27/10/2017, 22:08
—Acabemos con esto de una vez, Uzumaki.
Masanobu escucho aquellas palabras y dirigió su vista hacia el recién llegado, interrumpiendo su monologo interno. Nada más verle le molesto; parecía un sujeto común y corriente, un marinero o algún tendero, pero él sabía que en realidad era fuerte, muy fuerte: le parecía sumamente inadecuado y falto de estilo aquel viejo paradigma de que la fuerza tenía que ocultarse y disimularse con la simplicidad; Él sabía que el poder era algo que debía demostrarse para que a todos les quedara clara su posición unos respecto a otros… Pero supuso que no lo hacía para molestarle expresamente, sino que más bien era la diferencia entre desarrollar sus habilidades bajo el orden de una aldea y el desarrollarlas entre la anarquía del submundo.
—Akahara Masanobu, por favor —dijo mientras se aproximaba a una prudencial distancia—: no soy un Uzumaki reconocido, aunque mi herencia sanguínea sea innegable.
De pronto, llegaron los otros dos sujetos a quienes estaba esperando. Decidió que no les atendería personalmente, eran platos de segunda mesa que no podrían permitirle llevar al límite sus habilidades… Ese era un motivo, el otro se centraba en el hecho de que tratándose de un sujeto como aquel, no podría permitirse ninguna otra distracción, por más mínima que fuese... Un error significaría la muerte
—No te preocupes por ellos, hazlo por mí —Chasqueo los dedos y un grupo de esculturas vivientes salieron al encuentro de Naomi y Oojima.
La situación era bastante clara: Aquel extravagante y peligroso sujeto mantenía activa la barrera y el pequeño ejército de soldados con humanidad de piedra. Para terminar con todo aquello, habría que vencerle…, darle muerte para estar seguro. Lo otro que era de notar era que en la entrada yacía el cuerpo del escultor, con vida, pero inconsciente, resguardado por una estatua rojiza de un tigre que se mantenía atento a sus alrededores. Para aquel general las cosas eran tan simples como huir de allí con Nishijima, pero si algo era cierto de él era que le gustaban las cosas del modo difícil y desenfrenado.
Fue el primero en moverse, pues le gustaba marcar el ritmo con que se desarrollaban los combates…, le encantaba establecer la pauta: dio una zancada en dirección al ninja de Ame y realizo una sencilla serie de tres sellos, respiro profundamente. Desde sus labios salió despedida una densa esfera de aire comprimido mesclado con su chakra, que avanzaba velozmente hacia el cuerpo de su oponente.
Otros hubiesen pensado que al menos debían de intercambiar algunas palabras o hacer el típico saludo ritual, pero aquello no era necesario entre dos combatientes cuyo único objetivo era luchar a muerte. Aquello era ser profesional, era ser práctico, era ser centrado, era ser un ninja.
Masanobu escucho aquellas palabras y dirigió su vista hacia el recién llegado, interrumpiendo su monologo interno. Nada más verle le molesto; parecía un sujeto común y corriente, un marinero o algún tendero, pero él sabía que en realidad era fuerte, muy fuerte: le parecía sumamente inadecuado y falto de estilo aquel viejo paradigma de que la fuerza tenía que ocultarse y disimularse con la simplicidad; Él sabía que el poder era algo que debía demostrarse para que a todos les quedara clara su posición unos respecto a otros… Pero supuso que no lo hacía para molestarle expresamente, sino que más bien era la diferencia entre desarrollar sus habilidades bajo el orden de una aldea y el desarrollarlas entre la anarquía del submundo.
—Akahara Masanobu, por favor —dijo mientras se aproximaba a una prudencial distancia—: no soy un Uzumaki reconocido, aunque mi herencia sanguínea sea innegable.
De pronto, llegaron los otros dos sujetos a quienes estaba esperando. Decidió que no les atendería personalmente, eran platos de segunda mesa que no podrían permitirle llevar al límite sus habilidades… Ese era un motivo, el otro se centraba en el hecho de que tratándose de un sujeto como aquel, no podría permitirse ninguna otra distracción, por más mínima que fuese... Un error significaría la muerte
—No te preocupes por ellos, hazlo por mí —Chasqueo los dedos y un grupo de esculturas vivientes salieron al encuentro de Naomi y Oojima.
La situación era bastante clara: Aquel extravagante y peligroso sujeto mantenía activa la barrera y el pequeño ejército de soldados con humanidad de piedra. Para terminar con todo aquello, habría que vencerle…, darle muerte para estar seguro. Lo otro que era de notar era que en la entrada yacía el cuerpo del escultor, con vida, pero inconsciente, resguardado por una estatua rojiza de un tigre que se mantenía atento a sus alrededores. Para aquel general las cosas eran tan simples como huir de allí con Nishijima, pero si algo era cierto de él era que le gustaban las cosas del modo difícil y desenfrenado.
Fue el primero en moverse, pues le gustaba marcar el ritmo con que se desarrollaban los combates…, le encantaba establecer la pauta: dio una zancada en dirección al ninja de Ame y realizo una sencilla serie de tres sellos, respiro profundamente. Desde sus labios salió despedida una densa esfera de aire comprimido mesclado con su chakra, que avanzaba velozmente hacia el cuerpo de su oponente.
Otros hubiesen pensado que al menos debían de intercambiar algunas palabras o hacer el típico saludo ritual, pero aquello no era necesario entre dos combatientes cuyo único objetivo era luchar a muerte. Aquello era ser profesional, era ser práctico, era ser centrado, era ser un ninja.