes de que la ola cortante llegara hasta él. Entonces, sintió el beneplácito del agua cubriéndole de cabo a rabo, desapareciendo en las profundidades de aquella pequeña alberca.
Y si la estatua quería echar un vistazo ahí abajo, vería al tiburón, ahí, flotando; quizás, a su merced. Pero tendría que comprobarlo primero.