29/10/2017, 14:13
Cuando los muchachos entraron en el lugar, al instante se dieron cuenta de que aquello no era una posada cualquiera. No sólo podía intuirse aquello por el hecho de que estuviese ubicada en el barrio ostentoso de la ciudad, cerca del palacio del Daimyo de Kaze no Kuni, sino porque se trataba de un enorme edificio de varias plantas. Estaba construído siguiendo la arquitectura propia del País del Viento, con paredes redondeadas y ventanas circulares por todas partes, pero nada más entrar podía verse cierto atisbo de lujo. Lámparas de cristal, mobiliario de madera pulida y hombres y mujeres enchaquetados que iban de acá para allá como parte del servicio.
Nada más entrar vieron la recepción, un amplio recibidor presidido por una barra de madera reluciente tras la cual tres personas del servicio iban de aquí para allá. Al ver a los ninjas, una mujer encamisada les indicó que la siguieran y salió de detrás de la barra para dirigirse hacia el pasillo que quedaba a su derecha. Si lo hacían, pronto llegarían hasta el comedor del hotel.
Era una estancia muy amplia, repleta de mesas y con espacio suficiente para unos setenta comensales. El techo estaba adornado con brillantes lámparas de cristal y al menos una docena de camareros y camareras iba de un lado para otro cargando bandejas de aspecto pesado repletas de comida.
La recepcionista les llevó hasta su mesa y luego se marchó.
—¡Buenas noches! —les saludó un hombre, tras levantarse—. Buradoku Banadoru, profesor adjunto de la Escuela de Historia de Taikarune, un gusto —dijo, dedicándoles una ligera reverencia.
El tipo debía rondar la treintena, era algo más alto que los muchachos y su complexión no destacaba por ser ni atlética ni gruesa. Parecía, a todas luces, un tipo de lo más corriente, con el pelo negro y ligeramente largo revuelto y barba pronunciada, del mismo color. Sus ojos, avellanados, despedían un cierto brillo de astucia tras las gafas cuadradas que llevaba sobre la nariz. Vestía con sencillez pero sin perder el estilo típico de Hi no Kuni; camisa, haori, pantalón y botas con las que había sustituido sus sandalias para la ocasión. Llevaba, también, un pañuelo color dorado en torno al cuello.
—Les presento al resto de la comitiva —continuó Banadoru, abarcando la mesa con un gesto de su mano derecha—. Este caballero es Muten Rōshi-sensei, director de esta expedición.
El aludido, un hombre cincuentón, de pelo negro poblado de canas, bigote y perilla estilo mosca, les dedicó una inclinación de cabeza. Era alto y parecía curtido pese a conservar un inconfundible toque académico. También llevaba gafas, y vestía con elegancia un haori aguamarina.
—A su lado se sienta Haijinzu Jonaro-dono, jefe de seguridad de la expedición —Banadoru señaló al más corpulento de los cinco hombres, un tipo de aspecto recio y ojos oscuros, pelo castaño y barba recortada. Vestía con prendas sencillas y junto a su asiento reposaba, sobre la mesa, una espada de empuñadura roja y negra. Lo más llamativo era la cicatriz que le cruzaba el mentón, profunda y desagradable.
—Y finalmente Abudora Benimaru-dono, delegado de Daimyō-sama —informó, con otra reverencia, el profesor adjunto.
El último integrante de aquella cena era un tipo alto —aunque no más que Haijinzu Jonaro— y delgado, de piel color café y pelo negro ensortijado. Debía tener en torno a los treinta años y llevaba un bigote muy característico, tintado de verde.
Al acabar, Banadoru se quedó todavía de pie, expectante, esperando a que los muchachos se presentasen.
Nada más entrar vieron la recepción, un amplio recibidor presidido por una barra de madera reluciente tras la cual tres personas del servicio iban de aquí para allá. Al ver a los ninjas, una mujer encamisada les indicó que la siguieran y salió de detrás de la barra para dirigirse hacia el pasillo que quedaba a su derecha. Si lo hacían, pronto llegarían hasta el comedor del hotel.
Era una estancia muy amplia, repleta de mesas y con espacio suficiente para unos setenta comensales. El techo estaba adornado con brillantes lámparas de cristal y al menos una docena de camareros y camareras iba de un lado para otro cargando bandejas de aspecto pesado repletas de comida.
La recepcionista les llevó hasta su mesa y luego se marchó.
—¡Buenas noches! —les saludó un hombre, tras levantarse—. Buradoku Banadoru, profesor adjunto de la Escuela de Historia de Taikarune, un gusto —dijo, dedicándoles una ligera reverencia.
El tipo debía rondar la treintena, era algo más alto que los muchachos y su complexión no destacaba por ser ni atlética ni gruesa. Parecía, a todas luces, un tipo de lo más corriente, con el pelo negro y ligeramente largo revuelto y barba pronunciada, del mismo color. Sus ojos, avellanados, despedían un cierto brillo de astucia tras las gafas cuadradas que llevaba sobre la nariz. Vestía con sencillez pero sin perder el estilo típico de Hi no Kuni; camisa, haori, pantalón y botas con las que había sustituido sus sandalias para la ocasión. Llevaba, también, un pañuelo color dorado en torno al cuello.
—Les presento al resto de la comitiva —continuó Banadoru, abarcando la mesa con un gesto de su mano derecha—. Este caballero es Muten Rōshi-sensei, director de esta expedición.
El aludido, un hombre cincuentón, de pelo negro poblado de canas, bigote y perilla estilo mosca, les dedicó una inclinación de cabeza. Era alto y parecía curtido pese a conservar un inconfundible toque académico. También llevaba gafas, y vestía con elegancia un haori aguamarina.
—A su lado se sienta Haijinzu Jonaro-dono, jefe de seguridad de la expedición —Banadoru señaló al más corpulento de los cinco hombres, un tipo de aspecto recio y ojos oscuros, pelo castaño y barba recortada. Vestía con prendas sencillas y junto a su asiento reposaba, sobre la mesa, una espada de empuñadura roja y negra. Lo más llamativo era la cicatriz que le cruzaba el mentón, profunda y desagradable.
—Y finalmente Abudora Benimaru-dono, delegado de Daimyō-sama —informó, con otra reverencia, el profesor adjunto.
El último integrante de aquella cena era un tipo alto —aunque no más que Haijinzu Jonaro— y delgado, de piel color café y pelo negro ensortijado. Debía tener en torno a los treinta años y llevaba un bigote muy característico, tintado de verde.
Al acabar, Banadoru se quedó todavía de pie, expectante, esperando a que los muchachos se presentasen.