5/11/2017, 15:18
Haijinzu Jonaro —el jefe de seguridad— soltó un bufido burlón ante la explicación de Aiko, pero tanto a Banadoru como al delegado del Daimyō, Benimaru, pareció interesarles. Tenía sentido, sobre todo contando con que había sido el profesor adjunto el que les había metido en aquella expedición.
Datsue captó la atención de todos cuando empezó a explicarse, pero las reacciones fueron bien distintas. Muten Rōshi bajó la mirada y siguió con su cena con gesto descaradamente indiferente poco después de que el shinobi empezara a contar su historia. Banadoru aguantó un poco más, pero cuando ya entrevió que el secreto tras ese apodo iba a ser poco más que una broma entre niños, se centró también en su plato y en hablar quedamente con su jefe y director de la expedición.
El que más aguantó fue Benimaru, que escuchó atento y soltando alguna risa que otra mientras se mesaba su bigote tintado de verde. Parecía encantado de encontrar a alguien a quien le gustase hablar tanto o más como a él, y encontraba —o fingía encontrar— igualmente interesante la anécdota de Datsue.
Sin embargo, cuando ya estaba por terminar, Jonaro dio un sonoro golpe sobre la mesa con su mano derecha —grande y curtida— que hizo levantar la cabeza a los dos académicos y callar a Benimaru.
—¡Por todos los dioses, pero es que este ninja no se calla! —protestó, visiblemente molesto—. ¿Tanta palabrería para contarnos que al final le diste un besito a una carajita? Nojoda, reverenda mierda de historia.
—Jonaro-dono, compórtese... —le reprendió Banadoru, ajustándose con gesto nervioso el pañuelo dorado que llevaba en torno al cuello.
—¿Cómo así, que me comporte? —replicó el otro—. Me dices que tú te encargas de encontrarnos a gente berraca, ¿y me traes a una mujer y a un niño de teta?
Un mesero, mientras tanto, esperaba con admirable estoicismo a que Aiko y Datsue —que le habían ignorado por completo— pidieran la cena.
Datsue captó la atención de todos cuando empezó a explicarse, pero las reacciones fueron bien distintas. Muten Rōshi bajó la mirada y siguió con su cena con gesto descaradamente indiferente poco después de que el shinobi empezara a contar su historia. Banadoru aguantó un poco más, pero cuando ya entrevió que el secreto tras ese apodo iba a ser poco más que una broma entre niños, se centró también en su plato y en hablar quedamente con su jefe y director de la expedición.
El que más aguantó fue Benimaru, que escuchó atento y soltando alguna risa que otra mientras se mesaba su bigote tintado de verde. Parecía encantado de encontrar a alguien a quien le gustase hablar tanto o más como a él, y encontraba —o fingía encontrar— igualmente interesante la anécdota de Datsue.
Sin embargo, cuando ya estaba por terminar, Jonaro dio un sonoro golpe sobre la mesa con su mano derecha —grande y curtida— que hizo levantar la cabeza a los dos académicos y callar a Benimaru.
—¡Por todos los dioses, pero es que este ninja no se calla! —protestó, visiblemente molesto—. ¿Tanta palabrería para contarnos que al final le diste un besito a una carajita? Nojoda, reverenda mierda de historia.
—Jonaro-dono, compórtese... —le reprendió Banadoru, ajustándose con gesto nervioso el pañuelo dorado que llevaba en torno al cuello.
—¿Cómo así, que me comporte? —replicó el otro—. Me dices que tú te encargas de encontrarnos a gente berraca, ¿y me traes a una mujer y a un niño de teta?
Un mesero, mientras tanto, esperaba con admirable estoicismo a que Aiko y Datsue —que le habían ignorado por completo— pidieran la cena.