17/10/2017, 16:06
El Uchiha frunció el ceño ante las protestas de Datsue, pero antes de que pudiera contestar, Eri intervino para poner paz de por medio. Haciendo gala de un carácter de lo más salomónico, la Uzumaki les invitó a ceder cada uno treinta minutos en sus propuestas. Akame no podía estar más en contra de satisfacer —aunque fuese parcialmente— a su compañero Uchiha, pero en pos de la cooperación accedió con una inclinación de cabeza.
«Ciertamente me alegro de que nos hayan asignado a Uzumaki Eri-san...»
Luego se despidió de sus compañeros, tomó sus pertenencias y fue hacia su habitación. Como no habían hablado de la distribución de camas ni de quiénes compartirían cámara, Akame tampoco se preocupó de hacerlo. Al fin y al cabo, le importaba bien poco; en apenas cinco minutos ya estaría dormido.
Dejó la mochila a un lado de la cama, se quitó las botas y se tumbó sobre el colchón. Era duro y bastante poco cómodo, pero el gennin estaba tan cansado que ni siquiera se dio cuenta. Pronto el reino de los sueños le atrapó en su abrazo...
El Uchiha volvió al comedor a la mañana siguiente, justo un par de minutos antes de las ocho y media. Con una inclinación de cabeza saludó al tabernero y luego pidió algo de desayunar. La carta era escasa y se componía fundamentalmente de tostadas con diversos condimentos —cerdo curado, aceite, tomate, mantequilla y poco más—. Akame pidió dos y un vaso de té, y tuvo que convencer al tabernero de que no le sirviera cerveza; que era lo que solían tomar los parroquianos.
A aquellas horas de la mañana ya no había nadie más en la taberna. No era de extrañar, dado que la población de Ichiban trabajaba mayormente en el campo y por consiguiente a las ocho y media todos estaban ya en los sembrados.
Todavía somnoliento, el Uchiha tomó asiento en la mesa más cercana a la barra justo a las ocho horas y treinta minutos.
«Ciertamente me alegro de que nos hayan asignado a Uzumaki Eri-san...»
Luego se despidió de sus compañeros, tomó sus pertenencias y fue hacia su habitación. Como no habían hablado de la distribución de camas ni de quiénes compartirían cámara, Akame tampoco se preocupó de hacerlo. Al fin y al cabo, le importaba bien poco; en apenas cinco minutos ya estaría dormido.
Dejó la mochila a un lado de la cama, se quitó las botas y se tumbó sobre el colchón. Era duro y bastante poco cómodo, pero el gennin estaba tan cansado que ni siquiera se dio cuenta. Pronto el reino de los sueños le atrapó en su abrazo...
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El Uchiha volvió al comedor a la mañana siguiente, justo un par de minutos antes de las ocho y media. Con una inclinación de cabeza saludó al tabernero y luego pidió algo de desayunar. La carta era escasa y se componía fundamentalmente de tostadas con diversos condimentos —cerdo curado, aceite, tomate, mantequilla y poco más—. Akame pidió dos y un vaso de té, y tuvo que convencer al tabernero de que no le sirviera cerveza; que era lo que solían tomar los parroquianos.
A aquellas horas de la mañana ya no había nadie más en la taberna. No era de extrañar, dado que la población de Ichiban trabajaba mayormente en el campo y por consiguiente a las ocho y media todos estaban ya en los sembrados.
Todavía somnoliento, el Uchiha tomó asiento en la mesa más cercana a la barra justo a las ocho horas y treinta minutos.