27/10/2017, 12:59
Cuando Datsue preguntó por los motivos de tanto cambio de inquilinos, el señor Takeda esbozó una mueca de molestia.
—¿Me has estado escuchando, shinobi-san? ¡Pues claro que tenían motivos para irse! —exclamó, visiblemente incómodo—. Muebles que se mueven solos, voces en la noche... ¡Todos dicen que está embrujada! Pero yo sé la verdad, oh, sí, yo la sé... Son estos envidiosos pueblerinos. ¡Ellos! Ellos se están encargando de ahuyentar a todos mis inquilinos...
El tipo parecía bastante resentido con la gente de Ichiban —ya tuviese razón o no—, y no estaba dispuesto a abandonar su teoría tan fácilmente. Takeda cambió su atención hacia la kunoichi pelirroja cuando ésta le hizo una pregunta de lo más inteligente; aunque para él no tuviese relevancia alguna.
—¿Hmm? ¿Acaso importa? —rumió el comerciante—. Los muertos de hambre de este pueblo no tendrían para pagar un mes de alquiler ni aunque su vida dependiese de ello —escupió con visible desprecio—. Ninguno me ha preguntado siquiera por el precio. ¡No saben apreciar el lujo!
Akame, que había estado todo el rato escuchando con gesto reflexivo, decidió intervenir en ese momento.
—¿Entonces no podemos hablar con ninguno de los inquilinos anteriores, cierto? ¿Hace cuanto que se marchó de la casa la última familia?
Takeda se revolvió en su asiento, inquieto. Parecía que aquella pregunta había pinchado en hueso o, simplemente, era algo que él no quería contestar. Tras unos momentos de silencio en los que parecía estar pensándose muy bien la respuesta, el dueño contestó.
—No, no están aquí. Pero pueden preguntar al alguacil del pueblo, él fue el último que habló con ellos antes de que se los llevaran.
—¿Me has estado escuchando, shinobi-san? ¡Pues claro que tenían motivos para irse! —exclamó, visiblemente incómodo—. Muebles que se mueven solos, voces en la noche... ¡Todos dicen que está embrujada! Pero yo sé la verdad, oh, sí, yo la sé... Son estos envidiosos pueblerinos. ¡Ellos! Ellos se están encargando de ahuyentar a todos mis inquilinos...
El tipo parecía bastante resentido con la gente de Ichiban —ya tuviese razón o no—, y no estaba dispuesto a abandonar su teoría tan fácilmente. Takeda cambió su atención hacia la kunoichi pelirroja cuando ésta le hizo una pregunta de lo más inteligente; aunque para él no tuviese relevancia alguna.
—¿Hmm? ¿Acaso importa? —rumió el comerciante—. Los muertos de hambre de este pueblo no tendrían para pagar un mes de alquiler ni aunque su vida dependiese de ello —escupió con visible desprecio—. Ninguno me ha preguntado siquiera por el precio. ¡No saben apreciar el lujo!
Akame, que había estado todo el rato escuchando con gesto reflexivo, decidió intervenir en ese momento.
—¿Entonces no podemos hablar con ninguno de los inquilinos anteriores, cierto? ¿Hace cuanto que se marchó de la casa la última familia?
Takeda se revolvió en su asiento, inquieto. Parecía que aquella pregunta había pinchado en hueso o, simplemente, era algo que él no quería contestar. Tras unos momentos de silencio en los que parecía estar pensándose muy bien la respuesta, el dueño contestó.
—No, no están aquí. Pero pueden preguntar al alguacil del pueblo, él fue el último que habló con ellos antes de que se los llevaran.