28/10/2017, 18:34
La bala de agua del experimentado jonin viajó a velocidades exorbitantes, aunque la misma no llegaría hasta su objetivo más imperioso. Por el contrario, se encontró con un montón de tierra que se alzó súbitamente desde los suelos, elevando al enemigo hasta una altura prominente, desde la cual ejecutó un salto, y envalentonado por lo que suponía ser una ventaja posicional; ejecutó un único y fugaz movimiento de mano.
Masanobu invocó de pronto el poder de Fūjin, y enlazó un coletazo de aire que salió despedida hasta los linderos de Hozuki Yarou. Un Yarou que ya podía ir aceptando que el enemigo no era cualquier Uzumaki, sino uno con una capacidad de acción y reacción superior a la del resto. Había conocido a miembros de tan magnánimo clan, por allá en las tierras del Remolino, pero nunca se había enfrentado a alguno de sus máximos ejemplares.
Así como no lo había hecho Masanobu, probablemente, con los máximos exponentes de su clan.
Entonces, el cuerpo del Hozuki se abalanzó hacia la cuchilla, casi deseoso de recibirla. Y así lo hizo, aquella navaja de viento le cortó a la mitad, aunque en el trayecto no dejó sino algunos chapoteos de agua a su alrededor. Pero aquel misericordioso recibimiento tan sólo le abrió una oportunidad que no podía desaprovechar, y es que a su espalda; él había dejado una Hikari Fuda al ras del suelo que, según los términos impuestos, se activaría unos cuantos segundos después, coincidiendo directamente con el ataque elevado del Uzumaki. El sello liberó entonces una potente onda de luz mucho más cegadora que la técnica básica usada por Yarou anteriormente, de la cual el propio Hozuki no tuvo que preocuparse dado que la sombra de su espalda le protegió del destello.
Masanobu, sin embargo, aún estaba en el aire, y de frente a la luz. Era poco lo que podía hacer desde ahí arriba, más aún cuando el viejo ya había acortado las distancias entre ellos a apenas unos dos metros.
El Amejin aprovecharía aquel simple margen de tiempo para ejecutar un ataque versátil y potente, tan rápido y fugaz como ningún otro. Porque de su mano, o específicamente de su dedo índice, saldría disparada una gota que a simple vista no parecía ser el ataque más peligroso, pero que acortó los dos metros tan o más rápido que la caída de un rayo. Una gota potente, concentrada, y que de penetrar el pecho del Uzumaki, le habría atravesado cual disparo de cañón, continuando su viaje hasta su espalda y deshaciéndose una vez hubiese completado su ruta de veinte metros.
Masanobu invocó de pronto el poder de Fūjin, y enlazó un coletazo de aire que salió despedida hasta los linderos de Hozuki Yarou. Un Yarou que ya podía ir aceptando que el enemigo no era cualquier Uzumaki, sino uno con una capacidad de acción y reacción superior a la del resto. Había conocido a miembros de tan magnánimo clan, por allá en las tierras del Remolino, pero nunca se había enfrentado a alguno de sus máximos ejemplares.
Así como no lo había hecho Masanobu, probablemente, con los máximos exponentes de su clan.
Entonces, el cuerpo del Hozuki se abalanzó hacia la cuchilla, casi deseoso de recibirla. Y así lo hizo, aquella navaja de viento le cortó a la mitad, aunque en el trayecto no dejó sino algunos chapoteos de agua a su alrededor. Pero aquel misericordioso recibimiento tan sólo le abrió una oportunidad que no podía desaprovechar, y es que a su espalda; él había dejado una Hikari Fuda al ras del suelo que, según los términos impuestos, se activaría unos cuantos segundos después, coincidiendo directamente con el ataque elevado del Uzumaki. El sello liberó entonces una potente onda de luz mucho más cegadora que la técnica básica usada por Yarou anteriormente, de la cual el propio Hozuki no tuvo que preocuparse dado que la sombra de su espalda le protegió del destello.
Masanobu, sin embargo, aún estaba en el aire, y de frente a la luz. Era poco lo que podía hacer desde ahí arriba, más aún cuando el viejo ya había acortado las distancias entre ellos a apenas unos dos metros.
El Amejin aprovecharía aquel simple margen de tiempo para ejecutar un ataque versátil y potente, tan rápido y fugaz como ningún otro. Porque de su mano, o específicamente de su dedo índice, saldría disparada una gota que a simple vista no parecía ser el ataque más peligroso, pero que acortó los dos metros tan o más rápido que la caída de un rayo. Una gota potente, concentrada, y que de penetrar el pecho del Uzumaki, le habría atravesado cual disparo de cañón, continuando su viaje hasta su espalda y deshaciéndose una vez hubiese completado su ruta de veinte metros.