29/10/2017, 20:15
Todo pasó tan rápido, desde el vuelo de su gota mortífera hasta la repentina sustitución a la que se vio sometida el cuerpo del Uzumaki, sin siquiera haber ejecutado el único sello que generalmente es necesario para ejecutarlo. Pero Yarou era consciente de las artimañas que se podían conseguir a través del Fuuinjutsu, y no mató la posibilidad de que se pudiera haber tratado de una técnica sellada a priori, como un as bajo la manga que fuera puesta sobre la mesa sólo cuándo éste así lo creyera completamente necesario. Pero que Akahara Masanobu tuviera que usar aquello tan pronto, sólo podía decirle una cosa: su victoria estaba encaminada. Entonces, aquel cuyo poder tan indómito y desconocido se hizo partícipe de la escena.
El hombre que le confería a la piedra Humanidad se levantó con su afligido cuerpo, y clamó porque se le explicase lo que ahí estaba sucediendo. El caos, el caos fue en principio su mayor preocupación, al ver los destrozos y el hedor a muerte que ahogaba lo que una vez había sido el lugar de todas sus creaciones. Hasta que la lengua viperina de aquel versado Uzumaki comenzó a sisear, tentadora, en un intercambio de palabras que caló en el artístico corazón de Satomu.
Porque su sueño, aquel por el que había estado tallando durante casi toda su existencia, parecía haberse cumplido. La magnanimidad de sus estatuas estaba completa, ellas habían cobrado la tan ansiada vida que andaban buscando.
Las lágrimas bañaron sus mejillas, y Yarou entendió que Masanobu de pronto comenzó a ganar aquella batalla sin siquiera tener que continuar luchando. No, porque de convencerlo a él...
Yarou intentó hablar, en vano. Sus palabras no fueron escuchadas, su presencia ya no era importante. Satomu, en cambió, tomó una decisión: mordió la manzana de la discordia y se entregó entero y en vida a la serpiente.
»Si… no creo que haga falta decirlo, un profesional como tú no se molestaría en guardar emociones que le empañasen la vista —su tono tenía una curiosa mescla de burla y sinceridad—, menos cuando se trata de combatir a alguien contra quien era casi seguro que perdieras… —río un poco para si mismo—. Recordare esto, si, seguro que lo hare.
Y él también lo iba a recordar, desde luego. ¿Pero acabar con su vida, esa vez? ¿no dejarle ir? Realmente tenía algo más importante de lo qué ocuparse.
En cuando Masanobu desapareció junto a su recién adquirida herramienta, Yarou hizo lo mismo. Tenía que cerciorarse de que Kaido estuviese bien.
Tác, tác, tác; resonaba a su alrededor. Los cascos de hierro chocar contra la tierra le despertaron de su sueño, y le obligó a preguntarse el tan típico ¿en dónde coño estoy?; aunque le tomaría por lo menos medio minuto de percatarse que se encontraba dentro de un carruaje, y que el taká, taká provenía de las patas relinchantes de los caballos que lo halaban a toda prisa.
Entonces se encontró con Yarou, que observaba impaciente el horizonte. Luego, observó su cuerpo. Vendado y algo maltrecho, aunque todavía en una sola pieza.
—¡Mierda, el tiburón blanco! —exclamó, desorbitado—. ¿Lo vencí, o es que éste es mi infierno personal y tendré que ver tu fea cara por toda la eternidad?
Yarou no le respondió sino hasta tres segundos después, con seriedad.
—Hemos perdido. Aquel que le confiere a la Piedra Humanidad cayó en manos inescrupulosas del ninja Uzumaki. Con eso se acaban nuestros asuntos en éstas tierras, estamos ya volviendo a casa.
—Joder... ¿y Kotetsu, o Akame, están bien? ¿o se los cargaron?
—Están bien, supongo que podrán hablar en otra ocasión. Ahora lo importante es volver a Ame, hemos estado fuera demasiado tiempo.
El silencio reinó, y así también la certeza de que un gran enemigo aún estaba ahí afuera, con vida, planificando seguramente un nuevo plan mejor orquestrado que el primero. Akahara Masanobu, algún día tendrían que volver a verlo. Y ese día, sería el último para él.
El hombre que le confería a la piedra Humanidad se levantó con su afligido cuerpo, y clamó porque se le explicase lo que ahí estaba sucediendo. El caos, el caos fue en principio su mayor preocupación, al ver los destrozos y el hedor a muerte que ahogaba lo que una vez había sido el lugar de todas sus creaciones. Hasta que la lengua viperina de aquel versado Uzumaki comenzó a sisear, tentadora, en un intercambio de palabras que caló en el artístico corazón de Satomu.
Porque su sueño, aquel por el que había estado tallando durante casi toda su existencia, parecía haberse cumplido. La magnanimidad de sus estatuas estaba completa, ellas habían cobrado la tan ansiada vida que andaban buscando.
Las lágrimas bañaron sus mejillas, y Yarou entendió que Masanobu de pronto comenzó a ganar aquella batalla sin siquiera tener que continuar luchando. No, porque de convencerlo a él...
Yarou intentó hablar, en vano. Sus palabras no fueron escuchadas, su presencia ya no era importante. Satomu, en cambió, tomó una decisión: mordió la manzana de la discordia y se entregó entero y en vida a la serpiente.
»Si… no creo que haga falta decirlo, un profesional como tú no se molestaría en guardar emociones que le empañasen la vista —su tono tenía una curiosa mescla de burla y sinceridad—, menos cuando se trata de combatir a alguien contra quien era casi seguro que perdieras… —río un poco para si mismo—. Recordare esto, si, seguro que lo hare.
Y él también lo iba a recordar, desde luego. ¿Pero acabar con su vida, esa vez? ¿no dejarle ir? Realmente tenía algo más importante de lo qué ocuparse.
En cuando Masanobu desapareció junto a su recién adquirida herramienta, Yarou hizo lo mismo. Tenía que cerciorarse de que Kaido estuviese bien.
. . .
Tác, tác, tác; resonaba a su alrededor. Los cascos de hierro chocar contra la tierra le despertaron de su sueño, y le obligó a preguntarse el tan típico ¿en dónde coño estoy?; aunque le tomaría por lo menos medio minuto de percatarse que se encontraba dentro de un carruaje, y que el taká, taká provenía de las patas relinchantes de los caballos que lo halaban a toda prisa.
Entonces se encontró con Yarou, que observaba impaciente el horizonte. Luego, observó su cuerpo. Vendado y algo maltrecho, aunque todavía en una sola pieza.
—¡Mierda, el tiburón blanco! —exclamó, desorbitado—. ¿Lo vencí, o es que éste es mi infierno personal y tendré que ver tu fea cara por toda la eternidad?
Yarou no le respondió sino hasta tres segundos después, con seriedad.
—Hemos perdido. Aquel que le confiere a la Piedra Humanidad cayó en manos inescrupulosas del ninja Uzumaki. Con eso se acaban nuestros asuntos en éstas tierras, estamos ya volviendo a casa.
—Joder... ¿y Kotetsu, o Akame, están bien? ¿o se los cargaron?
—Están bien, supongo que podrán hablar en otra ocasión. Ahora lo importante es volver a Ame, hemos estado fuera demasiado tiempo.
El silencio reinó, y así también la certeza de que un gran enemigo aún estaba ahí afuera, con vida, planificando seguramente un nuevo plan mejor orquestrado que el primero. Akahara Masanobu, algún día tendrían que volver a verlo. Y ese día, sería el último para él.