22/10/2017, 17:42
Kaido pudo sentir cómo el agua se movió severa, víctima de la entrada de aquel tiburón blanco a las profundidades de la piscina. Entonces, de un momento a otro, los dos tiburones yacieron frente a frente, cual retadores en el mar abierto a punto de decidir quién era el verdadero rey del océano.
Sonriente, el escualo aguardó... y aguardó. No iba a perder la calma, no cuando estaba rodeado de aquello que le componía. El agua.
El tiburón blanco tomó entonces la iniciativa, y logró invocar otra de sus ondas presurizadas de agua, tan concentrada que incluso era visible habiendo estado sumergido. Ésta avanzó mortífera a lo largo de la piscina y cuando llegó hasta los linderos del tiburón, la misma lo atravesó sin contemplación alguna. Lo curioso de todo aquello es que la figura que suponía ser Kaido, desapareció una vez afligida por el ataque de la estatua, y ahí en donde había estado antes, no hubo sino un vacío extraño y poco reconfortante.
Todo aquello formaba parte de la estratagema del verdadero tiburón, quien había dejado en su lugar a un bunshin; mientras que su cuerpo transformado en agua viajaba camuflado en la piscina, cogiéndole la espalda a su enemigo. Sólo formaría la parte superior de su cuerpo una vez que supiese con certera que le tenía cogida la retaguardia, y que mientras éste se ocupaba de su clon, él pudiera arrojarle un ataque tan certero a tan corta distancia que le fuera imposible de evitar.
Entonces, de su boca emergió un Teppodama presurizado que viajó sorpresivamente hasta la nuca de la estatua, quien habría de estar ocupándose del otro Kaido. Un golpe certero y duro, aún estando bajo el agua; que sería sólo el primer paso para su inminente caída. Esa era su última carta.
La visión del tiburón se habría vuelto nublosa, víctima del cansancio y la falta de chakra. Pero por alguna razón, su rostro vestía la sonrisa más grande de todas, ¿pero por qué?
Y es que pronto, el tiburón de piedra lo sabría. Sabría que la humanidad que le levantaba de entre las rocas pronto se le iba a escapar de su cuerpo. Porque, como buen salvador y haciendo honor a su título de guerrero; el hombre que había sido irreverentemente ignorado por la estatua un minuto antes, ya se encontraba preparado y listo para dar la estocada final. Una ráfaga de 4 flechas, las últimas de su carcaj, que viajaron sorpresivamente desde la superficie y que rompieron el agua gracias a la fuerza de empuje de su arco.
Ataviando el cuerpo de la piedra sin piedad. Liberándola de su atadura para con quién hubiese sido su creador.
Sonriente, el escualo aguardó... y aguardó. No iba a perder la calma, no cuando estaba rodeado de aquello que le componía. El agua.
El tiburón blanco tomó entonces la iniciativa, y logró invocar otra de sus ondas presurizadas de agua, tan concentrada que incluso era visible habiendo estado sumergido. Ésta avanzó mortífera a lo largo de la piscina y cuando llegó hasta los linderos del tiburón, la misma lo atravesó sin contemplación alguna. Lo curioso de todo aquello es que la figura que suponía ser Kaido, desapareció una vez afligida por el ataque de la estatua, y ahí en donde había estado antes, no hubo sino un vacío extraño y poco reconfortante.
Todo aquello formaba parte de la estratagema del verdadero tiburón, quien había dejado en su lugar a un bunshin; mientras que su cuerpo transformado en agua viajaba camuflado en la piscina, cogiéndole la espalda a su enemigo. Sólo formaría la parte superior de su cuerpo una vez que supiese con certera que le tenía cogida la retaguardia, y que mientras éste se ocupaba de su clon, él pudiera arrojarle un ataque tan certero a tan corta distancia que le fuera imposible de evitar.
Entonces, de su boca emergió un Teppodama presurizado que viajó sorpresivamente hasta la nuca de la estatua, quien habría de estar ocupándose del otro Kaido. Un golpe certero y duro, aún estando bajo el agua; que sería sólo el primer paso para su inminente caída. Esa era su última carta.
La visión del tiburón se habría vuelto nublosa, víctima del cansancio y la falta de chakra. Pero por alguna razón, su rostro vestía la sonrisa más grande de todas, ¿pero por qué?
Y es que pronto, el tiburón de piedra lo sabría. Sabría que la humanidad que le levantaba de entre las rocas pronto se le iba a escapar de su cuerpo. Porque, como buen salvador y haciendo honor a su título de guerrero; el hombre que había sido irreverentemente ignorado por la estatua un minuto antes, ya se encontraba preparado y listo para dar la estocada final. Una ráfaga de 4 flechas, las últimas de su carcaj, que viajaron sorpresivamente desde la superficie y que rompieron el agua gracias a la fuerza de empuje de su arco.
Ataviando el cuerpo de la piedra sin piedad. Liberándola de su atadura para con quién hubiese sido su creador.